Dislates y Disparates sobre el Relámpago del Catatumbo
¿Qué hay de cierto en que el corsario inglés Sir Francis Drake no pudo saquear Maracaibo porque los Relámpagos del Catatumbo se lo impidieron? ¿Era realmente una noche de luna nueva, como se ha indicado? ¿Aparece este relato en la célebre obra “La Dragontea” de Lope de Vega? ¿Realmente el barón Alexander von Humboldt presenció estos Relámpagos?
Durante los ya más de 17 años de investigaciones sobre los Relámpagos del Catatumbo, nuestro Centro de Modelado Científico de la Universidad del Zulia (Venezuela) ha recabado no sólo una amplia colección de datos y resultados técnicos, sino también un buen número de lo que hemos venido llamando “mitos sobre los Relámpagos del Catatumbo”. Al no tener en nuestras filas para el año 2015 especialistas en estos temas, decidimos buscar una autoridad de la historia y pensamiento de la Colonia Española en Latinoamérica y encomendarle la ardua tarea de desentrañar estos mitos, descubrir qué hay de cierto en ellos y cómo podríamos usarlos en una mejor comprensión de los aspectos sociales involucrados con los Relámpagos.
Es así como contactamos al Dr. Ángel Vicente Muñoz-García, Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades de nuestra Casa de Estudios, ex-director de la Escuela de Filosofía y del Centro de Estudios Filosóficos de la misma universidad, un experto en lógica simbólica (su libro de texto es un clásico que aún hoy se emplea en muchas universidades venezolanas), latinista de fama internacional y, de particular interés para lo que nos concierne en este documento, un especialista en la historia de la Colonia Española en Latinoamérica y por supuesto en Venezuela.
Estas páginas son el fruto de esta detallada investigación histórica. En ellas el Dr. Muñoz nos explica con su maestría característica la realidad detrás de esos mitos, encontrando incluso qué días de diciembre de 1595 fueron aquellos en los que Sir Francis Drake, tras sufrir numerosas pérdidas en batalla, se retiró a aguas más calmadas ubicadas (relativamente) cerca de las costas venezolanas, y cómo Maracaibo efectivamente tiene un rol en lo que conllevó a la muerte del corsario el 27 de enero de 1596. Esta investigación ha permitido incluso determinar en qué fases estuvo la luna durante esos acontecimientos, desenmascarando otra de tantas falsedades que se repiten una y otra vez sin fundamento al hablar de los Relámpagos del Catatumbo.
No sólo se discuten aquí lo que el Dr. Muñoz denomina el “mito drakeano” y el “mito lopesco”, el lector encontrará en este documento la evidencia que existe (o no) detrás de la gran mayoría de los aciertos y desaciertos históricos de los que comúnmente se hace eco sobre los Relámpagos del Catatumbo en los medios de comunicación y redes sociales, no sólo los más lejanos en el tiempo, sino otros que podemos encontrar en nuestros días. El autor deja también ver cómo incluso ha habido desacuerdo entre los científicos venezolanos sobre la manera de abordar algunos temas clave de las investigaciones sobre este fenómeno y la evidencia que las sustenta, y hasta co-autorías indeseadas.
Se trata, sin lugar a dudas, de una referencia obligada para los interesados en los Relámpagos y su contexto social, y para los historiadores de Venezuela y el Zulia. Pero sobre todo en estas páginas el Dr. Muñoz García nos recuerda a todos la importancia de siempre verificar la fuente que fundamenta lo que decimos.
Maracaibo, Agosto 2016

Rayos y relámpagos
Quizá en el lenguaje coloquial usemos indiscriminadamente los términos rayo y relámpago; pero todos distinguimos bien qué es un relámpago, ese resplandor momentáneo producido en la atmósfera por una descarga eléctrica; a diferencia del rayo, que es la descarga misma. La visión ingenua del resplandor lo vio simplemente como un fenómeno productor de luz; y ya que, tanto en griego como en latín, lampas significaba antorcha y luz –de ahí deriva nuestro “lámpara”-, en el latín decadente se asignó a la actividad del fenómeno el término lampadare, esto es, ocasionar lámparas o luminarias, iluminar. De ahí surgieron, en castellano, los de “relampaguear” y “relámpago”.
Rayo y relámpago estuvieron vinculados en muchas culturas a los dioses y a su poder sobre la naturaleza y los hombres. En la latina, por ejemplo, el nombre de Iupiter, el supremo dios romano, proviene al parecer del indoeuropeo dyu (“luz”), y piter (o pater: “padre”). Su significado sería, pues, el de “Padre luz”. Era el dios del firmamento y de los fenómenos atmosféricos con los que se le relacionaba: rayo (fulmen, “brillo”), trueno (tonitruum, “estrépito”) y relámpago (fulgur, “resplandor”). Aunque, –como la subsecuente cultura castellana- la latina apenas diferenciaba entre rayo y relámpago. De hecho, los términos que los designaban lo hacían indistintamente a ambos fenómenos atmosféricos; por más que fulgur se refiriera con preferencia al relámpago, como en el apelativo del dios como Iupiter Fulgurator (”Júpiter Relampagueador” o “Resplandeciente”)[1].
Pero, como en todo, hay relámpagos y relámpagos. Porque, a pesar de la majestuosidad del fenómeno, la “Tierra de gracia” no podía estar iluminada por simples relámpagos; había de tener su relámpago peculiar. Por eso que uno de los iconos del que los oriundos de Maracaibo y su Estado más se ufanan es, sin duda, el llamado Relámpago del Catatumbo. O, como prefieren decir los investigadores del Centro de Modelado Científico (CMC) de la Universidad del Zulia (Maracaibo), “los Relámpagos del Catatumbo”[2]. Mucho antes de formar parte de la iconografía y heráldica de la bandera y del escudo del Estado; antes incluso de que Udón Pérez los incluyera en el Himno de la entidad federal; antes de que al héroe principal del mismo Estado le apodaran El Brillante; antes también de que la batahola de bombo y platillo les concediera los honores del Guinness, el Relámpago -los Relámpagos- estuvieron presentes en la literatura popular zuliana. Angel Viloria hace una muy completa enumeración de escritores y artistas que de algún modo se refirieron a los Relámpagos del Catatumbo[3].
Resumen del sentir popular zuliano pudieran ser las palabras del médico, escritor y político Marcial Hernández, quien en “su discurso en el segundo Congreso Venezolano de Medicina realizado en Maracaibo del 8 al 23 de enero de 1971, se hizo famoso cuando dijo: ´Las insignias pueden marchitarse, y las campanas enmudecer, y extinguirse los fuegos del ara, pero ni aun el ímpetu de los huracanes puede apagar el simbólico faro del Catatumbo. El Zulia entre la noche relampaguea´…”[4] En los últimos años, el tema ha pasado, al fin y pisando fuerte, al campo de la literatura científica. Sobre todo con la actividad desarrollada por el CMC.
Esa presencia de los Relámpagos en la literatura popular zuliana -quizá sobre todo en la tradición oral- resulta indudable. Sin embargo, creemos que se exagera cuando se habla de que ha sido una constante en los escritos de viajeros y científicos desde la época de la Colonia. Tal presencia, según veremos, no ha sido ni tan constante, ni tan abundante, ni tan contundente.
Notas
[1] Como curiosidad coincidente, anotemos cómo la nave espacial New Horizons, lanzada hacia Plutón por la Nasa en enero de 2006, trece meses después pasó “cerca” (algo más de unos dos millones de kilómetros) de Júpiter, en cuyos polos detectó, por primera vez fuera de la Tierra, la presencia de relámpagos. Sobre el tema, cfr. la Revista Science, vol. 318, n. 5848, del 12-10-2007, pp. 217-243, en especial Baines, Kevin H., y Otros, Polar Lightning and Decadal-Scale Cloud Variability on Jupiter, pp. 226-229.
[2] En conversaciones privadas con algunos de ellos.
[3] Viloria, Ángel, “Petróleo, ríos y relámpagos”, en Viloria, Ángel, Episodios en la naturaleza limítrofe, Univ. Cecilio Acosta, Maracaibo, 2002, pp. 145-171.
[4] Fuenmayor, Emmanuel, en El Zuliano Rajao; en la pag. web: http://www.elzulianorajao.com/noticias/marcial-hernandez-un-gran-zuliano/ (última consulta, 6-1-2016).
Los fenómenos atmosféricos han sido relacionados con frecuencia con los mitos. Dado el carácter polisémico del término “mito”, hemos creído conveniente comenzar con algunas observaciones sobre el mismo. Porque, con excesiva frecuencia, se da al término “mito” un sentido más bien peyorativo, despectivo, que no siempre tiene por qué tenerlo; con la misma frecuencia, tal sentido se extiende y se acentúa respecto a quien sustenta o acepta el mito. Suele suceder cuando el término se aplica a creencias de carácter religioso de algunos pueblos, por más que éstos hayan sido de cultura bien desarrollada, como el pueblo griego o el romano.
“Mito”, del griego mythos (o myzos, si se prefiere), lo utilizaban los helenos para designar a la palabra que se expresa, a lo que se dice o se cuenta. Tanto, pues, un discurso reflexivo o filosófico (con todos los visos de ser verdadero en la realidad), o un mero relato o narración, así este relato sea un apólogo o fábula (con todos los visos de que, en la realidad, fuera una irrealidad y falsedad). Es decir, al mito sólo lo compone lo que se dice, independientemente de su contenido; sin comprometer los hechos que narra o a que se refiere; sin implicar que lo dicho sea verdad o falsedad, sea o no algo histórico o real. Del valor o comprobación de los hechos, en todo caso, se ocuparían las ciencias: Física, Historia, etc. Tanto, que mythos terminó siendo por antonomasia el relato no verdadero, fabulado, fabuloso. Si fuera un discurso racional verdadero o falso, estaríamos ante un logos. No cabe, pues, atribuir sentido peyorativo al mito, por el hecho de ser un discurso fabulado. Porque, diríamos, la “esencia” del mito consiste meramente en ser narración, sin que en nada se comprometa con la realidad. Por eso, en todo caso, se podrá decir de él que es un discurso falso, pero no mentiroso; porque en ningún momento hay en él intención de engañar diciendo lo que en la realidad no es. Por eso, “mito” devino principalmente en un término que se refiere a narraciones, precisamente, fabuladas.
Así, a grandes rasgos, pudiéramos describir al mito como una narración que, mediante una exposición de hechos más o menos maravillosos, “realizados” por personajes extraordinarios -dioses y héroes-, pretende aclarar determinados fenómenos naturales, o elementos y costumbres que conforman una cultura. En tal sentido, en una obra que puede considerarse clásica respecto al mito, Mircea Eliade afirma que éste se refiere siempre a una cierta “creación”, a cómo algo llega a la existencia[1]: cuál fue el origen del mundo, del hombre, o de un pueblo; a qué se debe la lluvia o los relámpagos; cuál es la causa de determinada enfermedad o costumbre de un pueblo. ¿Cuántos no quedaron fascinados, en su momento, por la conmovedora escena de una feroz loba capaz de amamantar a dos chiquillos, que serían luego los fundadores de Roma? Una loba, sí; pero era una loba un tanto peculiar. Una lupa, habrían dicho Rómulo y Remo, en su latina lengua materna. Lo que pasa es que se trata de otro mito, ideado para no enlodar sino mitificar los orígenes de un pueblo que se impondría luego a medio mundo. Porque lupa era en Roma no sólo la hembra del canis lupus o lobo. Era también la mujer que, fuera de la ciudad, aullaba como los lobos para atraer a sus clientes: por eso era llamada lupa; hasta que terminaron por reunirse ellas en el lupanar. Ya decíamos que era una lupa peculiar; y no sólo porque anduviera en busca de su peculio. Total, que la conmovedora loba de la escena terminó en loba obscena. Este mito, que puede resultar curioso al lector, resulta también un buen ejemplo de cómo se forman los mitos. Pero la narración en nada pretende convencer de que una loba canis lupa alimentara a unos niños.
El mito no se identifica con el cuento o la leyenda; por más que los tres sean imaginarios, los dos últimos sólo pretenden entretener; mientras que el mito se autopresenta como una explicación sobre algún aspecto de la vida. De modo semejante, si la narración aparece estrictamente como mera fábula, pierde su carácter de mito, y no pasa de ser considerado como tal mera fábula. Tampoco es estrictamente un mito, aunque así se catalogue, el caso de determinado individuo al que se atribuyen cualidades poco menos que de super-héroe en alguna actividad específica -deportiva, artística, política...-, como pudieran ser los casos de Pelé, Leonardo da Vinci, Martin Luther King, Nelson Mandela, y tantos otros.
Ni qué decir tiene que muchas creencias que las diversas religiones y culturas consideran explicación de acuerdo a la verdad, sólo resultan mitos para quienes no comulgan con tales ideas. Piénsese, por ejemplo, en la Iglesia Católica, que sostiene una presencia real de Cristo en la Eucaristía. Por afinidad, habríamos de citar aquí también el caso de los mitos escatológicos, que hablan de la vida después de la muerte. Es el caso de la laguna Estigia entre los griegos, o el de la cultura añú, para la que los Relámpagos del Catatumbo no son otra cosa que el lugar a donde van los muertos.
Particularmente numerosos son los mitos que podríamos llamar “morales”, formados para explicar el comportamiento del hombre y proporcionar enseñanza moral respecto a ello. Una buena parte de las fábulas de Esopo no son sino ejemplo de estos mitos. La mayoría de las fábulas griegas terminan con expresiones como o mythos deloi..., esto es, “el mito, la fábula, enseña...” En ningún momento Esopo pretendió presentar lo narrado en su fábula como algo que verdaderamente hubiera sucedido; él, mejor que nadie, sabía de sobra que su fábula no era verdadera, y que se trataba sólo de una invención suya. Pero eran fábulas que sustentaban una enseñanza moral, que transmitían un valor, independientemente de su verdad o falsedad. Es lo que llamamos usualmente “moraleja”. La fábula mitificaba y sustentaba la enseñanza moral.
Por supuesto, el mito tampoco es algo científico; mientras él presenta sólo supuestas explicaciones mágicas y fantasiosas, la ciencia sólo pretende dar explicaciones racionales. Todos los mitos son a propósito de una realidad, a la que pretenden explicar o justificar de algún modo. Narraciones que, mediante el relato de “hechos”, a menudo “realizados” por dioses y héroes, pretenden justificar la realidad. Pero narraciones que, por más que pudieran resultar verosímiles, son fantasiosas; recuérdese el mito de la caja de Pandora, pretendiendo explicar la existencia de males en el mundo. Lévi-Strauss es elocuente al respecto:
“Por medio del pensamiento científico, nosotros somos capaces de alcanzar el dominio de la naturaleza -creo que no hay necesidad de desarrollar este punto, ya que esto es suficientemente evidente para todos- en tanto el mito fracasa en su objetivo de proporcionar al hombre un mayor poder material sobre el medio. A pesar de todo le brinda la ilusión, extremadamente importante, de que él puede entender el universo y de que, de hecho, él entiende el universo. Empero, como es evidente, apenas se trata de una ilusión”[2].
Y son narraciones sobre la realidad, pero no realistas. Sucede, en ocasiones, que una explicación sobre la realidad es tenida durante un tiempo como realista, hasta que la ciencia comprueba su carácter fantasioso. Piénsese en el color de los cisnes, que en palabras de Juvenal[3] pareciera ser blanco, y siempre blanco -diríamos que esencialmente-; y así lo consideró la Ciencia durante siglos, invariablemente blanco. Hasta que, en 1697, el holandés Willem de Vlamingh descubrió cisnes negros en el río Swan de Australia. A partir de ahí, pudo sostenerse que los cisnes podían ser negros, y desaparecía el mito que se apoyaba en Juvenal. Algo similar sucedió con la supuesta tesis científica de la generación espontánea, sostenida desde Aristóteles[4], hasta que la prueba llevada a cabo por Pasteur en 1864 convirtió asimismo en mito. La ciencia, la razón, deshace y falsea los mitos. Y convierte en mitos explicaciones anteriores tenidas como científicas.
Decíamos que el término “mito” era polisémico. Lo es en tal modo que, a pesar de no tener aspiraciones a dar una explicación científica de la realidad, ha logrado permear los límites de la Ciencia, y anidar en ésta. Porque la Ciencia no escapa ella misma a la creación de mitos que podríamos llamar científicos. La Ciencia explica la realidad y la necesidad con que suceden en ella los fenómenos; realidad en orden, no arbitraria, de acuerdo a sus propias leyes, no según fantasía o imaginación. Pero la Ciencia es acumulativa y, para realizar su trabajo, el científico investigador se sube sobre los hombros de sus predecesores; bien sea para, apoyándose en ellos, alcanzar más alto, bien para –llegado el caso- corregir errores anteriores; unos errores que, muy posiblemente, en modo alguno resultaron desechables, sino que hicieron que el investigador, para soslayarlos, pudiera seguir alcanzando más alto. La Ciencia, la razón, deshace y falsea los mitos; algunos de los cuales habían sido tenidos hasta entonces por algo científico. No hay duda –la producción científica del CMC es buena prueba de ello-: en el caso específico de los Relámpagos del Catatumbo, se han ido dando explicaciones científicas a los mismos, que luego han devenido en pseudoexplicaciones o mitos científicos, por obra y gracia, fundamentalmente, de los miembros de ese CMC.
Hemos de confesar que, en materia de Física, somos absolutamente legos, y nuestros conocimientos no van mucho más allá de lo que, confusamente, recordamos aún de nuestra época, ya lejana, de Bachillerato. En tal sentido, no pasamos en este campo de la explicación del ciudadano de a pie. Y pensaríamos que las explicaciones que fundamentan los Relámpagos del Catatumbo en emanaciones de metano parecieran querer convertir a los Relámpagos en lo que se conoce coloquialmente como un fuego fatuo; esto es, en palabras del Diccionario de la Real Academia, “inflamación de ciertas materias que se elevan de las sustancias animales o vegetales en putrefacción, y forman pequeñas llamas que se ven andar por el aire a poca distancia de la tierra, especialmente en los parajes pantanosos y en los cementerios”[5]. Hemos encontrado algún texto, de principios del siglo XIX, que estaría en esta tónica, precisamente a propósito del Relámpago que comentamos:
“Al N. E. de este lago, en la parte más estéril de sus orillas, hay en un sitio llamado Mena un fondo inagotable de pez mineral, la que mezclada con sebo sirve de brea para los barcos. A los vapores que dicho lugar exhala se ha dado el nombre vulgar de farol de Maracaibo porque, inflamándose a manera de relámpagos y brillando de continuo durante el tiempo de mayor calor, ofrecen una luz clara a los que navegan de noche por este lago”[6].
Por más que esto coincidiría con nuestros Relámpagos en lo que respecta a los parajes pantanosos, ha de notarse que para nada se habla ahí de algo eléctrico, sino de inflamación, esto es, conversión en “flamas” o llamas. Hablar, por tanto, del metano como productor de los Relámpagos del Catatumbo, o de éstos como productores de ozono (¡y hasta de uranio!, según ha llegado a decirse), vendrían resultando otros mitos que, como sucediera antaño con la pretensión científica de que los cisnes no podían ser negros, quisieran justificar su formación; pero no ya, aparentemente, como relámpagos consistentes en electricidad, sino como meros fuegos fatuos. Afortunadamente, contamos con los investigadores del CMC que, como otros Pasteur, deshacen los mitos de nuevas “generaciones espontáneas”[7].
Notas
[1] Eliade, Mircea, Mito y realidad, Kairós, Barcelona, 2006, p. 25.
[2] Lévi-Strauss, Claude, Mito y significado, Alianza Editorial, Madrid, 2010, p. 41. Agradecemos a Ana Aguilar el habernos llamado la atención sobre este texto de Lévi-Strauss.
[3] “Rara avis in terris nigroque simillima”: “un ave rara en la tierra, y muy parecida a un cisne negro”: Juvenal, Satires, Les Belles Lettres, Paris, 1962; ed. de Segura Ramos, Bartolomé, Decio Junio Juvenal. Sátiras, CSIC, Madrid, 1996, Satyra VI, v. 6.165.
[4] En varios lugares; p. ej., en Aristoteles, Historia animalium, L. VI, Cap. XV, en Aristotelis opera omnia graece et latine, ed. de Balme, Ambrosio, Frmine et Didot, Paris, 1854, vol. III, pp. 117s.
[5] Diccionario de la lengua española, ed. Real Academia de la Lengua, Madrid, 1984.
[6] Torrente, Mariano, Geografía universal física, política e histórica, vol. 2, Miguel de Burgos, Madrid, 1828, p. 310.
[7] Cfr., p. ej., Díaz-Lobatón, J., Energética del Relámpago del Catatumbo, Trabajo Especial de Grado, Dpto. de Física, Facultad de Ciencias, Univ. del Zulia, Maracaibo, 2012; Falcón, Nelson, y Otros, “Microfisica del Relámpago del Catatumbo”, en Ingeniería UC, vol.VII, n. 1, Valencia (Venezuela), junio, 2000; Falcón, Nelson, y Otros, “Modelo Electroatmosférico del Relámpago sobre el Río Catatumbo”, en Ciencia, VIII, 2, Maracaibo, 2000, pp. 155-167; Muñoz, Á. G., y Díaz-Lobatón, J., Los Relámpagos del Catatumbo y el Flujo Energético Medio en la Cuenca del Lago de Maracaibo, Centro de Modelado Científico, Reporte Público CMC-GEO-01-2012, Univ. del Zulia, Maracaibo, 2012, disponible en: http://cmc.org.ve/portal/archivo.php?archivo=241; Muñoz, Á. G. y Díaz-Lobatón, J. E., “The Catatumbo Lightnings: A Review”, en Memories of the XIV International Conference on Atmospheric Electricity. Brazil., 2011, 1–4; Muñoz, Á. G., y Otros, Reporte Final de la Expedición Catatumbo: Abril 2015, Centro de Modelado Científico, Reporte Público CMC-01-2015, Univ. del Zulia, Maracaibo, 2015. Muñoz, Á.G. et al., “Seasonal prediction of lightning activity in North Western Venezuela: Large-scale versus local drivers. Atmospheric Research, . 2016. Vol. 172-173, pag. 147-162.
Comparándolo con todos los demás pintores, Plinio el Viejo dijo que “a todos los que nacieron antes y a todos los futuros los superó Apeles de Cos” [1], pintor de corte de Filipo II de Macedonia (siglo IV a. C.). Apeles, al terminar sus cuadros, los exponía al público; y, escondido él mismo tras su obra, escuchaba los comentarios. Así es como, en cierta ocasión, escuchó el de un zapatero que criticaba –único crítico de la pintura de Apeles, al parecer, de que se tenga noticia- algún detalle del calzado del retratado. El pintor corrigió el error, y volvió a exponer su pintura al día siguiente. Ufano por ello el zapatero, se animó a seguir haciendo otras críticas que ya no venían a cuento. Por lo que el pintor le espetó: ne supra crepidam sutor iudicaret[2]. No debieron escasear en la antigüedad situaciones similares a ésta. “Tras haber erigido en Roma el insigne arquitecto Apolodoro algunos edificios admirables, habiendo sido criticado por el Emperador Adriano por no sé qué defecto, le respondió: ´Mejor vete a pintar calabazas, pues no sabes nada de arquitectura´”[3].
Pues bien; decíamos que en materia de Física éramos absolutamente legos. Seguiremos, pues, el consejo de Apeles al zapatero impertinente; en castellano llano: “zapatero, a tus zapatos”. Dejaremos, por tanto, la vertiente física del tema a los especialistas del CMC; si nos empeñáramos en incorporarnos a ella, sólo conseguiríamos –con toda seguridad- aumentar la ola de despropósitos que se van acumulando en torno a los Relámpagos. Sólo nos ocuparemos de despropósitos mucho más “pedestres”; nos limitaremos a los remiendos zapateriles de los que sí podemos hablar, a otros mitos más comunes y burdos. Por más que nuestra lezna, en el afán del trabajo, pueda punzar a alguien. Porque bien está que la musa urbana haya suscitado relatos, poemas y canciones populares al Farol del Catatumbo, que se convirtieron en soportes de la identidad maracaibera, y de los que el ciudadano común entiende que no van más allá de un mito, parte de su folklore. Pero puede haber otros mitos sin apariencia de tales, aunque mucho más folklóricos, que parece han confundido no sólo al ciudadano común, sino también al científico, inadvertido de que se trataba de algo que escapa al tema de su especialidad; y sobre lo que, antes de aceptarlo sin más, requieren, a lo menos, dudar de ellos y averiguar mejor.
Estos Relámpagos han servido desde siempre como guía de navegantes, por lo que se les ha llamado también Faro de Maracaibo. En efecto, entre los historiadores contemporáneos, el historiador zuliano e historiador del Zulia Gustavo Ocando Yamarte recoge el término de “Relámpago del Catatumbo”: “Un fenómeno llamativo del Zulia -dice- es el Relámpago del Catatumbo, denominado también Faro de Maracaibo. Fue llamado así porque en un tiempo era tomado por los pescadores como punto de referencia de orientación en su navegación”[4]. Aunque, al parecer, la noticia no es original suya. Aparece ya recogida en 1841, cuando el brigadier italiano Agustín Codazzi, primer geógrafo de Venezuela, manifiesta:
“Otro fenómeno luminoso conocido con el nombre de farol de Maracaibo es una luz que todas las noches se ve del lado del mar, como en el interior del país, a más de 40 leguas de distancia. El sitio en que este fenómeno se presenta es un terreno cubierto de bosques, pantanoso e inhabitado en las orillas del Zulia y cerca de su boca. Es como un relámpago continuado y su posición tal que, situado casi en el meridiano de la boca del lago de Maracaibo, dirige a los navegantes como un faro”.
También:
“A poco más de legua de la boca del Zulia o Escalante está la punta de Aguacaliente, y a su frente en el interior de la selva existe la ciénaga de este nombre; parece que sus aguas tienen en efecto una temperatura muy alta. En los fuertes calores se ve constantemente en este lugar un relámpago sin explosión que suelen llamar los navegantes el farol de Maracaibo por estar en su meridiano y el de la barra”.
Y, un par de páginas más adelante:
“En los lugares en que desemboca el Catatumbo, parece que se acumulan más frecuentemente los chubascos, y allí el trueno y los relámpagos asustan continuamente al navegante: parece que la materia eléctrica está concentrada en aquellos parajes, en los cuales se observa todas las noches un fenómeno luminoso que es como un relámpago que de tiempo en tiempo enciende el aire. Desde la mar se mira como si estuviese sobre la isla de Toas, que está casi en el meridiano de la barra de Maracaibo: pasa sobre las bocas del Catatumbo y sirve de guía a los marinos”[5].
Nótese cómo el autor pareciera reconocer que él no es un especialista en Física; a pesar de ello, su olfato geográfico presiente la peculiaridad de tal fenómeno. Sin embargo, sabe conservar su puesto, y solamente habla del aspecto físico de los Relámpagos como mero lego en la materia: “parece que la materia eléctrica está concentrada en aquellos parajes”; “que es como un relámpago”. Un buen ejemplo que debiéramos seguir todos. Con anterioridad a Codazzi no se puede omitir a Alejandro Humboldt a quien, si comparamos sus textos, parece haber tenido en cuenta el brigadier geógrafo. Dejemos anotado aquí ese dato, sobre el que volveremos enseguida.
Más modernamente, Centeno Grau, en un trabajo escrito en 1911, sostiene que el Relámpago del Catatumbo fue “observado por los descubridores del lago de Maracaibo”[6]. Hace su afirmación sin alegar fuente alguna que la sustente. Aunque, por más que los intereses de los conquistadores no incluyeran el estudio de raros fenómenos atmosféricos, es previsible que, en algún momento, alguien hubiese quedado sorprendido por lo extraño del fenómeno que, es de suponer, se daba ya en aquella época. Quizá por esto mismo, Beroes afirma también que el Relámpago fue “conocido siempre […] desde la época de la conquista”[7]. Sin embargo, hasta donde alcanzamos a comprobar, no hay testimonio alguno de aquel tiempo sobre el mismo. Si alguien contempló los Relámpagos, no lo captó como algo peculiar y de hacer notar, algo digno de ser reseñado en las crónicas. Lo único que podemos anotar al respecto, y aun no siendo un autor colonial ni propiamente un historiador, es el interesante relato del novelista colombiano William Ospina, que refleja de manera excelente las impresiones que debieron experimentar quienes –conquistadores o no- avistaban por primera vez la acción de los Relámpagos.
“…le habían dado a la región el nombre de trueno y la llamaban Catatumbo. Convencido de que los indios exageraban, Ursúa cabalgó con sus hombres más allá de las tierras de Chinácota y Cúcuta, esperando encontrar un lugar donde cayeran rayos con mucha frecuencia. Pero lo que encontró lo dejó mudo porque, llegados al atardecer, casi en las fronteras con la tierra de los alemanes, vieron palpitar en el cielo un fulgor incesante. Soldados de la compañía dijeron que a lo mejor habría una tormenta sobre el lago de Maracaibo. Pero a medida que se acercaban a la región de los relámpagos, la noche se mostró clara y llena de estrellas, no había indicio alguno de lluvia o tempestad y el relámpago seguía brillando en la distancia, iluminando las tierras vecinas, hasta que les pareció que en aquella tierra era siempre de día […] Se llevó en la memoria el espasmo de aquellas serpientes de luz en el cielo, el fogonazo interminable que abría cavernas en las lejanas nubes del lago y que revelaba en la noche inmensos países blancos hundiéndose callados en la distancia”.
Excelente relato, que no pasa de ser novelado, no histórico, producto de ficción imaginativa, como el propio Ospina lo hace notar algo más adelante[8].
Así que los dados –más el de Humboldt y algunos de sus coetáneos, a los que nos referiremos poco más adelante- serían los documentos más antiguos que nos hablan del Relámpago del Catatumbo. No hemos encontrado otros anteriores. Y, a pesar del entusiasmo y euforia maracaibera por sus Relámpagos, tal silencio no nos parece tan extraño. Que, por ejemplo, para nada haya mencionado a los Relámpagos Juan Antonio Navarrete –quien, cual otro Pico della Mirandola, habló de omni re scibili (“sobre todo lo cognoscible”) de su tiempo, en su Arca de Letras[9]-, no nos extraña en absoluto. No habría motivos en su época para sospechar que tal fenómeno meteorológico tuviera nada de fenomenal y apareciera como digno de estudiarse, y que no fuera considerado sino como manifestación de otra tormenta más.
Así las cosas, hemos de pasar a quienes, más o menos extensamente, han escrito en lo que podemos llamar ya “nuestra época”. Y, de entre ellos, es obligado comenzar con un serio investigador, Catedrático de la Universidad de Los Andes, en Mérida, Andrés Zavrotsky.
Notas
[1] Verum omnes prius genitos futurosque postea superavit Apelles Cous: Plinio el Viejo, Historia Naturalis, XXXV, 36, 79: Les Belles Lettres, París, 1950-1985; también, ed. de Fontán, A., y Otros, 4 vols., Gredos, Madrid, 1995-2010.
[2] Perfecta opera proponebat in pergula transeuntibus atque, ipse post tabulam latens, vitia quae notarentur auscultabat […] feruntque reprehensum a sutore, quod in crepidis una pauciores intus fecisset ansas, eodem postero die superbo emendatione pristinae admonitionis cavillante circa crus, indignatum prospexisse denuntiantem, ne supra crepidam sutor iudicaret: Plinio el Viejo, Historia Naturalis, XXXV, 36, 84-85.
[3] “Apollodorus, insignis architectus, cum Romae praeclara aliquot aedificia erigeret, reprehensus ab Hadriano imperatore quasi nescio qua in re peccasset, respondit: ´Abi potius, et cucurbitas pinge, nam tu quidem aedificandi artem plane ignoras´”: Lycosthenes, Konrad, Apophthegmatum ex optimis utriusque linguae scriptoribus, per Conradum Lycosthenem Rubeaquensem collectorum, loci communes, ad ordinem alphabeticum redacti, Juan Frellonio, Lyon, 1556, p. 91.
[4] Ocando Yamarte, Gustavo, Historia del Zulia, 2ª. ed., Ed. Arte, Caracas, 1996, p. 36.
[5] Codazzi Agustín, Resumen de la Geografía de Venezuela, Fournier, Paris, 1841, pp. 20, 464 y 466.
[6] Centeno Grau, M., “Estudios sismológicos”, en Boletín de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales, Caracas, 1968, año XXVIII, n. 79, p. 353. Cfr. también Centeno Grau, M., “El “Faro de Maracaibo” o el “Relámpago del Catatumbo”, en Acta Venezolana, Caracas, n. 1, julio-septiembre 1945, pp. 17-33.
[7] Beroes, Aurelio, “El Relámpago del Catatumbo”, en El Cojo Ilustrado, n. 257, septiembre de 1902.
[8] Ospina, William, Ursúa, Literatura Mondadori, Barcelona, 2012, edición sin paginar. Novela histórica. El adelantado Pedro de Ursúa (1526-1561), nacido en la villa navarra de Arizcun, fundador de la colombiana Pamplona. En su expedición por el Amazonas, murió asesinado por sus propios soldados, a instigación del famoso Lope de Aguirre, quien se alzó entonces con el mando. Páginas más adelante, Ospina aclara que “los encuentros de Ursúa… con el faro del Catatumbo, son imaginarios”.
[9] Navarrete, Juan Antonio (1749-1814?), Arca de Letras y Teatro Universal, ed. B. Bruni Celli, 2 vols., Academia Nacional de la Historia, Caracas, 1993.

Zavrotsky
El insigne matemático ruso Andrés Zavrotsky nació en San Petersburgo en 1904 y falleció en Mérida, Venezuela, en 1995. Perseguida y dispersada su familia por el régimen soviético, para huir de Rusia ideó ingresar a su ejército, donde solicitó ser trasladado a regiones extremas, de las que pudo pasar a China y luego a Japón. Allí hubo de sufrir, de nuevo, las consecuencias de la guerra. Repudiando por ello a Europa y Asia, llegó a Venezuela, en donde fue docente de las Universidades de Caracas y Mérida. Una vida así le obligó a dominar los idiomas ruso, japonés, inglés, francés, castellano y alemán. Poseyó un amplio conocimiento de Historia y Literatura. Pero destacó sobre todo en Matemática, sabiendo de memoria, por ejemplo, los logaritmos de los números, y con una asombrosa facilidad para el cálculo mental. En 1952, junto con Fausto González, realizó el cortometraje de animación El tesaracto o Hipercubo, para facilitar la comprensión de la cuarta dimensión, película que fue exhibida en el Congreso Internacional de Matemáticos, 14-18 de Agosto de 1958, en Edimburgo, Escocia[1]. En 1961 patentó un aparato (“La máquina de Zavrotsky”, U.S. Patent 2978818), para calcular el máximo común divisor de dos números enteros[2].
Para completar esta breve biografía de Zavrotsky nos parece oportuno referirnos a tres pasajes suyos, de algún modo relacionados con nuestro tema de los Relámpagos del Catatumbo. El primero de ellos, manifestativo del fino humor que, a pesar de su talante cerebral, supo manifestar el Catedrático. Irónico humor, a punto de, pero sin caer en, lo satírico; quizá por eso mismo más agudo. Es aquel en el que, refiriéndose a las causas de los Relámpagos del Catatumbo –entre las que en algún momento llegó a mencionarse el uranio-, dice así:
“A propósito de las substancias radioactivas, sería oportuno referir tal vez un gracioso episodio de hace varios años, cuando la prensa capitalina dio la noticia de que en las cercanías de Mérida fueron halladas minas de uranio. Los periodistas comenzaron a fabricar castillos en el aire, esperando que una substancia tan valiosa daría a Venezuela una riqueza mineral mayor que el petróleo, que Mérida se convertiría en un centro industrial de envergadura mundial: todo esto hasta cuando en el renglón de la “Fe de erratas” apareció la rectificación: “Donde dice uranio, léase urao”. Dicho producto, que se saca principamente de la laguna Yoama en Lagunillas, se vendía entonces a locha el paquete, pues su único uso industrial conocido fue para la fabricación del chimó”[3].
Los otros dos pasajes los tomamos de los biógrafos del Catedrático, en donde aparecen como transcripción literal de conversaciones con el mismo: “A partir del 15 de febrero de 1993, inicié una serie de conversaciones con el profesor Zavrostky, sobre diferentes temas, de las cuales he seleccionado las siguientes”[4]. Los traemos a colación porque, siempre en relación con el tema de los Relámpagos del Catatumbo, manifiestan claramente el pensamiento de Zavrotsky sobre cómo ha de llevarse a cabo toda investigación. Pareciera sospechar y adelantarse a los vergonzosos refritos que produciría más tarde el rebaño de sus imitadores –el “rebaño servil”, que diría Horacio[5]- destrozando los esfuerzos investigativos del Catedrático. He aquí los pasajes:
“De cómo algunos burócratas interpretan el estudio y la investigación. Hace como unos 30 años, hice un estudio sobre el Faro del Catatumbo, sacamos unas fotos, hicimos un estudio espectroscópico, gráfico, meteorológico […] En tiempos más recientes, yo me dirigí a la Dirección del Cine Universitario, proponiendo que se realizara este mismo estudio a mayor escala; bueno, me contestaron que para esto se necesitaría comprar un equipo nuevo, me propusieron hacer un edificio, un observatorio en la región del Catatumbo, de modo que según sus cálculos este estudio costaría, hasta donde recuerdo, unos 7 millones de bolívares. Yo a esto contestée: “La suma me parece un poco exagerada”, porque en aquel primer estudio que yo hice […], que sí dio unos resultados valiosos, para ser exacto, yo gasté solamente cien bolívares”.
“Sobre la manera alegre como algunos jurados aprueban tesis de grado en nuestras universidades. Un estudiante me propuso como tesis de grado un estudio sobre el Faro del Catatumbo. Yo le tracé el programa, le hice el estudio topográfico, determinación del epicentro, estudio espectroscópico para determinar la composición química de los gases que emiten esta luz, y algunos otros aspectos; para todo esto ya existe el instrumentario necesario; le dimos para efectuar este trabajo seis meses, tiempo suficiente: el viaje de aquí a Santa Bárbara dura hora y media, de modo que no existía impedimento; pasaron los seis meses y ni siquiera había salido de Mérida; ni siquiera hizo el viaje para ver con sus ojos este fenómeno, mucho menos se sacaron las fotos; yo dije entonces: “Señores del Jurado, no hay de dónde sacarle un solo punto”; entonces propusieron los miembros del Jurado cambiarle de tema; ¿cómo le parece?; en lugar del estudio del fenómeno -propuso el Jurado- que presente un estudio bibliográfico; que busque en la literatura quienes han escrito sobre este fenómeno; yo me opuse a esto, pero quedé en minoría: un voto contra dos. Bueno, entonces le dicto la lista de los autores que habían escrito sobre esto, Humboldt, Codazzi, Eduardo Rohl, Alfredo Ernst y otros; ni siquiera los leyó; no hizo absolutamente nada. Entonces en la reunión del Jurado, yo dije que no había que discutir, que no había de donde sacar un solo punto; pero otra vez con la mayoría de votos, fue aprobado y ahora es doctor”[6].
Hasta donde sabemos, Zavrotsky tiene el mérito indiscutible de haber estado al frente de la primera expedición científica –de nuestra época, al menos- a la zona del Catatumbo, para estudiar sus Relámpagos. En ocasión de ello publicó tres trabajos[7], quizá no muy difundidos, pero que motivaron algunas afirmaciones sobre el tema que nos ocupa. Unas afirmaciones no muy precisas, algunas de ellas, aunque explicables en aquellos primeros contactos del Catedrático ruso con el tema. No de otra manera deben ser tomadas, dadas la honestidad y responsabilidad investigativas que garantizan las opiniones que sobre él emitieron quienes le conocieron[8].
En el primero de esos artículos, de 1975, nada dice en referencia al apecto que tocamos en estas páginas. Sí trata de ello en los otros dos trabajos, en los que da una lista de autores que se han referido al Catatumbo. Éstos serían: Melchor Centeno Grau, Pablo Vila, Agustín Codazzi, Alfredo Jahn, Antón Goering, Carl Sachs, Julius Hann, y Jesús Flores Virla quien, a su vez, menciona a Adolfo Ernst y Humboldt[9]. Éste, así como Lope de Vega, figura también entre los citados por Zavrotsky; los destacamos aparte, pues habremos de referirnos especialmente a ellos.
Notas
[1] Cfr. American Mathematical Monthly, Vol. LXV, N. 6, Junio-Julio, 1958.
[2] Una descripción de este aparato puede verse en: Bosch, Carlos, El billar no es de vago: Ciencia, juego y diversión, FCE, México, 2012.
[3] Zavrotsky, Andrés, “Faro del Catatumbo: lo conocido y lo desconocido”, en Carta Ecológica, n. 56, Lagoven, 1991, p. 11. El chimó es una pasta de tabaco cocido y sal de urao que mascan los campesinos de los Andes venezolanos. Habremos de volver más adelante sobre este urao.
[4] Cfr. Rodríguez Rodríguez, J., “Conversaciones con Andrés Zavrotsky”, en Boletín de la Asociación Matemática Venezolana, vol. IV, n. 2, 1977, pp. 71-84 (aquí, p. 74).
[5] Servum pecus: Horacio, Epistolae, I, 19, 19, en Borzsák, S., (ed.), Horatius. Opera, Bibliotheca Teubneriana, Leipzig 1984, Madrid, 1988, p. 270.
[6] Rodríguez Rodríguez, J., “Conversaciones”, p. 74-75.
[7] Zavrotsky, Andrés, “El Faro del Catatumbo”, en Natura, Caracas, 1975, pp. 15-17; Zavrotsky, Andrés, “Faro del Catatumbo: lo conocido”; Zavrotsky, Andrés, “El nivel actual de los conocimientos acerca del Faro del Catatumbo”, en Revista Forestal Venezolana, Facultad de Ciencias Forestales ULA, Mérida (Venezuela), n. 25, enero-diciembre 1975, pp. 15-36.
[8] Véanse, p. ej., (de donde hemos tomado estos datos): Araujo, Oswaldo, “La ejemplar vida de Andrés Zavrotsky”, en Boletín de la Asociación matemática Venezolana, vol. IV, n. 2, 1977, pp. 9-12; Chalbaud Zerpa. C., Compendio histórico de la Universidad de Los Andes de Mérida de Venezuela, Vicerrectorado Académico, ULA, Mérida, 2000; Rodríguez Rodríguez, J., “Conversaciones”; Sira, Hebert, “El Andrés Zavrotsky aue aún puedo recordar”, en Boletín de la Asociación matemática Venezolana, vol. IV, n. 2, 1977, pp. 45-57.
[9] Centeno Grau, Melchor, “Estudios sismológicos”, p. 353; Vila, Pablo, Geografía de Venezuela, vol. I, Ministerio de Educación, Caracas, 1960, p. 206; Codazzi Agustín, Resumen, pp. 20, 464 y 466 (textos citados supra); Jahn, Alfredo, Observaciones glaciológicas en los Andes venezolanos, Biblioteca Venezolana de Cultura, Caracas, 1960, p. 23; Goering, Antón, Venezuela, el más bello país tropical, Mérida, 1962, p. 33; Sachs, Carl, Aus den Llanos. Schilderumg einer naturwissenschaftlichen Reise nach Venezuela, Leipzig, 1879, p. 205; Hann, Julius, Handbuch der Klimatologie, Engelhorn, Stuttgart, 1987, p. 330; Flores Virla, Jesús, “No es el Catatumbo el que relampaguea”, periódico La República, Caracas, 28-10-1966, p. 19.
Al parecer, la noticia de que Humboldt habla de los Relámpagos del Catatumbo, Zavrotsky la toma de Flores Virla; de hecho, tras anotar la referencia que éste hace del Barón, en el sentido de que éste ubicaba a los Relámpagos en el Delta del Catatumbo, Zavrotsky se lamentaba: “Desgraciadamente, el Dr. Jesús Flores no especifica en cuáles obras de Humboldt […] figuran estas citas, cosa que no nos fue posible comprobar posteriormente, a pesar de habernos dirigido a Humboldtstiftung y otras instituciones culturales de Alemania”[1]. Honesto investigador, confiesa no saber en qué obra Humboldt hace referencia a los Relámpagos; y busca información al respecto en Alemania, aunque sin éxito. Al parecer, allá tampoco estaban al tanto del dato; algo comprensible, al tratarse de un tema tan específico y de gran interés localista para Maracaibo, pero de escaso interés –al menos para el momento- desde la perspectiva alemana. Lo más que puede garantizar es que “se sabe, en particular, que Humboldt recorrió el curso del río Magdalena, y no está excluida la posibilidad de que, precisamente en este trayecto, pudo contemplar los fenómenos a los cuales se refiere en las observaciones siguientes: “Desde el mes de Diciembre al de Febrero…”. Es el fragmento que cita Codazzi y que se corresponde con el de Humboldt[2]. A partir de aquí se comenzará a citar a Humboldt como uno de los autores que hablan de los Relámpagos del Catatumbo.
Permítasenos un breve excursus. Y permítasenos asimismo distinguir entre ecologistas y lo que, en estas páginas, llamaremos “ecólogos”. Los primeros, todos lo sabemos, son los cultores de la ecología, es decir, los interesados por las relaciones entre los vivientes y el habitat, que eso es lo que nos sugiere la raíz “eco-“ (del griego oikos, “casa”; como en “economato”, “ecosistema”). Y llamaremos aquí “ecólogos” a aquellos cuyo interés se centra en otro “eco-“ (del griego echo; como en “ecograma”, “ecosonda” o, simplemente, “eco”). Eco fue la mitológica ninfa –para seguir con el tema de los mitos- del monte Helicón, enamorada de Zeus, castigada por Hera, la esposa celosa del dios, a no decir sino la última palabra de cuanto oyera. De ahí que, en castellano, la palabra haya pasado a significar, según la Academia de la Lengua, la “repetición de un sonido reflejado por un cuerpo duro”[3]. Pues bien; a este grupo de ecólogos parece pertenecer un buen número de escritores de hoy día que, sin pensarlo ni demasiado ni nada, se limitan a repetir, como eco, lo que otros dijeron anteriormente. Algo que Viloria ha catalogado como plagio[4]. Bondadosa catalogación; pues, a fin de cuentas, el plagio siempre es obra de un alguien; no así el eco, que es obra, simplemente, de una pared, una bóveda, una roca, “un cuerpo duro”; esto es, obra de un algo, un nadie.
Pues bien. La lectura del imponderable coro de ecólogos apunta a Zavrotsky como al origen de sus comentarios impertinentes. (Que nadie se ofenda. Impertinente es lo que no viene al caso, lo no concerniente, lo fuera de propósito. Es decir, lo contrario a pertinente. Y pertinere, en latín, es lo que viene a cuento, lo conducente a. Así lo usaba Cicerón: ad cultum etiam deorum pertinent: “corresponde al culto de los dioses”[5]). Coro de ecos, que repite lo que dijeron otros anteriormente; repetición, la mayoría de las veces, sin sentido.
Es la sorprendente ligereza con que, a menudo, se hacen afirmaciones, sin preocuparse de verificar la veracidad de lo que se afirma. Ligereza de quienes, por no atender al consejo de Apeles al que se aludía más arriba, provocan que otros autores, más pundonorosos con la verdad, salgan a la palestra para poner en evidencia los horrorosos errores a los que ágilmente conduce la ligereza investigativa. Es lo que sucede con dos ejemplos, de ligereza el uno, evidenciador el otro, precisamente a propósito del tema de los Relámpagos del Catatumbo. Nos referimos, por ejemplo, a ciertos trabajos de Nelson Falcón que pretende desvelar algunas incógnitas acerca de la naturaleza de los Relámpagos. No entraremos a comentar aquí los aspectos científico-físicos que en ellos estudia, pues ni somos quién para hacerlo, ni es el objetivo de estas páginas. Autores miembros del CMC, se han encargado de comentarlos. Alguno de estos trabajos provocó la respuesta de Ángel Viloria[6].
Aplaudimos el interés del segundo por desenmascarar, en su respuesta, imprecisiones y errores. Pero no entraremos en la disputa entre ambos; ni en la dura crítica que, del trabajo de Falcón hace en general Viloria, calificándolo de barahúnda de mentiras, vulgares tratos de charlatanería, falto de madurez científica, de imprecisión terminológica, vergonzosa redacción, plagio, asombrosa compilación de constructos poco probables y conjeturas desatinadas, y falta de calidad en las observaciones de campo. Viloria hace un minucioso análisis del artículo de Falcón, para concluir no sólo poniendo en duda la autenticidad de la descripción que –dice- “se atribuye” a Humboldt, y que él lamenta no haber podido ubicar; sino concluyendo incluso que “se hace evidente que éste [el pasaje humboldtiano] no es referencia al Relámpago del Catatumbo”[7].
De entrada, a Viloria parece enervar la actitud de Falcón de implicar en la autoría de su trabajo a personas –el propio Viloria incluido- que quizá no supieron de él hasta verlo impreso. Pero entendemos, sobre todo, el escrito de éste no tanto como pretensión de desacreditar a Falcón, sino como la actitud de seria crítica a cuanto pueda desviar de ese acercamiento a la verdad. Actitud que aplaudimos. No creemos que la búsqueda de la verdad que su escrito manifiesta, se opondrá a la nuestra propia. Más bien se contentará por haber sido ocasión de mayor esclarecimiento de la verdad sobre los Relámpagos del Catatumbo. Amicus Plato, sed magis amica veritas[8]. Porque se equivoca Viloria al concluir que el pasaje al que alude Falcón “se atribuye” a Humboldt. Y no es que se atribuya al Barón; con toda certeza es del Barón, y puede compulsarse en el lugar que hemos dado de él. Que Viloria no lo haya podido ubicar en las ediciones por él consultadas (todas de la misma traducción en ediciones subsecuentes) no es suficiente para dudar de su autenticidad, por más que su argumentación en contra del texto aludido por Falcón sea absolutamente válida.
Pero tiene razón Viloria porque, aunque el pasaje sea de Humboldt, y por más que venga “avalado” por Codazzi, en el texto que Falcón y Viloria discuten, el Barón refiere lo que suele suceder, de diciembre a febrero, en la región de los Llanos venezolanos[9]; pero nada tiene que ver con los Relámpagos del Catatumbo. Humboldt sí hace referencia a éstos, pero en otro lugar muy distinto. Zavrotsky -y a partir de él Falcón y buena parte del coro de ecólogos- equivoca el pasaje humboldtiano, y transcribe –en sus dos trabajos, tanto en 1975 como en 1991, dieciséis años más tarde[10]- aquel en que el alemán hace referencia a fenómenos atmosféricos típicos, sí, de los Llanos venezolanos; pero en el que nada menciona respecto a los Relámpagos. Todo el problema parece radicar en que Falcón repite a Zavrotsky, sin haber verificado, al parecer, el texto de Humboldt, y poniendo en evidencia que lo que escribe no es sino un eco –Viloria diría plagio- a Zavrotsky. A pesar de ser concisamente escueto en detalles, a partir de éste, y aunque no siempre reconociendo esta raíz, comenzará a pulular la facundiosa verborrea de tanto ecólogo erudito a la violeta. Al parecer, Falcón estaría colocándose con esto al frente de buena parte de voces que componen el que hemos llamado coro de ecólogos, en el tema de los Relámpagos del Catatumbo.
Encontrar las palabras “Catatumbo” o “farol de Maracaybo” en las obras de Humboldt, cosa que hoy día es una fácil operación con cualquier buscador computacional, resultaba casi imposible de realizar en 1975, aun para el personal del Humboldtstiftung. Sobre todo, decimos, por el reducido interés localista que podría tener el tema no tanto cuando escribía Zavrotsky, sino cuando escribía Humboldt quien, de hecho, había “relegado” la noticia a una nota a pie de página. Pero en la que, clara y explícitamente, se hace referencia a “las orillas del río Catatumbo, cerca de su unión con el río Sulia”, lugar cercano ya a la desembocadura en el lago de Maracaibo. La irregularidad ortográfica del topónimo “Sulia” tiene aquí un valor confirmatorio de lo que decimos; indudablemente, Humboldt escribía los nombres topográficos según los oía, “Sulia” por “Zulia”, según el lenguaje oral de sus informantes nativos, con el seseo típico en los países de América Latina. El fragmento en cuestión es el siguiente:
“¿Qué cosa es el fenómeno luminoso conocido con el nombre de farol de Maracaybo que todas las noches se ve del lado del mar como en lo interior del país, por ejemplo en Mérida, donde el señor de Palacios lo ha observado durante dos años? La distancia de más de 40 leguas a que se distingue la luz ha hecho creer que podría ser el efecto de una tempestad o de explosiones eléctricas que tuviesen lugar diariamente en una garganta de montañas y aun se asegura que se oye el ruido del trueno cuando se aproxima uno al farol. Otros pretenden vagamente que esto es un volcán de aire y que terrenos asfálticos parecidos a los de Mena, causan exhalaciones inflamables y tan constantes en su aparición. El sitio en que este fenómeno se presenta es un país montañoso e inhabitado en las orillas del río Catatumbo, cerca de su unión con el río Sulia. La posición del farol es tal que, situado casi en el meridiano de la boca de la laguna de Maracaybo, dirige a los navegantes como un fanal”[11].
Erik Quiroga discute si fue o no Humboldt el primero en hablar sobre los Relámpagos del Catatumbo. Al respecto, hace intervenir en el asunto los nombres de Juan Bautista Boussingault y –en expresión de Humboldt en su texto- el del “señor de Palacios”[12]. Coetáneos los tres, aunque con alguna diferencia de fechas, podríamos establecer entre ellos un cierto orden cronológico: Palacio (1784-1819), Humboldt (1769-1859), y Boussingault (1802-1887). Este último, un científico francés viajero por Venezuela a partir de finales de 1821, cuando contaba más de ochenta años escribió unas Memorias sobre su periplo americano, que fueron editadas entre 1816 y 1831[13]. Llegó a ser Coronel del ejército de Bolívar. Fue un informante de Humboldt, cuando éste había regresado ya a Europa; en la Introducción a la edición de las Memorias, efectuada por el Banco de la República de Colombia, Germán Carrera Damas destaca la confesión del propio Boussingault de que “Humboldt se interesaba vivamente en nuestra expedición: debíamos recorrer los sitios por él visitados hacía 20 años y residir allí para completar algunas de las observaciones que había hecho”[14].
Boussingault es explícito en la noticia de lo que él llama Farol de Maracaibo. En efecto, en su asiento correspondiente al 25 de abril de 1823, anota:
“Desde “El Estanque” vimos durante la noche esas singulares luces que habíamos observado en Mérida y San Juan; son conocidas con el nombre de “farol de Maracaibo”; se divisan desde las costas del mar, como del interior y se asegura que son visibles a más de 40 leguas de distancia; parece ser que esas llamas, esas fosforescencias nacen en el río Catatumbo, cerca del río Zulia. El “farol” por su posición y persistencia, dirige como un verdadero faro, a los navegantes que frecuentan el golfo de Maracaibo. Una leyenda dice que esas apariciones luminosas se deben al alma en pena del tirano López de Aguirre […] Esos meteoros luminosos que siempre se divisan de noche desde las montañas de Mérida, tienen la apariencia de rayos de calor, rayos sin trueno, que muy frecuentemente se ve brillar en los valles de las regiones cálidas, desde las mesetas de las cordilleras. De resto, nadie ha encontrado alguna sustancia bituminosa, espontáneamente inflamable, o un gas fosforescente al que sea posible atribuir el fenómeno del “farol” de la laguna de Maracaibo”
Y el día 2 de mayo continúa aún:
“Nos quedamos allí [Cúcuta] hasta el 5 de mayo y durante las tres noches que pasamos en esta ciudad volvimos a ver, hacia el norte, la luz del “farol” del río Catatumbo. Esta luz lejana no tiene la apariencia de rayos ni en ella se distingue los centelleos y el zig-zag del relámpago; es como un vapor luminoso, muy fugaz que abarca un gran espacio y aparece y desaparece con suficiente rapidez para hacer creer que es permanente”[15].
En honor de la verdad, hemos de insistir en que el autor de este último fragmento no es, como erróneamente sostiene Quiroga, Manuel Palacio, sino el mismo Boussingault.
Obviamente, pues, no fue éste el primer autor que dejó testimonio escrito sobre nuestro Relámpago. Tradicionalmente se ha señalado como tal al testimonio anterior del barón Humboldt, quien inició su viaje a Venezuela en 1799, relatándolo entre 1799 y 1804, y editando sus datos en 1789-1804. Ya hemos dejado reflejado su texto. Pero el propio Humboldt hace referencia en él al “señor de Palacios” quien, según el propio barón, observó el Relámpago desde Mérida durante dos años, y le informó sobre el fenómeno[16].
Quiroga estudia el caso de este “señor de Palacios”. Importante nos parece su identificación como el Prócer de la Independencia venezolana Manuel Palacio Fajardo (1784-1819). Pero obviamente errónea la afirmación con que, refiriéndose a Palacio, titula su noticia como “Un llanero fue el primer observador del Relámpago”; pues parece sobradamente extraño que antes de Palacio nadie se hubiera percatado del susodicho Relámpago, y otros muchos no lo hubieran observado también. Por otro lado, la narración de haberlo contemplado el 2 de mayo de 1823, desde la ciudad de Cúcuta, no corresponde a Palacio -que en 1823 ya había fallecido-, como pretende Quiroga sino, según hemos señalado, a Boussingault. Resulta, además, ilógico que sostenga que es Palacio quien primero escribió sobre el Relámpago, habiendo sostenido anteriormente, y sin que ahora se desdiga de ello, que la primera referencia escrita a tal fenómeno atmosférico aparece ya en La Dragontea de Lope de Vega[17]. Una cosa es que Palacio proporcionara datos a Humboldt, y otra distinta que entre esos datos –escritos- estuviera el del Relámpago; si los hubo, hasta el momento no han aparecido. Y sólo contamos con la referencia indirecta, mediante el testimonio del barón alemán. Quiroga parece confundir al Relámpago con el urao, sobre el que Urbani recoge el testimonio del propio Palacio: “El año pasado (1815) tuve el honor de transmitir al Barón de Humboldt en París, una muestra de Urao”[18]. Pero sin que Palacio ni Quiroga expliquen la relación que pueda haber entre el Relámpago y el urao. Una relación no exenta de humor que, en todo caso, habría que buscarla –según vimos- en Andrés Zavrotsky. También Boussingault hablaría del urao; tanto en sus Memorias, como en la “Memoire sur l’urao (carbonate de soude)”[19]
Pero, aun concediendo que Palacio hubiera escrito sobre el Relámpago, tampoco hubiera sido el primero en hacerlo. Anterior a todos estos que hemos ido mencionando hay que citar, quizá, a Francisco Depons, coetáneo también de Humboldt y viajero por Venezuela en la misma época[20], escribe así a propósito del lago de Maracaibo:
“Al noreste del lago, en la parte más estéril de sus orillas y en un lugar llamado Mena, hay un caudal inagotable de pez mineral, que es el verdadero asfalto natural (pix montana). Esta pez, mezclada con sebo, sirve para calafatear embarcaciones. Los vapores bituminosos que emanan de esta mina se inflaman tan fácilmente en el aire que durante la noche se ven sin cesar fuegos fosfóricos que hacen el efecto de relámpagos. Se observa que son más continuos en los bgrandes calores que en los tiempos fríos. Se les llama Farol de Maracaibo, porque sirven de faro y brújula a los Españoles y a los Indios que navegan en el lago sin instrumento y sin compás”[21].
Nótese, no obstante, que Depons confunde estos pseudo-relámpagos con los del Catatumbo. Pocos años más tarde, Dauxion[22] escribía todavía unas líneas que bien podríamos poner en relación con los Relámpagos de que hablamos: “En la orilla noroeste del lago de Maracaibo hay una considerable mina de asfalto, de la misa naturaleza que la de Trinidad”[23]. La edición castellana incluye aquí la siguiente nota aclaratoria: “Depósitos de asfalto de Inciarte”. Este Inciarte es un depósito de asfalto situado al pie de la sierra de Perijá, a unos 90 kilómetros al oeste de Maracaibo, cerca del río Cachirí.
Queda que estudiemos el otro autor citado por Zavrotsky, Lope de Vega. Pero será necesario un nuevo paréntesis, que nos prepare a tal estudio. Porque si Falcón fue ocasión al surgimiento de voces para el coro de ecólogos, este coro vendrá a completarse con otras voces más; voces que resultaron más “graves” que las primeras.
Notas
[1] Zavrotsky, Andrés, “El nivel actual”, p. 16; también: Zavrotsky, Andrés, “Faro del Catatumbo: lo conocido”, p. 10. Zavrotsky se refiere a Flores Virla, Jesús, “No es el Catatumbo”, p. 19.
[2] Zavrotsky, “Faro del Catatumbo: lo conocido”, p. 6; Codazzi Agustín, Resumen, p. 530; Humboldt, Alejandro, y Bonpland, Aimé, Viage a las Regiones Equinocciales del Nuevo Continente, Casa de Rosa, Paris, 1826, vol. 2, Libro VI, Cap. XVIII, pp. 474-476.
[3] Diccionario de la lengua española, ed. Real Academia de la Lengua.
[4] Viloria, Ángel, “Petróleo, ríos y relámpagos”, p. 148.
[5] Cicerón, Cato Maior de Senectute, XVI, 56, ed. E. S. Shuckburgh, M. Tulli Ciceronis: Cato Maior de Senectute, Macmillan, London, 1895.
[6] Respectivamente: Falcón, Nelson, y Otros, “Modelo Electroatmosférico”; y Viloria, Ángel, “Petróleo, ríos y relámpagos”.
[7] Viloria, Ángel, “Petróleo, ríos y relámpagos”, p. 148 y 149. También véase Muñoz, Ángel et al., “The Catatumbo Lightnings”; Bürgesser et al., “Characterization of the lightning activity”; Muñoz et al., “Seasonal prediction of lightning”.
[8] “Platón es mi amigo, pero la verdad lo es más”. La frase se basa en Aristóteles (Cfr. Araujo, M., y Marias, J., Aristóteles: Etica a Nicómaco, L. I, cap. 6, 1096a 16, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1994, p. 5) a quien, aplicada a Sócrates, se la atribuye Ammonio: Amicus Socrates, sed veritas amicissima (“Sócrates es mi amigo, pero la verdad es mi mayor amiga”: Aristotelis vita, Auctore Ammonio, en Buhle, Theophilus, Aristotelis opera omnia graece, Typographia Societatis, Zweibrücken (Bipontinum), 1791, vol. I, p. 45). Cervantes la popularizó tal como la hemos expresado, al final de una carta de Don Quijote a Sancho, Gobernador de su ínsula: “amicus Plato, sed magis amica veritas. Dígote este latín porque me doy a entender que después que eres gobernador, lo habrás aprendido”: Cervantes, Miguel, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, Juan de la Cuesta, Madrid, 1605, P. II, Cap. 51.
[9] Falcón, Nelson, y Otros, “Modelo Electroatmosférico”, p. 156; Zavrotsky, Andrés, “El nivel actual”, p. 18-19; Humboldt, Alejandro, y Bonpland, Aimé, Viage vol. 2, Lib. VI, Cap. XVIII, p. 474; Viloria, Ángel, “Petróleo, ríos y relámpagos”, p. 149.
[10] Zavrotsky, Andrés, “El nivel actual”, p. 6-7; y Zavrotsky, Andrés, “Faro del Catatumbo: lo conocido”, p. 18-19.
[11] Humboldt, Alejandro, y Bonpland, Aimé, Viage, vol. 2, Lib. V, Cap. XVI, p. 390, nota.
[12] Quiroga, Erik, “Un llanero fue el primer observador del Relámpago”, en la página web (última consulta: 5-7-2016): http://www.panorama.com.ve/ciudad/Un-llanero-fue-el-primer-observador-del-Relampago---20150802-0012.htm ; Boussingault, Jean-Baptiste, Mémoires, 5 vols., Chamelot et Renouard, París, vol. I, 1892; vol. 2, 1822-1823; vol. 5, 1903; trad. de Alexander Koppel de León, 5 vols., Banco de la República de Colombia, Bogotá, 1985. En la pág. web: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/historia/memov1/memov0.htm (última consulta 5-7-2016); Humboldt, Alejandro, y Bonpland, Aimé, Viage a las Regiones Equinocciales del Nuevo Continente, Casa de Rosa, Paris, 1826, vol. 2, Lib. V, Cap. XVI, p. 390, nota.
[13] Boussingault, Jean-Baptiste, Mémoires.
[14] Carrera Damas, Germán, en “Las Memorias de un naturalista y científico que cedió a la tentación de ser observador y crítico social”, Introducción a Boussingault, Juan Bautista, Memorias.
[15] Boussingault, Juan, Memorias, cap. IV; también: Rivero y Ustáriz, Mariano, y Boussingault, Jean Baptiste, “Memoire sur l’urao (carbonate de soude)”, en Annales de Chimie et de Physique, París, 1825, n. 29, pp. 110-111.
[16] Humboldt, Alejandro, y Bonpland, Aimé, Viage 6, vol. 2, Lib. V, Cap. XVI, p. 390, nota.
[17] Quiroga, E., “Un llanero”; Boussingault, Juan, Memorias, cap. IV; cfr. p. ej., en la pág. web: http://www.noticias24.com/actualidad/noticia/35284/efe-relampago-del-catatumbo-impidio-ataque-de-un-pirata-a-maracaibo/
[18] Urbani, Franco, 1989. “Notas sobre los carbonatos de calcio y sodio de la laguna de Urao, Mérida”, Boletín de historia de las Geociencias en Venezuela, n. 36, Caracas, 1989, pp. 1-15; cfr. la página web (última consulta: 5-7-2016): http://www.pdv.com/lexico/pioneros/palacio.htm; también: Urbani, Franco, “Manuel Palacio Fajardo (1784-1819) y su contribucion a las ciencias naturales”, en la p. web (última consulta: 12-7-2016): http://www.acading.org.ve/info.comunicacion/criterioopinion/sillon_XXVI/Notas_biograficas_Manuel_Palacio_Fajardo_1784-1819-Urbani.pdf
[19] Boussingault, Juan, Memorias, cap. IV, en la pág. web (última consulta: 9-7-2016): htpp://www.banrepcultural.org/blaavirtual/historia/memov1/memov5b.htm; Boussingault, Juan, Memorias, cap. IV, en la pág. web: htpp://www.banrepcultural.org/blaavirtual/historia/memov1/memov5b.htm (última consulta: 9-7-2016); también: Rivero y Ustáriz, Mariano, y Boussingault, Jean Baptiste, “Memoire sur l’urao”.
[20] Humboldt (1769-1859) inició su viaje a Venezuela en 1799, imprimiendo su obra en 1789-1804. Depons (1751-1812), viajó por Venezuela de 1801 a 1804 y editó su Voyage en 1806.
[21] Au nord-est du lac, dans la partie la mas stérile de ses bords et dans un endroit qu´on appelle Mena, il existe un fonds inépuisable de poix minérale, qui est le vrai pissaphalte naturel (pix montana). Cette poix mêlée avec du suif sert á goudronner les bâtimens. Les vapeurs bitumineuses qui s´exhalent du foyer de cette mine, s´enflamment si facilement à l´air, que pendant la nuit on y voit sans cesse des feux phosphoriques qui font l´effet des éclaires. On remarque qu´ils sont plus continus dans les grandes chaleurs que dans les temps frais. On les appelle la Lanterne de Maracaïbo, parce qu´ils servent de phare et de boussole aux Espagnols et aux Indiens qui naviguent sur le lac sans instrument et sans compas: Depons, F., Voyage à la partie orientale de la Terre-ferme, dans l’Amérique Méridionale, 2 vols., Paris, 1806, vol. I, Cap. II, p. 133-134: Lac de Maracaibo; trad. Castellana de Planchan, Enrique, Viaje a la parte oriental de Tierra Firme en la América Meridicional, Banco Central de Venezuela, Caracas, 1960.
[22] Jean-Joseph Dauxion Lavaysse (1774-1829) inicia su viaje en 1791 y publica su obra en 1813.
[23] Sur le rivage nord-ouest du lac Maracaibo est une mine considerable d´asphalte, de même nature que celui de a Trinidad: Dauxion Lavaysse, Jean-Joseph, Voyage aux îles de Trinidad, de Tabago [sic], de la Marguerite et dans diverses parties de Vénézuéla, dans l´Amérique Méridionale, Schöell, Paris, 1813, vol. 2, p. 133; trad. castellana de Lemmo, Angelina, Viaje a las islas de Trinidad, Tobago y Margarita y a diversas partes de Venezuela en la América Meridional, UCV, Caracas, 1967, p. 219.
Cardozo Galué, recoge algunos nombres de autores y obras que han hablado de los Relámpagos del Catatumbo: Beroes; el cronista de la ciudad de Maracaibo Guerrero Matheus; Schael; y la Revista Heraldo Americano[1]. Beroes, en el citado trabajo, confiesa haber sido informado de los Relámpagos por Jesús Muñoz Tébar; trae asimismo textos, sobre el mismo tema, de Eduardo Mac Gregor, de Wenceslao Briceño Méndez y sus alusiones a las emisiones de asfalto y de Adolfo Ernst. Se podrían añadir a éstos otros más, como José Ignacio Arocha, al más arriba citado Mariano Torrente, o Juan Besson[2]. Evidentemente, no pretendemos que la enumeración sea exhaustiva.
Pero falta que nos refiramos a los testimonios escritos producidos en nuestros días. Aunque dudamos mucho en llamarlos testimonios, pues muy poco es lo que testifican y de lo que pueden dar fe. Pero abundan, más de lo esperado y deseado. De estos demasiado abundantes testimonios ecólogos al respecto, daremos sólo un muestreo, en modo alguno exhaustivo, por más que sí hubiéramos deseado desenmascarar a tanto –cual otros Francis Drake- filibustero de la investigación; nos limitaremos a los más a la mano. La inmediata reflexión que surge al leerlos es que, si suntuoso y suntuario son concreciones del abstracto suntuosidad, y superficie y superficial son también consecuencia de concretar la superficialidad, paralelamente, si las afirmaciones “ecológicas” que aquí presentaremos nos dejan estupefactos y nos causan estupor (stupeo, “causar asombro”), habrá de sospecharse que tales testimonios lo que pretenden es tratar al lector de estúpido. Un claro insulto a la inteligencia del lector.
Independientemente de otros textos que pueda ser oportuno alegar más adelante, he aquí la secuencia de algunos que hemos espigado para conformar el coro de ecólogos. Los daremos de momento sin comentario alguno; y, relativamente, en orden cronológico de aparición. El texto más antiguo de los que citaremos corresponde a Nelson Falcón: “La zona de ocurrencia del Relámpago del Catatumbo no varía desde su primera mención escrita en 1597”; esta mención escrita –de la que, siguiendo a Zavrotsky, se asegura que es la primera-, según la cita que alega en nota, sería La Dragontea de Lope de Vega. Afirmación similar repetirá Falcón en otro trabajo más[3].
Rodríguez Díaz y Escamilla Vera, sin empacho alguno, afirman solemnemente lo que no parece sino otro mito más elaborado por el coro de ecólogos. El bulo se ha difundido, sin mayor prueba de ello: “Uno de los primeros testimonios del Faro de Maracaibo o Relámpago del Catatumbo se conserva en el Archivo de Indias de Sevilla y corresponde a las Relaciones de la Real Audiencia de Panamá, de 1597, cuyo autor fue el pirata Francis Drake. En este material se basó Lope de Vega para escribir las octavas 44-46 del Canto IV, de su obra La Dragontea”[4]. La afirmación la encontramos repetida, y a la letra, en escritores como García MacGregor, quien además responsabiliza de ella al propio Zavrotsky: “Según aseveración del profesor Andrés Zavrotsky, uno de los primeros testimonios del Faro de Maracaibo se conserva en el Archivo de Indias de Sevilla y corresponde a las Relaciones de la Real Audiencia de Panamá, de 1597, cuyo autor fue el pirata Francis Drake. En ese material del corsario se basó Lope de Vega para escribir las octavas 44-46 del Canto IV, de su obra La Dragontea”[5].
Hemos señalado más arriba nuestra impresón de que algunos de estos testimonios sobre los Relámpagos seguirían una línea iniciada por Nelson Falcón. Y ahora hemos de señalar igualmente una segunda línea. Es la que estaría encabezada por Erik Quiroga, a juzgar por la persistente figuración de su nombre en buen número de ellos. Su entusiasmo por la concesión de la figuración de los Relámpagos del Catatumbo en el Libro Guinness a principios de 2014 -de la que fue promotor- ha de ser, sin duda, el responsable de que él se haya dedicado, por sí y ante sí y con sorprendente tranquilidad, sin dar argumentos que lo demuestren, a distorsionar y divulgar las falsas realidades a las que nos estamos refiriendo, pontificando sobre ellas y difundiéndolas ampliamente por distintos continentes. Aunque sea a base de repetir siempre lo mismo. Repeticiones que, justo es decirlo, se deben muy posiblemente a alguna nota de prensa proporcionada por Quiroga y difundida en distintos medios, tanto impresos como electrónicos. He aquí varios ejemplos que confirmarían nuestra suposición; comenzando la Agencia EFE y el periódico español La Información, según la página web de éste, del 10 de abril de 2009, en noticia bien precisa en detalles:
“El Relámpago del Catatumbo […] frustró en 1595 un ataque del pirata inglés Francis Drake a la ciudad de Maracaibo, recordó hoy el ambientalista venezolano Erik Quiroga. El episodio está recogido en La Dragontea, de Lope de Vega, y relata cómo la luminosidad desplegada por el relámpago le permitió a un vigía divisar las naves de Drake y alertar a la guarnición, que logró repeler el ataque nocturno. Quiroga indicó a EFE que Lope de Vega recogió el suceso de las “Relaciones de la Real Audiencia de Panamá” y lo vertió en las octavas 44-46 del Canto IV”.
La misma información, con el mismo título y –prácticamente- mismo texto, y debido al mismo informante Quiroga, aparece también el 5 de diciembre del mismo año, en la peculiar página Semestre@ULA*Virgilio, firmada por Virgilio Vanubisxxi[6].
Unos años más tarde, el 18 de julio de 2015, por medio de su Corresponsal Rodolfo Rivera Vázquez, en su informe Lago de Maracaibo: Epicentro del relámpago del Catatumbo, aparecía la siguiente información proporcionada por Quiroga:
“Los historiadores sostienen incluso que, en su momento, dejó impactado al propio pirata Francis Drake […] La fascinación por el fenómeno se remonta al poema épico “La Dragontea”, de Lope de Vega escrito en 1598, (Relatos de las Relaciones de la Real Audiencia de Panamá del año de 1597). Se refiera [sic] a un hecho ocurrido en 1595 cuando el corsario Francis Drake, intentó en la noche tomar la ciudad de Maracaibo, capital de Zulia, en un ataque por sorpresa. El vigía pudo avistar la silueta de los barcos en plena noche, gracias a la luz del “Relámpago del Catatumbo” y dio aviso a la guarnición que actuó de inmediato y puso en fuga al pirata inglés, salvando la ciudad del inminente saqueo”[7].
Es la misma –literalmente- información que, proporcionada igualmente por Quiroga, publicaba el mismo día el periódico 20 Minutos[8]. Y con las mismas precisas palabras, incluido el error tipográfico señalado, y acreditando asimismo la información a Quiroga, da la noticia el 23 de diciembre del mismo año, el Zócalo Saltillo, de Cohuila, México, bajo el título de “Relámpago del Catatumbo”, impactante fenómeno en Venezuela[9].
Hay otros, más osados, que no se refieren ya a La Dragontea como “uno de los primeros” testimonios sobre los Relámpagos sino, taxativamente, el primero: “El primer reporte escrito de este fenómeno meteorológico se remonta a 1597, cuando Francis Drake lo menciona en Relaciones de la Real Audiencia de Pamamá, material que a su vez le sirvió a Lope de Vega para escribir La Dragontea (Zabrotsky [sic], 1991; citado por Rodríguez D. Alberto y Escamila [sic] V. Francisco)”[10].
Quizá merezca mención especial la noticia más reciente de cuantas traemos aquí a colación. Va fechada el 16 de mayo de 2016. Bajo el título de “Cuando el Relámpago del Catatumbo salvó a Maracaibo de los piratas”, está publicada por quien se autodenomina “Venezuela inmortal”[11]; lo que nos hizo abrigar esperanzas de encontrar un escrito enjundioso. Pero, tristemente, su contenido sólo alcanzó para que recordáramos el viejo refrán: “Salida de potro andaluz, y llegada de burro manchego”. No de otra cosa sino de una llegada así fue la impresión de encontrarnos con alguien con aires de invencible, orgulloso de rememorar los delirios de un Lope de Vega cantando la espantada de Drake ante los reflejos del Catatumbo; un invencible que, a estas alturas, es capaz de puntualizar que todo eso sucedía, precisamente, “de madrugada”; o de convertir a Maracaibo en imponente puerto de embarque de oro y plata; o de precisar que todo ello se encuentra historiado en unas minuciosas “Cuentas del Tribunal Superior de Justicia de Panamá”. Por no citar su críptica frase final: “en el verso de la última expedición de Drake y la muerte”.
Similares alusiones al abandono del ataque a Maracaibo por parte de Drake, así como a La Dragontea de Lope como primer documento escrito sobre los Relámpagos, han sido hechas también por prestigiosos periodistas como Antonio Martínez Ron (“In 1595 sir Francis Drake tried to attack the city of Maracaibo but the local defence caught sight of his ships thanks to the light from the storm”) y por el corresponsal de “The Guardian” para la costa oeste de USA Rory Carroll (“Francis Drake abandoned a sneak attack on the city of Maracaibo in 1595 when lightning betrayed his ships to the Spanish garrison […] In addition to warding off Drake’s naval assault –an event celebrated in Lope de Vega’s 1598 epic poem–…”); así como la página Wondermondo (“In 1595 the lights of thunder prevented the attack of English pirate Sir Francis Drake on Maracaibo - garrison of the city noticed his ships in the light of distant lightnings. Spanish poet Lope de Vega mentioned this unusual landmark in his epic poem “La Dragontea” in 1597: it tells about the defeat of the hated Francis Drake at Nombre de Dios, Panama”)[12].
Para que el coro estuviese más completo, se unió también a él la voz de la televisión. Nos referimos al Canal Telesur que, sin el recato investigativo del que debería hacer gala un canal multiestatal, repitió la “noticia” del Pirata Drake sorprendido y ahuyentado en sus incursiones por el Relámpago. En efecto, en la página web de dicho Canal, publicada el 21 de agosto de 2015, y como pie a una fotografía de Prensa Corzutur, podemos leer: “Los libros de historia muestran que el relámpago ha tenido un papel preponderante para Venezuela, salvándola de dos invasiones: la primera fue en 1595 cuando iluminó la flotilla del corsario inglés Francis Drake que pretendía saquear la ciudad de Maracaibo”[13]. Es de lamentar que no añadiera la lista de esos libros de Historia, para que quienes no tengan la suerte, como Telesur, de acceder a ellos, pudieran salir de su ignorancia y documentarse mejor.
Notas
[1] Cfr. Cardozo Galué, Germán, Bibliografía Zuliana. Ensayo, 1702-1975, Universidad del Zulia, Maracaibo, 1987, nn. 546, 2181, 4008 y 2246 respectivamente; Beroes, Aurelio, “El Relámpago”, (Cardozo no da referencia bibliográfica de este trabajo); Guerrero Matheus, Fernando, En la ciudad y el tiempo, Banco de Fomento Regional Zulia, 1967; Schael, Guillermo, Restauración de la fortaleza de San Carlos. Episodios históricos y personajes de Maracaibo, Fundación Belloso, Maracaibo, 1971; Heraldo Americano, Revista mensual, año 3, vol. 2, nn. 26 y 27, Caracas, nov. 1930.
[2] Cfr. García Mac Gregor, Ernesto, Historia de Maracaibo, Formación del Lago de Maracaibo, en la página web http://garciamacgregor.com/historia-de-maracaibo/maracaibo-los-tres-primeros-siglos/246-2/ (última consulta: 24-4-2015); Briceño Méndez, Wenceslao, Informe presentado al Poder Ejecutivo del Estado por el General Wenceslao Briceño Méndez sobre… los depósitos de petróleo, betunes y asfaltos, 1876; Arocha, José Ignacio, Diccionario Geográfico, estadístico e histórico del Estado Zulia, Imprenta Ameriana, Maracaibo, 1894; Torrente, Mariano, Geografía; Juan Besson, Historia del Estado Zulia, Belloso Rossell, Maracaibo, 1945.
[3] Falcón, Nelson, y Otros, “Modelo Electroatmosférico”, p. 156; Falcón, Nelson, Sobre el origen y recurrencia del relámpago del río Catatumbo, en Faraute, Revista de Ciencias y Tecnología, vol. 1, n. 1, Univ. de Carabobo, Valencia, 1998.
[4] Rodríguez Díaz, Alberto, y Escamilla Vera, Francisco, “500 años del nombre de Venezuela”, en Biblio3w Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, Univ. de Barcelona, vol. IV, n. 152, 19 de abril de 1999, en la página web http://www.ub.edu/geocrit/b3w-152.htm (última consulta: 12-11-2015).
[5] García Mac Gregor, Ernesto, Historia; citando a Zavrotsky, Andrés, “Faro del Catatumbo. Lo conocido”.
[6] Agencia EFE, Noticias 24, (10-4-2009), en la pág. web: http://www.noticias24.com/actualidad/noticia/35284/efe-relampago-del-catatumbo-impidio-ataque-de-un-pirata-a-maracaibo/ (última consulta: 24-4-2016); Periódico español La Información, en la página web (última consulta: 24-4-2016): http://noticias.lainformacion.com/medio-ambiente/energia-alternativa/el-relampago-del-catatumbo-frustro-un-ataque-del-pirata-drake-a-maracaibo_FGZHMdO45APAlCX2Ux4kC2/. Vanubisxxi, Virgilio, Semestre@ULA*Virgilio, en la página web (última consulta: 24-4-2016): http://semestreulavirgilio.blogspot.com/2009_12_05_archive.html.
[7] Rivera Vázquez, Rodolfo, Lago de Maracaibo: Epicentro del relámpago del Catatumbo, en la página web: http://www.notimex.com.mx/acciones/verNota.php?clv=314705 (última visita: 12-2-2016).
[8] Periódico 20 minutos (Notimex) (18-07-2015), Lago de Maracaibo: Epicentro del relámpago del Catatumbo, en la página web (última consulta: 7-12-15): http://www.20minutos.com.mx/noticia/b303321/lago-de-maracaibo-epicentro-del-relampago-del-catatumbo/. También en otras páginas, como (última consulta: 7-12-15): http://sendderospedagogicos.blogspot.com/2012/07/el-relampago-del-catatumbo.html.
[9] Periódico Zócalo Saltillo (Cohuila, México), “Relámpago del Catatumbo”, impactante fenómeno en Venezuela, en la página web (última visita 14-2-2015): http://www.zocalo.com.mx/seccion/articulo/relampago-del-catatumbo-impactante-fenomeno-en-venezuela-1450925645
[10] Escalona, Orlando B. y Cabral, Gregoria, El Farol del Catatumbo, en la pág. web: (última consulta 11-3-2016): http://senderospedagogicos.blogspot.com/2012_07_20_archive.html. De acuerdo al requisito explícito de los autores de esta página, que exigen se les reconozca la propiedad intelectual del párrafo citado, indicamos gustosamente “los nombres de los autores: Orlando Escalona (Universidad de los Andes – República Bolivariana de Venezuela) y Gregoria Cabral (Ministerio del Poder Popular para la Educación – República Bolivariana de Venezuela)”.
[11] Venezuela inmortal, Cuando el Relámpago del Catatumbo salvó a Maracaibo de los piratas, en la pág. web: http://lavenezuelainmortal.com.ve/cuando-el-relampago-del-catatumbo-salvo-a-maracaibo-de-los-piratas (última consulta: 14-7-2016).
[12] Martínez Ron, Antonio (Aberron), “Catatumbo, the everlasting storm”, (27-7-2010), en Fogonazos.blogspot.com., en la pág. web: http://www.fogonazos.es/2007/06/catatumbo-everlasting-storm.html (última consulta: 3-7-2016); Carroll, Rory, “Drought extinguishes Venezuela’s lightning phenomenon” (5-3-2010), en la pág. web https://www.theguardian.com/world/2010/mar/05/venezuela-lightning-el-nino (última consulta: 3-7-2016); en la pág. web: Wondermondo, Catatumbo Lightning, en la pág. web (última consulta: 3-7-2016): http://www.wondermondo.com/Countries/SA/VEN/Zulia/Catatumbo.htm
[13] Canal Telesur, El Relámpago del Catatumbo, la tormenta eterna de Venezuela,en la página web (última consulta: 17-2-2016): http://www.telesurtv.net/multimedia/El-Relampago-del-Catatumbo-la-tormenta-eterna-de-Venezuela-20150821-0052.html
Paradójicamente, todo esto se deriva de Zavrotsky. Éste, al igual que Centeno Grau, se pregunta si los conquistadores españoles (ya nos hemos referido más arriba a esta pregunta) no habrían reparado en los Relámpagos del Catatumbo; cosa que trata de averiguar: “Interesados en saber si el Faro del Catatumbo fue observado y descrito ya con anterioridad a los tiempos de Humboldt, por los conquistadores españoles, nos dirigimos al Archivo de las Indias en Sevilla, donde encontramos la siguiente cita curiosa”[1]. La última frase desconcierta; porque la cita que copia a continuación no es otra que un fragmento de La Dragontea de Lope de Vega[2]. No deja de parecer extraño que Zavrotsky haya obtenido en el Archivo de Indias tal cita literaria, en apariencia ajena del todo a los contenidos del Archivo sevillano. En verdad sería interesante dar con el motivo para que éste quisiera guardar en sus estantes un ejemplar de La Dragontea. Sospechamos que, más que encontrarse allá dicha cita (no vemos justificación para ello), alguien de dicho Archivo sugirió al Catedrático merideño la consulta de la obra de Lope; sugerencia que vemos motivada por el hecho de que éste se había documentado –esto sí sería pertinente al Archivo- en la “relación que la Real Audiencia de Panamá hizo, y autorizó, con fidedignos testigos”[3]. Pero de ahí a suponer que en Sevilla conocieran los Relámpagos en ocasión del poema, es ya excesiva imaginación y algo debido, más bien, al coro de ecólogos.
El caso es que Zavrotsky –quizá a sugerencia de algún funcionario del Archivo sevillano que le remitiera a ella, quizá por propia iniciativa- tuvo ocasión de conocer La Dragontea y su argumento; lo que le llevó a consultar a Sainz de Robles, y a poder sostener que Lope se había basado en el citado informe de la Audiencia de Panamá: “Según el testimonio de Federico Carlos Sainz de Robles, biógrafo de Lope de Vega, el poeta […] escribió su “Dragontea” a base de las “relaciones” de la Real Audiencia de Panamá, terminadas en el año 1597”[4].
Nuestra hipótesis –mera hipótesis- al respecto es que, ante la consulta de Zavrotsky y conocedor del argumento de La Dragontea, el personal del Archivo sugeriría a Zavrotsky las citadas estrofas de Lope, única ocasión en todo el poema en que se mencionaba a Maracaibo. De ahí nos parece derivar el que Zavrotsky propugnara que los Relámpagos del Catatumbo aparecían en La Dragontea. Si se une a esto que los versos citados hablan de llamas que ponen al descubierto lo que estaba encubierto por las sombras de la noche, quedaba preparada la urdimbre para tejer el relato de un Drake ahuyentado por los Relámpagos. Concluyendo, además, que si Lope se inspiró para su redacción en unas relaciones de Panamá, éstas habrían de ser también el fundamento de la leyenda. Si el Archivo remitió a Zavrotsky el fragmento de Lope, no creemos que el error haya de achacarse al funcionario del Archivo. Dado que en el fragmento aparecían los nombres de Juan Fernández Coronel, Pedro Tello y Pardo Osorio, defensores del puerto de San Juan de Puerto Rico, resultaba claro que el texto se refería a la batalla habida en dicho puerto, y no a otra alguna. Volveremos sobre este asunto.
En 1991 Zavrotsky publicaba su tercer trabajo sobre los Relámpagos del Catatumbo[5]. Como los dos anteriores, su contenido es fundamentalmente técnico; pero hay también en él elementos que pueden ayudarnos en nuestro propósito. El caso es que, en este tercer trabajo, Zavrotsky retoma el tema de su consulta al Archivo de Indias y es más explícito respecto a ello. Con la idea ya formada en su mente de que el fragmento de La Dragontea que había citado era una alusión directa a los Relámpagos, y sabiendo que Lope se había inspirado para ello en relaciones originadas en Panamá, escribe así:
“El primer testimonio se conserva en el Archivo de las Indias, en Sevilla, se refiere a Francis Drake, corsario, quien asoló las costas de lo que ahora es Venezuela en 1595, y consiste en las “Relaciones de la Real Audiencia de Panamá”, consignadas en 1597, que le ofrecieron a Lope de Vega el material para su poema épico “La Dragontea”. El significado de este episodio debe, en nuestra opinión, interpretarse de la manera siguiente: Drake, navegando por el Mar Caribe, estaba buscando la entrada del lago de Maracaibo con el ánimo de asaltar las colonias españolas situadas en sus orillas. Aprovechó una noche oscura, probablemente sin luna, para entrar en la Barra, pero fue delatado a los centinelas españoles por el Faro del Catatumbo, y se dio a la fuga. Luego, en esta ocasión, “El Relámpago” no sólo sirvió de “Guía a los Navegantes”, sino que prestó un importante servicio militar”[6].
Nótese que la mayor parte de lo que afirma Zavrotsky en este fragmento, no es sino producto de su propia interpretación. Aparte de estar en su pleno derecho de lanzar hipótesis al respecto, tiene la honradez investigativa de dejar bien en claro que lo que escribe no es sino eso: su propia interpretación (“debe en nuestra opinión interpretarse”, dice). Lástima que no nos haya dado indicios de en qué fundamentaba su hipótesis. Y lástima que, a partir de ella, las destempladas disonancias del coro de ecólogos establezcan todo ello no como hipótesis, sino como hechos consumados. Disonancias que, a nuestro entender, se derivan fundamentalmente de la distorsión de estos dos textos de Zavrotsky. De ahí provendría el suponer una serie de acontecimientos divulgados profusamente y que vienen circulando a propósito de los Relámpagos del Catatumbo. Creemos que tales acontecimientos no tienen fundamento histórico alguno y por tanto habremos de calificarlos, sin duda ninguna, de mitos.
Puntualizamos: no es que tales mitos provengan del texto de Zavrotsky; provienen de una incorrecta, inexplicable y desafortunada interpretación del mismo. Y ni siquiera se trata de una interpretación; porque ninguno de esos mitos puede entreverse en las palabras del Profesor merideño, como para que puedan tener cabida, ni siquiera acomodaticia, en una sana interpretación de éstas. Su interés no estaba centrado primariamente en el poema de Lope como obra literaria; resultándole esto algo secundario. Su interés no era otro que el aspecto físico del Relámpago, por lo que, en lo demás, se expresó de acuerdo a lo que, a su entender, parecía más lógico. Pero, a diferencia del coro de ecólogos, no repitiendo lo que otros hubieran dicho anteriormente, sino asumiendo su responsabilidad al presentar su hipótesis: “este episodio debe, en nuestra opinión, interpretarse…”.
Veamos las afirmaciones de Zavrotsky y su verdadero alcance, para que podamos calibrar el de sus respectivas distorsiones y disonancias por parte del coro de ecólogos.
Notas
[1] Zavrotsky, Andrés, “El nivel actual”, p. 23. Cfr. Centeno Grau, M., “Estudios sismológicos”, p. 353.
[2] Específicamente las Estrofas 44-46 del Canto IV.
[3] Según se dice en La Dragontea, Prólogo, ed. de Colomino Ruiz, Sergio, La Dragontea de Lope de Vega: una aproximación literaria e histórica, Tesis Doctoral, Univ. Pompeu Fabra, Barcelona, 2012, p. 240.
[4] Zavrotsky, Andrés, “El nivel actual”, p. 24. Cfr. Sainz de Robles, Federico, Obras escogidas, Tomo II: Poesía y prosa, Madrid, Aguilar, 1969, “La Dragontea”, p. 339.
[5] Zavrotsky, Andrés, “Faro del Catatumbo: lo conocido”.
[6] Zavrotsky, Andrés, “Faro del Catatumbo: lo conocido”, p. 5-6.

¿Pirateó Drake las costas de Maracaibo?
La primera observación que se nos ocurre hacer a su texto es referente a su afirmación de que Drake “asoló las costas de lo que ahora es Venezuela en 1595”. Veamos qué nos dice la Historia al respecto. Pero adelantemos que, en caso de que nuestro autor resultara estar equivocado en esto, su error no resultaría equiparable al de los ecólogos que sustenten lo mismo, pues ya decimos que el interés de Zavrotsky no era el tema histórico ni se refería a Drake, sino a los Relámpagos; mientras que a los ecólogos sí cabría exigirles mayor precisión histórica. Y la respuesta afirmativa que en general dan éstos a la pregunta de este epígrafe no es sino uno más de tantos mitos que, a propósito de los Relámpagos, se han fabricado. Y el lector se habrá podido percatar ya de que nuestra intención aquí no es otra que la de desmontar tales mitos.
Esto nos llevó a hacer un recorrido por los escritos históricos, en búsqueda de algún testimonio que fundamente tal firmación. En verdad, es ciertamente difícil hacer un rastreo exhaustivo en tales documentos; no lo pretendemos; intentar hacerlo sería una muy ingenua utopía. Así que sólo nos referiremos a los más frecuentemente citados al hablar de los Relámpagos del Catatumbo; y a un breve muestreo -obviamente incompleto-, a partir de historiadores de la Venezuela colonial.
Ciertamente, la riqueza de la zona (puertos de Maracaibo y Gibraltar) hubo de ser atracción constante para los corsarios[1]. Pero, ninguno de los autores que han escrito sobre incursiones piratas reseña alguna de Drake a Maracaibo. Según Briceño Iragorry, el primer ataque pirata a Maracaibo fue el de diciembre de 1642, realizado por el inglés William Jackson, medio siglo después de los años de Drake[2].
Hablando de la piratería, el Diccionario de Historia de Venezuela, a la entrada Drake, Francis, cita como fuente a Los piratas y escuadras extranjeras de Manuel Landaeta Rosales[3]. Una fuente, por cierto, en la que difícilmente pudo beber el Diccionario, por cuanto, en lo que a Drake se refiere, la fuente está absolutamente seca. En dicho escrito, del que su autor advierte estar basado en Fray Pedro Simón, Oviedo y Baños, Alcedo, Baralt y Díaz, Montenegro, Colón, Arístides Rojas, El Zulia Ilustrado, y Memorias de Relaciones Exteriores, los ataques a Maracaibo que recoge son los siguientes:
1665: Ataque al Castillito de Maracaibo, por el filibustero Miguel El Vascongado, que triunfó. Se trata del vasco-francés Miguel Maristegui.
Expedición francesa contra Maracaibo y Gibraltar, al mando del Capitán L´Olonnois. Era por entonces Gibraltar un importante puerto de salida para las provincias de Mérida y La Grita; rico en ganado y plantaciones de tabaco. Se trataba de Jean David Nau, más conocido como François l’Olonnais, o el Olonés, Lolonois, o Lolona; bucanero francés, tan especialmente cruel como para confundir intimidad con intimidación. Actuó en el mar Caribe, el lago de Maracaibo y Centroamérica. Nunca pudieron vencerlo los españoles, ni por tierra ni por mar.
1666: Nuevo ataque del Olonés quien, en la boca del lago de Maracaibo, en menos de tres horas tomó el Castillo de San Carlos, construido para proteger de los piratas a la barra de Maracaibo. Pasó luego a Gibraltar, donde derrota al Gobernador de Mérida; y a Maracaibo, ciudad a la que encontró totalmente vacía, aunque pudo conseguir en ella buen aprovisionamiento de vituallas.
1669, mayo: Combate en el Tablazo y Castillo de Maracaibo entre el filibustero Henry Morgan, que triunfó, y el Jefe de la Escuadra española Alonso del Campo Espinosa.
Como se ve, Landaeta no reseña ninguna incursión de Drake a Maracaibo. Por otro lado, basta con reparar en las fechas de estos ataques para comprender que ninguno de ellos pudo implicar a Francis Drake[4]. Se cita igualmente con frecuencia, como fuente, a Cordingly. Pero el ataque a las poblaciones de Gibraltar, Maracaibo y otras, que éste reseña, lo llevó a cabo en 1669 Henry Morgan, y no Francis Drake, según acabamos de ver. Por supuesto que el autor sí menciona repetidas veces a Maracaibo, pero ninguna al Relámpago o Relámpagos del Catatumbo, término que, concretamente, nos interesa ahora[5].
Curiosamente, los testimonios que sobre nuestro tema aportan los historiadores, incluidos los que, cronológica y geográficamente, vivieron más cerca de los acontecimientos, son abiertamente escasos. El historiador Rafael María Baralt, zuliano y maracaibero de nacimiento, en ningún momento se refiere a incursiones de Drake en Maracaibo. En referencia a ataques corsarios a esta ciudad, se expresa así:
“En 1668 fue saqueada por el francés l´Olonais, el cual [...] hizo padecer la misma suerte a la ciudad de Gibraltar [...] Tres años después el capitán inglés Morgan condujo a ellas quinientos filibusteros, penetró en la tierra adentro, hizo un botín inmenso y se escapó felizmente de una escuadra española que le esperaba en el tablazo”[6].
Su única referencia a Drake está hecha en relación con Caracas, en tiempos del Gobernador Osorio:
“El saqueo de Caracas por el corsario inglés Drake, el cual recaló media legua a barlovento de la Guaira, a principios de junio del año de 1595, y echando en tierra quinientos hombres de su armada, ocupó sin dificultad a Caracas, guiando por una trocha oculta, a tiempo que los alcaldes de Caracas marchaban a su encuentro por el camino real [...] Drake saqueó la ciudad, derribó varias casas, puso fuego a las demás y se retiró al cabo de ocho días”[7].
Nada de ataques corsarios a Maracaibo encontramos en ese enciclopedista venezolano que fue el Franciscano Fray Juan Antonio de Navarrete, de no ser la referencia a la narración de Oviedo y Baños sobre la mencionada expedición de Drake a Caracas. Oviedo, en un texto que parece haber inspirado al poco ha citado de Baralt, dedica todo un Capítulo de su Historia a dicho ataque de Drake (al que Navarrete considera francés), a Caracas[8]. Y El viagero universal, hablando de Maracaibo, resume: “El pirata Francisco Lolonois la saqueó el año de 1668, Francisco Drake el de 1669, y los franceses el de 1678”[9]. Curiosa (¡y milagrosa!) incursión la de 1669, cuando Drake había muerto en 1596 (¿estamos en los mitos de los semidioses y superhéroes?). Nada hay, tampoco, en la descripción que Pedro Aguado o Pedro Simón hacen del lago de Maracaibo, -en donde cabría esperar alguna noticia sobre nuestro tema- en sus respectivas Historias[10]. Con esto, creemos que el fuste del que podríamos llamar “mito Drakeano” acerca de la presencia del pirata en Maracaibo, queda suficientemente cuarteado como para que se venga al suelo por sí solo.
Esperamos haya quedado claro que, excepto la citada por El viagero universal, no hemos encontrado ninguna alusión a que Drake atacara Maracaibo. No decimos que no lo hubiera hecho; pero no parece haber documento que lo fundamente. Sí hay constancia –lo veremos enseguida- de que hizo alguna incursión en lo que hoy es Colombia: Rancherías, Río Hacha, Santa Marta y Cartagena. Pero nada de Maracaibo. Parecería que, de haber aprovechado las incursiones a estas ciudades, y estando en la misma ruta costera de ellas, de haberlo hecho, los historiadores lo mencionarían. Al menos algunos historiadores venezolanos o maracaiberos, como Baralt u Ocando Yamarte; pero nada comentan al respecto. Y ya vimos cómo, para nuestro caso, hay que prescindir de las incursiones piratas citadas por el General Landaeta Rosales, pues ninguna de ellas la llevó a cabo Drake, según pretenden algunos actuales.
El supuesto ataque de Drake en el lago de Maracaibo quedaba muy fuera de la ruta que se trazó el pirata en el viaje, iniciado en 1577, en el que rodeó al mundo. Sea por esta hazaña, sea porque ante los ojos de la Reina de Inglaterra, Drake había acumulado ya suficientes vandalismos y pillajes, Su Graciosa Majestad consideró que era hora de nombrar a su filibustero Drake como todo un Sir Filibustero. Ciñéndonos a lo que nos dicen los historiadores, tendrímos que fijar así los desplazamientos del inglés por el Caribe:
La primera presencia de Drake en aguas venezolanas tuvo lugar en el viaje que emprendió a finales de 1567, junto con su pariente John Hawkins, en el que, tras capturar en costas africanas un buen número de esclavos, viajaron a Dominica, Margarita y Borburata, para venderlos. De ahí intentaron llegar a Cartagena, pero una tormenta los desvió a la mexicana San Juan de Ulúa, donde en septiembre de 1568 fueron derrotados. Con esto, regresaron a Inglaterra. No resulta, pues, muy probable que este viaje fuera ocasión de la presencia del corsario en aguas cercanas a Maracaibo. Ni el viaje iniciado en mayo de 1572, que culminaría en el asedio a la ciudad panameña de Nombre de Dios, asedio también fracasado y en el que recibió una herida en la pierna que le dejaría cojo de por vida. Ninguna vinculación tampoco en este viaje con los Relámpagos, de no ser que Drake hubo de escapar, a pesar de cojitranco, con la velocidad del mismo.
Es claro que tampoco se trata de la expedición iniciada a final de 1585, en la que el 1 de enero del año siguiente tomó la ciudad de Santo Domingo, para repetir la incursión en Cartagena, el 19 de febrero. El 1 de marzo la fiebre amarilla le hizo levar anclas y, tras pasar por San Antonio de Cuba (27 de abril), llegar a la Florida y remontar el río San Agustín (28 de mayo); desde donde regresaría de nuevo a Inglaterra. Tampoco tuvo pues, en este viaje, intención, tiempo, ni ocasión de acercarse a las costas venezolanas. Si La Dragontea de Lope tiene algún paralelismo con algún viaje de Drake, como pretenden algunos, lo evidente es que no lo tenga con éste de 1585, en el que el corsario no se acercó a las costas de Maracaibo, pasando directamente de Santo Domingo a Cartagena.
La tesis de que Drake haya asolado la ciudad de Maracaibo nos parece, pues, un mito cuya verdad resulta nada sustentable. No solamente en cuanto que Drake hubiese llegado hasta Maracaibo; sino ni siquiera lo que afirma al respecto Zavrotsky –lo más y único que afirma- de que Drake “estaba buscando la entrada del lago de Maracaibo con el ánimo de asaltar las colonias españolas situadas en sus orillas”[11]. ¿Realmente le hacía falta buscarla? ¿No era palmaria y nada escondida para un marino medianamente experimentado? Por otro lado, ¿para qué la buscaría? A Drake le interesaban la plata y el oro de los galeones españoles y los puertos de que partían (Portobelo, Cartagena) o en que hacían paradas (San Juan). Para obtener avituallamiento que, según los cronistas y el propio Lope en los prolegómenos de su Dragontea, abundaba en Maracaibo y Gibraltar –“Maracaibo es una Laguna grande y navegable, que de las costas de ella se saca cantidad de harina para provisión de muchas provincias marítimas, que carecen della”[12]- le bastaba cualquier puerto en su ruta por el Caribe, sin necesidad de desviarse hasta Maracaibo (ida y vuelta), que ninguna fama tenía de poeseer plata y oro. ¿Búsqueda? Maracaibo debió interesar bien poco a Drake. Siempre pasó de largo. Y sobre todo en 1595, cuando su finalidad precisa era establecer una plaza inglesa en Panamá.
Notas
[1] Prescindiendo de mayores precisiones, que entendemos no vienen al caso y que no alterarían mayormente el sentido de estas páginas, tomamos en ellas a los términos pirata, corsario, fiibustero y bucanero como meros sinónimos.
[2] Briceño Iragorry, Mario, Los corsarios en Venezuela, Tipografía Americana, Caracas, 1947: es un panorama general de la piratería en Venezuela durante la Colonia.
[3] Diccionario de Historia de Venezuela, Fundación Polar, 2a ed., Caracas, 1997, a la entrada Drake, Francis; Landaeta Rosales, Manuel, Los piratas y escuadras extranjeras en las aguas y costas de Venezuela, desde 1528 hasta 1799, Empresa Washington, Caracas, 1903, pp. 4-5 y 8-9.
[4] Que nació el 13-7-1540 y falleció el 27-1-1596.
[5] Cordingly, David, Under the Black Flag. The romance and reality of life among the pirates, Random House Trade Paperbacks, New York, 2013, pp. 43-45.
[6] Baralt, Rafael, y Díaz, Ramón, Resumen de la Historia de Venezuela, Fournier, Paris, 1841, Cap. XX, p. 379.
[7] Baralt, Rafael y Urbaneja, Manuel, Catecismo de la Historia de Venezuela desde 1498 hasta 1811, Corser, Caracas, 1865, Art. VI.
[8] Navarrete, Juan, Arca de Letras, vol. I, p. 277; Oviedo y Baños, J., Historia de la conquista y población de la Provincia de Venezuela, [Madrid, 1723], Luis Navarro, Madrid, 1885, vol. 2, L. VII, Cap. X, pp. 199ss.; ed. de Tomás Eloy Martínez, Biblioteca Ayacucho, 2a ed., Caracas, 1992, pp. 323ss.
[9] El viagero universal, ó Noticia del mundo antiguo y nuevo. Obra recopilada de los mejores viajeros por D.P.E.P. (siglas que corresponden a Don Pedro Estala, Presbítero), 39 vols., más 4 Suplementos; Imprenta de Villalpando, Madrid, 1795-1801. El Tomo XXIII, Imprenta de Villalpando, Madrid, 1799, “Carta CCCCXVIII. Descripción de la provincia de Venezuela”, p. 125. Hay ed. en extracto, a cargo de Antonio Laserna Gaitán, El viajero universal (1795-1801). La descripción del territorio venezolano, Univ. de Granada, Granada, 1994; la cita en p. 226. La ed., por cierto, dice “Catumbo”, en lugar de “Catatumbo”.
[10] Aguado, Pedro, Historia de Venezuela, Real Academia de la Historia, Madrid, 1950, Tomo I, L. I, P. II, Cap. III; Simón, Pedro, Noticias Historiales de las Conquistas de Tierra Firme en las Indias Occientales, Medardo Rivas, Bogotá, 1892, Noticia VI.
[11] Zavrotsky, Andrés, “Faro del Catatumbo: lo conocido”, p. 6.
[12] Lope de Vega, La Dragontea, “Lo que se ha de advertir para la inteligencia deste libro”, ed. de Colomino Ruiz, Sergio, La Dragontea, p. 244.
El primero que hace mención a las fuentes de La Dragontea fue su prologuista, el Comendador de Montesa Francisco de Borja, luego Príncipe de Esquilache y, de 1615 a 1621 Virrey del Perú: “como se podrá ver en estos diez cantos, sacados de la relación que la Real Audiencia de Panamá hizo, y autorizó, con fidedignos testigos”[1]. El Comendador habla de “la relación”, en singular; y con minúscula. Por más que se refiera a una relación singular, y no a varias “relaciones”, hemos de suponer que su intención no es la de referirse al título de algún documento específico con el que la Audiencia panameña pretendiera informar de los sucesos a la Corona. No se trata, por tanto, de un supuesto documento titulado “Relación que la Real Audiencia de Panamá hizo, y autorizó, con fidedignos testigos”. Aunque sea muy probable que llevara un título parecido e incluso que empezara con la expresión “relación”, las palabras del prologuista de Lope no son argumento suficiente para concluir que llevara el preciso título dicho. No es el caso, por ejemplo, del documento similar con el que se informaba desde San Juan de Puerto Rico del ataque de Drake a aquel puerto, y que llevaba como título Relación de lo sucedido en San Juan de Puerto Rico de las Indias, con la armada inglesa[2]. O la similar Relación de lo sucedido en la venida de la armada inglesa[3]. O, incluso, otros más conocidos, como la Brevísima relación de la destruición de las Indias, de Bartolomé de Las Casas; o la Relación de los hechos de los españoles en el Perú, de Fray Pedro Ruiz Navarro[4]. Menciona, pues, un documento singular (no habla de “relaciones”) y denominado con un término genérico, como pudiera haberlo nombrado “Informe”, “Despacho”, “Memorial”, o con cualquier otro término al uso.
Ya en época reciente, el primero que se refiere al documento es Andrés Zavrotsky: “Según el testimonio de Federico Carlos Sainz de Robles, biógrafo de Lope de Vega, […] escribió su “Dragontea” a base de las “relaciones” de la Real Audiencia de Panamá, terminadas en el año 1597”[5]. Por más que entrecomillado, como en el caso de “Dragontea”, el hecho de ir en minúscula nos hace entender el término aún como genérico, sin que pretenda ser o formar parte de un título concreto. Por otro lado, ahora aparece en plural, lo cual sugiere que se está haciendo alusión no a un solo documento, sino a los varios que –muy previsiblemente- pudieron haber llegado a la Corte en referencia a las diversas incursiones de Drake en ese viaje a Panamá, Cartagena, San Juan, Canarias…; así como a los que igualmente enviarían otros particulares, algunos con conocimiento de primera mano de los sucesos, como Alonso de Sotomayor o Diego Suárez de Amaya, que defendieron respectivamente las plazas panameñas de Portobelo y Nombre de Dios, del ataque de Drake; y otros más, como la Relación del propio Pedro Sarmiento de Gamboa[6] quien, como veremos enseguida, censuraría la edición de las Elegías de Juan de Castellanos, eliminando de ellas el Discurso del Capitán Francisco Drake. Pero no -no necesariamente, al menos- a un solo documento emitido por la Audiencia panameña, que llevara por título Relaciones. A pesar de que algunos ecólogos se empeñen –al parecer a partir de aquí- a entrecomillar toda la última frase, forzando a entender todo ello como el título del documento: “Relaciones de la Real Audiencia de Panamá, terminadas en el año 1597”. Nótese que, de acuerdo al uso actual, los títulos de obras se escriben normalmente en cursivas o entrecomillados.
Sin embargo, en su segundo artículo, más reciente, Zavrotsky es más preciso: “El primer testimonio se conserva en el Archivo de las Indias, en Sevilla, se refiere a Francis Drake, corsario, quien asoló las costas de lo que ahora es Venezuela en 1595, y consiste en las “Relaciones de la Real Audiencia de Panamá”, consignadas en 1597, que le ofrecieron a Lope de Vega el material para su poema épico “La Dragontea”[7]. Nótese que aquí no sólo se refiere al documento como el “primer testimonio” y que “se conserva en el Archivo de Indias”, sino específicamente como “Relaciones de la Real Audiencia de Panamá”, entrecomillado, como tratándose ya del título del documento, al igual que entrecomilla “La Dragontea”.
Así las cosas, parecía lógico pensar que el documento, como él mismo añade, se conservase en el Archivo de Indias. De ahí que se dirigiera a éste solicitando información al respecto y obteniendo la respuesta a la que se refiere en su trabajo[8]. Pensamos que, para una persona como Zavrotsky no habituada a la terminología de los escritos coloniales, sus titubeos cuanto al título del documnento son mucho más excusables que para quienes seguirían su escrito. Sin embargo, aunque él, al sacarla del entrecomillado, elimina de ese supuesto título la frase “consignadas en 1597”, esos seguidores se empecinan en incluirla.
Pero resulta claro cómo a partir de aquí se dedican a repetir que la tal Relación o Relaciones es el primer documento en que se menciona al Relámpago del Catatumbo; que el supuesto título es el de Relaciones de la Real Audiencia de Panamá; que fue redactado en 1597; y que se encuentra en el Archivo de Indias. A juzgar por la casi general atribución de la noticia a Erik Quiroga, parece haber sido éste el redactor y difusor de la misma; de hecho, la gacetilla se repite, a veces con las palabras exactas: Agencia EFE, el periódico La Información, página web Semestre@ULA*Virgilio, Rivera Vásquez, 20 minutos, Rodríguez Díaz y Escamilla Vera, y Orlando Escalona y Gregoria Cabral, del Ministerio del Poder Popular para la Educación de la República Bolivariana de Venezuela. El único que, responsabilizando a Zavrotsky de dichas afirmaciones, tiene con ello la probidad de reconocerle su autoría -“según aseveración del profesor Andrés Zavrotsky”- es García Mac Gregor[9].
Lo primero que cabe pensar es que esa relación, Relación o Relaciones hayan de encontrarse en el Archivo de Indias. Ya sabemos el resultado de la consulta hecha por Zavrotsky. Personalmente, hemos intentado también nosotros esa consulta con resultados similares, a pesar de los buenos oficios del Señor Manuel Álvarez Casado, Jefe de la Sección de Archivos en Sevilla, así como los de la Señorita Isabel Aguirre, Jefe del Departamento de Referencias del Archivo de Simancas. Ciertamente puede tratarse de consultas que Lope hiciera a documentos que estuvieran entonces en el Archivo de Indias, pero no en la actualidad; o documentos que tampoco en aquel momento estuvieran en dicho Archivo, sino en otros, incluso particulares. Como sea, para Elizabeth Wright resulta indudable que Lope pudo consultar documentos del Archivo: “As we examine the Dragontea, we find evidence that the poet gained unusual access to material filed with the Council of Indes, and that he took sides in the dispute over that happened at Nombre de Dios from December 1595 to January 1596”[10]. Sánchez Jiménez reseña, como ejemplo, el caso del Párroco de Nombre de Dios que, ante el ataque de Drake, esconde unas barras de plata bajo la pila bautismal de su Parroquia. Lope incluye la anécdota en La Dragontea, pero no aparece en documento alguno del Archivo sevillano; aunque sí en otros, tal como trae De Bry[11].
Notas
[1] La Dragontea, ed. de Colomino Ruiz, Sergio, p. 240.
[2] Cfr. Tapia y Rivera, Alejandro, (ed.), Relación de lo sucedido en San Juan de Puerto Rico de las Indias, con la armada inglesa, del cargo de Francisco Draque y Juan Aquines, a los 23 de Noviembre de 1595 años, en Tapia y Rivera, Alejandro, (ed.), Biblioteca histórica de Puerto-Rico, que contiene varios documentos de los siglos XV, XVI, XVII y XVIII, Imprenta de Márquez, Puerto Rico, 1854, pp. 400-410; una nota dice estar tomado de la Real Academia de la Historia de Madrid, de un Códice de “Varios”, n. 2, ff. 203-209.
[3] Relación de lo sucedido en la venida de la armada inglesa, General el Capitán Francisco, al Reino de Tierra Firme y puerto del Nombre de Dios, desde que Su Majestad invió aviso de que en Inglaterra se armaba para las Indias y que se estuviese con cuidado y prevención, Real Academia de la Historia, Colección Salazar N9, fols. 154-161.
[4] Las Casas, Bartolomé de, Brevísima relación de la destruición de las Indias, Sevilla, 1552; cfr. en Tratados, vol. I, FCE, México, 1974; Ruiz Navarro, Pedro, Relación de los hechos de los españoles en el Perú desde su descubrimiento hasta la muerte del Marqués Francisco Pizarro, 1552.
[5] Zavrotsky, Andrés, “El nivel actual”, p. 24. Cfr. Sainz de Robles, Federico, Obras escogidas, Tomo II: Poesía y prosa, “La Dragontea”, p. 339.
[6] Sarmiento de Gamboa, Pedro: “Relación de lo que el corsario Francisco hizo y robó en la costa de Chile y Perú y las diligencias que el virrey Don Francisco de Toledo hizo contra él”, [1579], en Colección de documentos inéditos para la Historia de España, XCIV, Ginesta Hermanos-Impresores de la Real Casa, Madrid, 1889, pp. 432-458.
[7] Zavrotsky, Andrés, “Faro del Catatumbo: lo conocido”, p. 5.
[8] Zavrotsky, Andrés, “El nivel actual”, pp. 23-24.
[9] García Mac Gregor, Ernesto, Historia; citando a Zavrotsky, Andrés, “Faro del Catatumbo. Lo conocido”.
[10] Wright, Elizabeth R., Pilgrimage to Patronage: Lope de Vega and the Court of Philip III, 1598-1621, Bucknell UP, Lewisburg, 2001, p. 27.
[11] Cfr. Sánchez Jiménez, Antonio, “Lope, historiador de Indias: las fuentes documentales de La Dragontea (1598)”, en Anuario Lope de Vega, 2007, vol. 13, p. 133-152; Lope de Vega, La Dragontea, Canto IV, Estrofas 63-69, ed. Colomino Ruiz, La Dragontea, pp. 339-341; Bry, Theodore de, Collectiones peregrinatiorum in Indiam orientalem et Indiam occidentalem, Americae Pars VIII, p. 39.
Hemos visto cómo el trabajo de Zavrotsky señalaba que La Dragontea de Lope había sido escrita en base a unas Relaciones de la Real Audiencia de Panamá, de 1597, Relaciones que se referían a las correrías de Francis Drake[1]. Esto bastó para que, un tanto (más bien un mucho) alegremente, se concluyera de ahí que el autor del escrito al que corresponde ese título -nótese bien que como título (en cursivas) se las cita- fue nada menos que el propio pirata Drake. ¿Se pretendía, al concluir así, alardear de inteligencia en deducción? De ser así, parece que realmente se consiguió. Desde luego, inteligencia en adición no lo fue.
¿Alguien podrá concebir que fue real y no un mito, el que un pirata, y por demás un inglés que en 1588 había fungido como vicealmirante de la flota inglesa en la derrota de la llamada Armada Invencible, pudiera redactar las crónicas de una Audiencia Real del Rey de España, y nada menos que del celoso Felipe II? ¿En qué cabeza puede caber que un distinguido Sir anglicano pudiera estar designado para redactar las crónicas dirigidas a Su Católica Majestad? La atribución de la autoría a Drake resulta a todas luces, además de muy sospechosa, peregrina y sorprendente, no poco irónica y muy mucho disparatada. A poco más, y adelantando los años del Romanticismo, nos hubieran dicho que Drake fue también el autor de La canción del pirata, de Espronceda[2].
Y, sobre todo, una atribución desmesuradamente osada; porque la pretensión de quienes la sostienen no parece otra que la de proponer un mito de la mayor de las categorías: convertir al filibustero Drake en superhéroe y semidios, incluyéndolo en la categoría a la que pertenecen los mitos relativos a los superhéroes y semidioses. ¿Quién podría pretender que el relato de una expedición que terminó con la disentérica muerte del corsario haya sido hecho por el propio Sir Drake, por muy noble de la Corona inglesa que fuera? Desmesurada osadía investigativa la de pretender que Drake, en sus supuestas Memorias, hubiera incluido -post mortem, por supuesto-, el relato de su propia muerte. ¡Eso sí sería, en verdad, un relato verdaderamente póstumo!
Y, ya que va de afirmaciones peregrinas, sorprendentes, irónicas, y muy mucho disparatadas y osadas, no habremos de omitir otra perla más. Porque, quizá como compensación cronológica, si unos se empeñan en poner en actividad a Drake, escribiendo después de su muerte esas Relaciones memoriales (y memorables), otros lo convierten en azote del Caribe aun antes de su nacimiento (acaecido el 13 de julio de 1540): “Algunos historiadores cuentan que Francis Drake, uno de los temibles piratas del siglo XV que azotaron al Caribe…”[3] ¡Lástima que no nos proporcione los nombres de esos historiadores en los que él tuvo el privilegio de documentarse, para que pudiéramos ilustrarnos también los lectores de a pie! Obviamente, hay para todos los gustos. Pero pretender que Drake hubiera estado en las costas de Venezuela en el siglo XV, resulta una joya histórica exquisita. Sobre todo si tenemos en cuenta que la primera visita a Venezuela la hizo Colón a mediados de 1498. De modo que la verdad de la afirmación que comentamos exigiría que, en el escaso tiempo que quedaba del siglo XV, Drake hubiese tenido noticia de la Tierra de Gracia, hubiese alistado sus naves, y llegado a atacar, precisamente, la ciudad de Maracaibo.
Notas
[1] Zavrotsky, Andrés, “Faro del Catatumbo: lo conocido”, p. 5.
[2] Cfr. La canción del pirata, en Espronceda, José, Poesías, Imprenta de Yenes, Madrid, 1840, pp. 103-107.
[3] Montiel, León Magno, Catatumbo, eterno resplandor en las alturas, en la pág. web (última consulta: 6-1-2016): htpp://saborgaitero.com/index.php?/Zulianidad/Articulos/catatumbo-eterno-resplandor-en-las-alturas-homenaje-al-record-guinness-zuliano-fotos.html. Cursivas nuestras.
El fragmento de Zavrotsky que estamos comentando finalizaba relatando cómo, en esa búsqueda del lago de Maracaibo, Drake “aprovechó una noche oscura, probablemente sin luna, para entrar en la Barra, pero fue delatado a los centinelas españoles por el Faro del Catatumbo, y se dio a la fuga. Luego, en esta ocasión, “El Relámpago” no sólo sirvió de “Guía a los Navegantes”, sino que prestó un importante servicio militar”[1].
No vemos otra justificación para que el Profesor merideño hiciera esta afirmación –no poco innovadora y comprometida históricamente- sino el que se sintiera autorizado e impulsado a ello por la respuesta que recibió desde el Archivo de Indias. No sabemos en qué términos estaba redactada ésta; pero debieron ser de tal tenor como para que Zavrotsky se sintiera autorizado a escribir: “Nos dirigimos al Archivo de Indias de Sevilla, donde encontramos la siguiente cita curiosa”[2]. Nótese bien: el texto de la respuesta hizo sentir a Zavrotsky que había dado con unos versos de Lope –versos documentados en Relaciones de la época- que autorizaban a establecer el final de la cita anterior: Maracaibo se había librado de la incursión y saqueo pretendida por Drake gracias a la intervención cuasi-taumatúrgica de los Relámpagos del Catatumbo, que habían puesto en evidencia el ataque nocturno que pretendía. El hecho era como para difundirlo, pues –ya lo vimos- no había testimonio histórico anterior que lo documentara. La Dragontea resultaba así el primer texto que lo hacía; o, en todo caso, las Relaciones de Panamá en las que se basaba el poema.
Esto fue suficiente para alborotar el avispero de ecos repetidores que, sin más averiguación, se consideraron autorizados a metamorfosear investigativa en inventiva y a suponer que el hecho que comentamos era moneda común en los autores. Algunos de manera, al menos, laudablemente escueta: “El poeta español Lope de Vega, en su poema de 1597 La Dragontea, habla de unos cielos nocturnos tan iluminados que hicieron que el pirata inglés Sir Francis Drake se abstuviera de atacar a Maracaibo”[3]. Otros de manera más o menos sobria al principio: “Algunos historiadores cuentan que Francis Drake […] trató de aprovechar la oscuridad de la noche para ingresar a Maracaibo. Pero la intensa luz del Relámpago del Catatumbo lo delató y no pudo cometer sus célebres trastadas”[4]; dando rienda suelta después a una imaginación de lo más variopinta y pintoresca:
“Algunas naves encallaron, a algunos poetas se les trabó su pluma al tratar de describirlo. Los cronistas de indias llevaron ese lampo a sus relatos, el madrileño Lope de Vega lo hizo verso épico en 1598 en La Dragontea, allí relata cómo el pirata Francis Drake quedó como un mago al que se le cae la cortina que le ocultaba su trampa, en evidencia, cuando en una noche despejada, la luz del Catatumbo sirvió de faro cenital para delatar su artero asalto a la aldea Maracaibo. El inglés desistió y tomó otros rumbos”[5].
Por cierto que el autor de estas últimas referencias no deja de sorprender. Maracaibo fue la primera ciudad en Venezuela en contar con luz eléctrica. En efecto, el 24 de octubre de 1888, la ciudad inauguró su alumbrado eléctrico público, mediante la Compañía The Maracaibo Electric Light, transformada a partir de 1940 en Enelvén. Pues bien, al mismo autor recién citado, quien en otro lugar de la web se nos presenta como Premio Nacional de Periodismo, parece habérsele trabado también la pluma cuando, turbado asimismo por la magia de la luz de los Relámpagos, en pleno año 2015 se empeña en ubicar la instalación de luz eléctrica en Maracaibo a finales del siglo XX: “Desde antes de la Conquista, alrededor del siglo XV, el cielo del Sur del Lago era iluminado por este extraño fenómeno natural. El desarrollo de la civilización, específicamente la luz eléctrica, nos sometió a una gran pérdida: dejar de contemplar desde Maracaibo su eterna zigzagueante luz. De esto, hará apenas poco más de veinte años”[6].
Peculiar, curiosa y variopinta nos parece asimismo la referencia de otro internauta al Catatumbo, cuya lectura resultará realmente interesante al lector. No podemos transcribir aquí –como quisiéramos- todo el escrito, pero nos resistimos a no incluir, al menos, un fragmento del mismo. Respetamos escrupulosamente el texto, tal cual aparece en la web:
“El fenómeno del Relámpago del Catatumbo ha sido conocida desde hace siglos. “El Río de fuego”, así lo llamaban los nativos de la región. Más tarde, fue llamado “Faro del Catatumbo”, ya que durante el período colonial del Caribe, el espectáculo de luz muy visible se utilizó cómo un medio de navegación por los marineros. Las tormentas eléctricas también han jugado a favor de Venezuela cambiando la historia en sí, ya que tuvo un papel decisivo en el fracaso de al menos dos intentos de invasión sorpresa en horas de la noche en el país. El rayo delató al Inglés Sir Francis Drake en 1595, iluminando la flota de invasión nocturna y alertando de las fuerzas españolas cercanas”[7].
Ya vimos también anteriormente que Erik Quiroga no escapaba a la tentación de unirse a la noticia taumatúrgica. Nos referimos a lo que considerábamos una nota de prensa emitida por él: “El episodio está recogido en La Dragontea, de Lope de Vega, y relata cómo la luminosidad desplegada por el relámpago le permitió a un vigía divisar las naves de Drake y alertar a la guarnición, que logró repeler el ataque nocturno”[8]. Lo mismo sostiene Viloria, quien abiertamente afirma que tal noticia se toma del fragmento de Zavrotsky que comentamos, al asegurar que “el cuarto canto de este poema épico de Lope de Vega debe interpretarse como la búsqueda que en sus aventuras saquedoras hizo Drake de la entrada del lago de Maracaibo, la cual fue frustrada por la delación que hicieron de sus buques los relámpagos del Catatumbo a los centinelas españoles del Golfo de Venezuela en la barra de Maracaibo”[9]. Y asegura que esa es la interpretación que se ha querido dar a dos versos de Lope de Vega en su Dragontea, los dos últimos de la cita que Zavrotsky incluye en su trabajo:
“las llamas que descubren
lo que las alas de la noche cubren”.
“Dos humildes líneas”, según él, en las que “quedó encriptado el relámpago”[10].
La pretensión de unos Relámpagos salvadores se ha convertido en lo que nos parece el mito más audaz de los relativos al Catatumbo. Un mito pretendidamente incautado y hecho suyo en nuestros días por el coro de ecólogos. Incauta incautación la de quienes pretenden apropiarse gratuitamente de la verdad; la que pretende proponer como algo sorprendente y estupendo lo que no pasa de ser algo estúpido; y ante lo que viene a la mente la aspiración de Cicerón frente a los Pitagóricos: “¡Por Hércules!, prefiero errar con Platón, que alcanzar la verdad con éstos”[11].
En justicia, hemos de señalar que García Mac Gregor está en honorable discrepancia con los testimonios reseñados, al hacer la observación de que todo ello no pasa de ser una leyenda: “También se ha tejido la leyenda de que Drake no pudo atacar a Maracaibo porque la luz del relámpago lo delató”[12].
Si más arriba hemos criticado ciertas afirmaciones de Falcón, habremos de reconocer que, cuanto a la intervención cuasi taumatúrgica de los Relámpagos impidiendo el ataque de Drake a Maracaibo, tiene el acierto de escribir que “entre las principales curiosidades históricas, se encuentra una leyenda sobre el intento de Francis Drake (Pirata de esclavos), en 1595 para saquear Maracaibo, el cual, fue frustrado por el aviso temprano a la guarnición de la ciudad, producido gracias a la iluminación del relámpago”[13]; al menos se tiene ahí el acierto de sostener que no se trata sino de una leyenda. Aunque, como tal leyenda, nunca se la podría considerar como una de “las principales curiosidades históricas”.
Hubiera bastado lo que creemos haber probado más arriba, en el sentido de que no hay constancia de ataques de Drake a Maracaibo, para que, sin más, quedara demostrado con ello que la milagrosa intervención de los Relámpagos del Catatumbo para salvar a la ciudad del ataque del pirata no es sino un megalómano bulo provinciano, un mito más.
Lo único, por tanto, que asegura Zavrotsky es que, para su Dragontea, Lope se inspiró en las Relaciones de Panamá. Y lo dice, según su otro trabajo[14], basado en la autoridad de Sáinz de Robles. No –no necesariamente, al menos- porque hubiese leído las Relaciones; ni siquiera quizá, en un principio, la Dragontea. Obviamente, sin haberla leído, Zavrotsky repite los versos que le envía o sugiere el funcionario de turno en los Archivos de Sevilla[15]. Y éste probablemente se lo cita porque ahí se nombra a Maracaibo. Difícilmente, pues, podrá establecerse el de Vega como un testimonio escrito –primero o no- sobre los Relámpagos del Catatumbo, del que no dice palabra -ni una sola- en el poema. Tampoco, por lo mismo, hace mención alguna de que el pirata hubiera redactado las Relaciones de la Audiencia panameña. El funcionario sería muy ducho en temas coloniales; pero no en los literarios, como La Dragontea. Cualquiera que haya leido ésta, por más que someramente, no haría tales afirmaciones. De todos modos no se puede ser muy exigente con Zavrotsky, a quien lo que interesaba no era precisamente el tema literario, sino el científico.
Notas
[1] Zavrotsky, Andrés, “Faro del Catatumbo: lo conocido”, p. 6.
[2] Zavrotsky, Andrés, “El nivel actual”, p. 24. Cursivas nuestras.
[3] Wyss, Jim, (Mora, Angélica), El lago de Maracaibo, la capital del relámpago, en El Nuevo Herald: en la pág. web: http://angelicamorabeals2.blogspot.com/2013/12/venezuela-que-me-parta-un-rayo.html Fechado el 19-12-2013, (última consulta: 6-1-2016).
[4] Montiel, León Magno, Catatumbo, eterno. Aunque posteriormente parece haber sido suprimida esa página de la web, nos encontramos el mismo preciso texto en la del organismo dedicado a la promoción de la investigación Fundacite Zulia: “Catatumbo: Eterno resplandor en las alturas”, de fecha 7-1-2014: http://www.fundacite-zulia.gob.ve/catatumbo-eterno-resplandor-en-las-alturas/ (última consulta: 25-7-2016).
[5] Montiel, León Magno, La gaita canta al faro del Catatumbo. Por supuesto, transcribimos la cita tal cual figura en la página web de fecha 20-1-2014: http://noticiaaldia.com/2014/01/la-gaita-canta-al-faro-del-catatumbo-leon-magno-montiel/ (última consulta: 7-1-2016). El texto se repite literalmente en la página web (última consulta: 25-7-2016): http://www.saborgaitero.com/index.php/zulianidad/articulos/1278-la-gaita-canta-al-faro-del-catatumbo-por-leonmagnom
[6] (Cursivas nuestras). Montiel, León Magno, Catatumbo, eterno. (Página aparentemente suprimida de la web, pero recogida, con el mismo texto, en la de la Fundación para el Desarrollo de la Ciencia y la Tecnología del Estado Zulia (Fundacite Zulia), dependiente del Gobierno Venezolano mediante el Ministerio del Poder Popular para la Educación Universitaria, Ciencia y Tecnología: “Catatumbo: Eterno resplandor en las alturas”, de fecha 7-1-2014: http://www.fundacite-zulia.gob.ve/catatumbo-eterno-resplandor-en-las-alturas/ (última consulta: 25-7-2016).
[7] Alcalá, Josyeliz, El Relámpago del Catatumbo, La tormenta que nunca descansa en Venezuela, en la pág. web (25-05-16), (última consulta: 11-8-2016): http://aquivamos.org/el-relampago-del-catatumbo-la-tormenta-que-nunca-descansa-en-venezuela/
[8] Noticias 24, http://www.noticias24.com/actualidad/noticia/35284/efe-relampago-del-catatumbo-impidio-ataque-de-un-pirata-a-maracaibo/ (fecha: 10-4-2009; última consulta: 24-4-2016).
[9] Viloria, Ángel, “Petróleo, ríos y relámpagos”, p. 157; cfr. Zavrotsky, Andrés, “El nivel actual de los conocimientos”, pp. 23-24. Sin embargo, su referencia está errada. Tales reflexiones se encuentran en Zavrotsky, Andrés, “Faro del Catatumbo: lo conocido”, p. 5-6.
[10] Viloria, Ángel, “Petróleo, ríos y relámpagos”, p. 157; Lope de Vega, La Dragontea, Canto IV, Estrofa 46, ed. de Colomino Ruiz, Sergio, La Dragontea, p. 335; Zavrotsky, Andrés, “El nivel actual”, p. 23.
[11] Errare, mehercule, malo cum Platone… quam cum istis vera sentiré: Cicerón, Tusculanarum disputationum Libri V, L. I, XVII, 39, Clarendon, Oxford, 1805, p. 36.
[12] García Mac Gregor, Ernesto, Historia de Maracaibo.
[13] Falcón, Nelson, y Otros, “El perpetuo Relámpago de Catatumbo”, en Creando, Revista Científica Juvenil, Mérida-Venezuela, Vol. VII-VIII (2008-2009), pp. 9-10 (aquí, p. 10); disponible en (última consulta: 16-11-2015): http://erevistas.saber.ula.ve/index.php/creando/article/view/1653/1615
[14] Zavrotsky, Andrés, “El nivel actual”, p. 24.
[15] Versos que corresponden al Canto IV, Estrofas 44-46. Cfr. Zavrotsky, Andrés, “El nivel actual”, p. 23: ed. de Colomino Ruiz, Sergio, La Dragontea, p. 334-335.
Si nos referimos a este tema no es por diletantismo literario; sino porque, aclarando las fuentes de La Dragontea, podrán aclararse algunos mitos formulados en relación con los Relámpagos. Es la razón por la que nos detenemos en esto. Porque alguien pudiera estar tentado a sostener que los hechos a que se refiere La Dragontea de Lope de Vega, pudieran depender del relato que hace del viaje de Drake el Capitán Walter Bigges[1]. Pero –lo demostraremos más adelante- los versos de Lope que se alegan para justificar la pretendida presencia de Drake en aguas del lago de Maracaibo hablan del asedio al puerto de la ciudad de San Juan de Puerto Rico; mientras que Bigges, ya desde el título de su obra, habla del asedio al de la ciudad de Santo Domingo (y Santiago, San Agustín y Cartagena). El paralelismo hubiera sido, en todo caso, con el siguiente viaje de Drake, de 1595, único historiado por Lope; pero para entonces Bigges había muerto ya. Éste, en efecto, Capitán a las órdenes de Drake en la expedición anterior, la de 1585, falleció por fiebres en 1586, durante el asedio a Cartagena. Su relato pasó entonces a manos del Teniente Croftes. De acuerdo en que La Dragontea pueda concordar con los acontecimientos; pero de ningún modo con los narrados por Bigges.
Tampoco el paralelismo podrá darse con escritos del poeta colonial Juan de Castellanos; específicamente con el que, por su título, pareciera tener más vinculación con La Dragontea. Nos referimos al Discurso del Capitán Francisco Drake[2].
Sin entrar a juzgar aquí a este poeta -”A Juan de Castellanos lo declararon historiador los poetas, y los historiadores lo declararon poeta, para no tener que ocuparse de él”[3]-, anotemos que, en toda la extensa obra de Castellanos, las Elegías, y por más que en otros lugares mencione a Maracaibo, sólo en la Parte II hay una breve descripción de la ciudad y su lago; pero, de nuevo, ninguna alusión a sus Relámpagos[4]. Lope sí pudo haber conocido la obra de Castellanos, pues la primera edición de sus Elegías es de 1589, y de 1598 la de Lope.
Pero, aun concediendo que en ese Discurso del Capitán Francisco Drake se hiciera alusión a los Relámpagos del Catatumbo –supuesto negado-, nos preguntamos cómo Lope pudo conocer unas rimas que, como bien dice la cita, “fueron apenas publicadas en el primer cuarto del siglo XX”. Castellanos, al disponer sus Elegías para la imprenta, incluyó en la Parte III de éstas el susodicho Discurso, escrito poco después de la muerte de Drake (1596). Pero el censor de éstas, Pedro Sarmiento de Gamboa, lo eliminó totalmente de la edición. quizá por pensar que en él no quedaban muy bien paradas las tropas españolas ante las incursiones de Drake, o por considerar que las plazas españolas de América no eran lo suficientemente fuertes para resistir tales embates; cosa que, en el caso de las panameñas, tenía no poco de verdad; o, simplemente, por sentirse zaherido ante las alabanzas que Castellanos prodigaba al corsario inglés. El Discurso se dio por perdido, y quedaría inédito y desaparecido del dominio público hasta la edición que, en 1921, hizo de él González Palencia[5].
Castellanos no pudo referirse a batallas de Drake con Relámpagos del Catatumbo, por la simple razón de que, para cuando él escribe (1589), en ninguna expedición de Drake (años de 1578, 1567, 1572, 1585), según hemos visto más arriba, se dio batalla con esas características. ¿Cómo es posible que autores contemporáneos pretendan convertirse en cronistas taumatúrgicos, pretendiendo que Castellanos, que escribía sus Elegías en 1589, narre el viaje de Drake de 1595 o la muerte de éste en 1596? ¿Cómo podría Lope –sin una nueva apelación a la taumaturgia por parte de los mismos contemporáneos- inspirarse en un Discurso que permaneció inédito y desconocido hasta 1921?
Más que a Castellanos, creemos más probable que Lope consultara a Pedro Simón. Hay coincidencias en ambos que lo confirmarían; y que, aunque hablaremos de ellas en su respectivo lugar, es oportuno señalarlas ahora. En concreto: ambos autores nos dejan a un corsario maldiciente, precisamente en el mismo momento de su fracaso, al renunciar a seguir atacando al puerto de San Juan[6]. Hay coincidencia también en otro lugar, hasta donde sabemos no reseñado por otros autores: el de la fragata a la que, tras abandonar el ataque a San Juan, persigue Drake, y que fue la que alertó a Cartagena y otros lugares costeros sobre la proximidad del pirata inglés[7]. Finalmente (aunque no descartamos otros pasajes) Lope y Simón son dos autores que –hasta donde sabemos- contra todas las crónicas, hablan de la muerte de Drake por envenenamiento, efectuado por sus propios súbditos. El pasaje en ambos es especialmente paralelo[8]. A pesar de que Colomino asegure que “ninguna fuente habla de envenenamiento”[9].
Sir Drake se había propuesto, y así lo propuso igualmente a la Reina de Inglaterra, conquistar una plaza en Panamá, lugar en donde se centralizaban los envíos de las colonias hacia España, para así poder atacar con facilidad las naves y las propias colonias españolas. Esa fue la intención del que sería su último viaje. Pero éste resultó muy distinto a como él y la Reina se lo habían prometido. En grandes líneas, el primer ataque de importancia fue, en noviembre, a San Juan de Puerto Rico. Derrotado allá, se dirigió a Cartagena, para llegar finalmente a Nombre de Dios, en Panamá.
Era ésta una ciudad en la que la vida no parecía hacer demasiado honor a su nombre. Portobelo y Nombre de Dios eran dos ciudades algunas de cuyas características se podían aplicar indistintamente a las dos. Cierto que la primera aventajaba a la segunda como excelente puerto natural que, en su famosa Feria, recibía y expedía la mayor parte del comercio entre España y las colonias: “No hay una feria más rica en todo el mundo que la que se hace en Puerto Bello entre los comerciantes españoles, Perú, Panamá y otros lugares vecinos”[10]. Pero las dos podían ser consideradas ciudades aciagas, cuyos escasos vecinos vivían la mayor parte del año en Panamá, y sólo en Portobelo en ocasión de sus Ferias[11]. Ello debido, mayormente, a que “su
temple es cálido y húmedo, llueve muy de ordinario todo lo más del año, y las gotas de agua, en cayendo, se convierten en sapillos. Ha sido muy enfermo y sepultura de españoles y en particular en los que se desmandan a comer frutas recién llegados y otros desórdenes”[12]. Carmen Mena insiste también en la insalubridad de ambas
“a causa de su clima -tórrido y de grandes aguaceros- y a su inadecuado emplazaniento, pues la urbe estaba constreñida a sus espaldas por unos cerros muy altos -”Sierra Llorona”- y una vegetación abundantisima, propia de una pluviselva tropical, tan impenetrable a los vientos como una inmensa coraza verde. Y por si esto fuera poco, una ciénaga en sus inmediaciones amenazaba a los vecinos con sus vapores pestilentes. Un siglo más tarde de su fundación todavia se la seguia considerando como un lugar poco saludable y se la calificaba con el estremecedor apodo de ´Sepulcro de españoles´”[13].
“Cueva de ladrones y sepultura de peregrinos” lo consideraba asimismo el Obispo de Panamá. La fiebre hacía estragos todo el año y a las mujeres se las enviaba a Venta Cruz para que tuvieran alli a sus hijos y los criasen hasta la edad de cinco o seis años”[14]. Hasta los animales llevados allá desde otros lugares –gallinas, burros y caballos- experimentaban grandes trastornos[15].
De ahí que, desde tiempo atrás, se había pensado en trasladar a los colonos, desde Nombre de Dios, a la cercana Portobelo. El suceso que, tras varios intentos fallidos por la renuencia de los habitantes más indigentes, definitivamente decidió su traslado en 1597 fue, ni más ni menos, que el ataque y posterior incendio y destrucción de la ciudad, el 6 de enero de 1596, por parte de Drake y su gente. Sin embargo, muy contrariamente a sus planes de establecer una colonia inglesa de pillaje, Sir Francis Drake, Caballero de la Reina, es derrotado allá de nuevo y –como tantos otros navegantes llegados a aquel insalubre puerto-, paga tributo al mal estado de las aguas locales, falleciendo el 28 de enero del mismo año, no precisamente en valiente acción de guerra, sino a consecuencia de algo mucho más trivial y prosaico: enfermedad de disentería[16].
Sea por piedad con el ya difunto, sea por acentuar en ese momento el odio de sus malquistos subordinados, Lope de Vega establece como causa de esa muerte su envenenamiento por parte de los mismos; coincidiendo –decíamos- con Pedro Simón, en quien posiblemente se inspira. De hecho, encontramos algunos datos muy similares en ambos textos; en el de Lope:
“De tal manera en ellos se reviste,
que luego apercibieron el veneno,
hablan al camarero que le viste,
y aun deste nombre estaba entonces lleno:
conoce ya su desventura el triste,
y hace primero prueba en cuerpo ajeno,
una hora aguarda y más, aunque se pruebe,
y con aquesta salva come y bebe.
Viendo que ya lo sabe o lo adivina,
buscan otro remedio, y fue notable,
porque el tósigo en una medicina
halló camino al corazón mudable”.
Y en el de Pedro Simón:
“Con este intento se determinaron los más resueltos en él y hablaron a su camarero que le daba de vestir y administraba de más cerca, comunicándole el intento de darle veneno en la comida; que habiéndolo venido a entender el Corsario, no quería comer lo que le administraban, sin haberlo probado otro una hora antes; y así tomaron los determinados otro medio, que fue echar el tósigo en un clíster o ayuda que le administraron; el cual debió ser tan vehemente, que al punto se le subió al corazón”[17].
Si quedara aún alguien pretendiendo que estas notas no son sino producto de nuestra propia inventiva, aduciremos el testimonio de la edición misma de La Dragontea, cuyo Prólogo cierra con las citadas palabras: “como se podrá ver en estos diez cantos, sacados de la relación que la Real Audiencia de Panamá hizo, y autorizó, con fidedignos testigos”[18].
Notas
[1] Cfr. Bigges, Walter, Expeditio Francisci Draki Equitis Angli in Indias Occidentales Anno MDLXXXV, Qua urbes, Fanum D. Iacobi, D. Dominici, D. Augustini et Carthagena captae fuere, Raphelengius, Leiden, 1588; 1a ed. en inglés: A svmmarie and trve discovrse of Sir Frances Drakes West Indian voyage. Wherein were taken, the townes of Saint Iago, Sancto Domingo, Cartagena, and Saint Augustine, Richard Field, London, 1589; disponible en: http://www.bartleby.com/33/51.html.
[2] González Palencia, Ángel, (ed.), Discurso del Capitán Francisco Drake que compuso Joan de Castellanos, Beneficiado de Tunja, Instituto de Valencia de Don Juan, Madrid, 1921; el editor, en pp. VII-CXVIII da cuenta de la historia del manuscrito. El Discurso figura igualmente en la ed. de Restrepo, Fernando, Pontificia Univ. Javeriana, Bogotá, 2004, pp. 299ss.
[3] Ospina, William, Las auroras de sangre, Cap. El libro infinito, Ed. Norma, Santa Fe de Bogotá. 1999, p. 65.
[4] Castellanos, Juan, Elegías de varones illustres de Indias, 1a ed., Alonso Gómez, Madrid, 1589, Parte II, Introducción, estrofas VI y VII, p. 181.
[5] La eliminación –texto tachado por el censor- se aprecia ostensiblemente en el Ms. de la Real Academia de la Historia, Colección Juan Bautista Muñoz, MS 71. Puede verse también en la edición de las Elegías impresa en Rivadeneyra, Madrid, 1850, p. 414.
[6] Simón, Pedro, Noticias… Tierra Firme, Noticia VI, Cap. XIV, n. 1; Lope de Vega, La Dragontea, Canto IV, Esrofa 46, ed. Colomino Ruiz, Sergio, La Dragontea, p. 335.
[7] Lope de Vega, La Dragontea, Canto IV, Estrofa 44, ed. Colomino Ruiz, Sergio, La Dragontea, p. 334; Simón, Pedro, Noticias… Tierra Firme, Noticia VI, Cap. XIV, n. 2.
[8] Lope de Vega, La Dragontea, Cant. X, Estrofas 11ss., ed. de Colomino Ruiz, Sergio, La Dragontea, pp. 464ss.; Simón, Pedro, Noticias… Tierra Firme, Noticia VI, Cap. XVIII, n. 3.
[9] Colomino Ruiz, Sergio, La Dragontea, p. 89.
[10] Gage, Tomás, Los viajes de Tomás Gage en la Nueva España, Librería de Rosa, Paris, 1858, vol. 2, p. 289; descripción de la bahía y puerto en Juan, Jorge, y Ulloa, Antonio, Relación Histórica del Viaje a la América Meridional, hecho de Orden de Su Majestad Católica para medir algunos Grados de Meridiano Terrestre, y venir por ellos en conocimiento de la verdadera Figura y Magnitud de la Tierra, con otras varias Observaciones Astronómicas y Físicas, L. II, cap. 3, Antonio Marin, Madrid, 1748, pp. 122ss.; cfr. Vila Vilar, Enriqueta, “Las ferias de Portobelo: apariencia y realidad del comercio con Indias”, en Anuario de Estudios Americanos, vol. XXXIX, Sevilla, 1982.
[11] Mena García, Carmen, “Portobelo y sus interminables proyectos de traslado”, en Tiempos de América: revista de historia, cultura y territorio, n. 5-6, 2000, pp. 77-96 (aquí, p. 79); puede verse asimismo: Mena García, Carmen, La ciudad en un cruce de caminos. Panamá y sus origenes urbanos, CSIC, Madrid, 1992. Mena aplica similares consideraciones para Portobelo y Nombre de Dios (Mena García, Carmen, “Portobelo”, pp. 81s.).
[12] Vásquez de Espinosa, Antonio, “La Audiencia de Panamá”, en Compendio y descripción de las Indias Occidentales, ed. de Clark, Charles U., Smithsonian Institution, Washington, 1948, P. II, L. I, cap. 2, n. 892, p. 285.
[13] Mena García, Carmen, “Portobelo”, p. 82; descripción del clima de Portobelo, en Juan, Jorge, y Ulloa, Antonio, Relación Histórica del Viaje, L. II, cap. 4, pp. 126ss., 130.
[14] Mena García, Carmen, “Portobelo”, p. 81; Carles Oberto, Rubén Darío, 220 años del periodo colonial en Panamá, 3 ed., Panamá, 1969, p. 93; Juan, Jorge, y Ulloa, Antonio, Relación Histórica del Viaje, L. II, cap. 4, p. 126.
[15] Mena García, Carmen, “Portobelo”, p. 84; Juan, Jorge, y Ulloa, Antonio, Relación Histórica del Viaje, L. II, cap. 4, p. 127.
[16] Rubén Darío Carles, 220 años, p. 94; Kelsey, Harry, Sir Francis Drake, the queen’s pirate, Yale University Press, New Haven, 1998, p. 38; trad. castellana: Alcaraz, Aurora, Sir Francis Drake: El pirata de la reina, Ariel, Barcelona, 2002.
[17] Lope de Vega, La Dragontea, Cant. X, Estrofas 11ss., ed. de Colomino Ruiz, Sergio, La Dragontea, pp. 464ss.; Simón, Pedro, Noticias… Tierra Firme, Noticia VI, Cap. XVIII, n. 3.
[18] Colomino Ruiz, Sergio, La Dragontea, p. 240; cursivas nuestras. Sobre fuentes de La Dragontea, cfr. Jameson, A. K., “Lope de Vega´s La Dragontea: historical and literary sources”, en Hispanic review, VI, 1938; Jameson, A. K., “The sources of Lope de Vega’s erudition”, en Hispanic Review, V, 1937.
Que Lope de Vega se sirvió de las Relaciones para su Dragontea parece ser la única afirmación verídica de todas las que se le han imputado a Zavrotsky. Viloria, dando por sentado que Lope habla de los Relámpagos, deduce de ahí: “de esta manera hizo entrada triunfal en las letras la noticia novedosa de ´las llamas que descubren lo que las alas de la noche cubren”[1]. Deducir eso es mucho deducir, pues no creemos que haya fundamento suficiente para ello. El caso es que, criticando a quienes pretenden engrandecer hasta la hipérbole este fenómeno atmosférico, Viloria escribe: “Quizá […] debamos juzgar positivamente que hace cuatro siglos, cuando en Europa se fantaseaba con los sucesos de América, un joven de 35 años no exagerara una nueva tan fuera de lo común en su primer poema: La Dragontea”[2]. Pero veremos enseguida que no sólo es que Lope se resiste a las tentaciones de exagerar el fenómeno; sino que ni siquiera lo menciona, sin exageración alguna. Ya hemos anotado más arriba que Lope no hubiera desperdiciado la ocasión.
Por supuesto que no es Viloria el único que así opina. Porque resulta inadmisible el coro de repetidores que, apoyándose en Zavrotsky (otra vez), insisten en que Lope hace mención en su poema –y, específicamente, la primera mención en la Literatura- de los Relámpagos del Catatumbo. Ello nos parece un alarde de temeridad, cualidad que en modo alguno puede caber en un investigador medianamente serio. Sobre todo cuando la afirmación se hace sin dar referencia o argumento alguno, y dando a entender con ello claramente que se habla de La Dragontea sin haber hecho siquiera –resulta evidente- la más mínima y rápida lectura de ella. De haberla hecho, no se haría tal afirmación. El único que hemos encontrado reconociendo el silencio de Lope respecto a los Relámpagos es, justo es decirlo, García MacGregor quien, refiriéndose a sí mismo, dice: “Sin embargo, el autor de este libro no ha conseguido mención directa e inequívoca del relámpago (como algunos aseguran), en los diez Cantos y 193 páginas de la obra, a no ser por la interpretación muy liberal de la frase: ´las llamas que descubren lo que las alas de la noche cubren´”[3].
No pretendemos que quienes escriben al respecto hayan de ser especialistas en Historia, ni literatos peritos en metáforas o estrambotes. Tampoco nosotros lo somos. Lo inadecuado no es desconocer una disciplina ajena al propio campo, la Historia o la Literatura. Lo disparatado (dis-paratus: “dispuesto fuera de razón”) es no saber dudar a tiempo y no investigar al respecto; y repetir sin más y a la ligera, sin reconocer su autoría, lo que oyeron o leyeron de otros, como si fueran ellos mismos los autores. Pero ahí está Falcón insistiendo una y otra vez en que “la primera mención escrita data de 1597, cuando Lope de Vega le menciona en el poema épico La Drangontea”[4]. Misma insistencia en otros trabajos suyos, en que cita al poema como la fuente histórica[5].
De modo similar, y a propósito de un proyectado Paseo de la Zulianidad en la ciudad de Maracaibo en el que se colocarían las estatuas de seis zulianos ilustres, Urbina Nava requería de un elemento central que las conectara. Y proponía como tal conectivo a los Relámpagos del Catatumbo, sobre el que, repitiendo a la letra, añadía: “Históricamente hablando, tenemos que el primer escrito, donde se menciona el Relámpago del Catatumbo fue el poema épico La Dragontea de Félix López [sic!] de Vega, publicado en 1597”[6]. Otros más se añadirán a una lista, que resultaría interminable, y que se dedicarán a difundir el infundio[7].
Bastaría el testimonio de Federico Sainz de Robles que Zavrotsky menciona en su escrito, en el que parece estar implícito el que Lope de Vega nada sabía de los Relámpagos del Catatumbo. Sin embargo, pasaremos enseguida a estudiar su poema. Inevitablemente lo hemos venido mencionando; tanto como para que sea obligado referirnos explícitamente a él. Éste sería el momento. Pero, antes de atrevernos a discutir nada que tenga que ver con una obra de aquel a quien Cervantes llamara Monstruo de la Naturaleza, será preciso hacer algunas precisiones sobre La Dragontea. No precisamente para hacer un análisis meticuloso de ella desde el punto de vista literario, que de eso se encargaron ya plumas más competentes; sino para poner de relieve algunos aspectos que nos ayuden a comprender mejor el tema que nos ocupa.
Sospechamos que Zavrotsky no había leído La Dragontea; y así se explica que, movido por el título de ésta, piense que el poema “se refiere a Francis Drake”, un pirata que, según el común entender del ciudadano de a pie, “asoló las costas de lo que ahora es Venezuela en 1595”. Hemos visto ya qué hay de cierto respecto a correrías de Drake en Venezuela; pormenorizaremos enseguida el último viaje de Drake al Caribe, y hablaremos del título y personaje central de La Dragontea. A pesar de todo, tiene claro ya –cosa que no parece sucedía en su trabajo anterior, en el que La Dragontea aparece como material propio del Archivo Indiano- que el primer testimonio de los Relámpagos no es ninguna obra de Lope, sino unas Relaciones de Panamá.
Notas
[1] Viloria, Ángel, “Petróleo, ríos y relámpagos”, p. 157.
[2] Viloria, Ángel, “Petróleo, ríos y relámpagos”, p. 157.
[3] García Mac Gregor, Ernesto, Historia..
[4] Falcón, Nelson, y Otros, “Microfisica”; cursivas nuestras. Mismo texto al comienzo de su Introducción a Falcón, Nelson, “Sobre el origen”.
[5] Falcón, Nelson, “El Relámpago sobre el río Catatumbo: Un fenómeno de plasmas atmosféricos”: en la página web http://web.forometeo.com.ve/archivos/UC_RelampagoCatatumbo.pdf (última visita 11-3-2016), p. 4.
[6] Urbina Nava, Francisco, Funmara 500. El Relámpago del Catatumbo en el Paseo de la Zulianidad, disponible en http://verdadesyrumores.com/funmara-500el-relampago-del-catatumbo-en-el-paseo-de-la-zulianidad/, página web fechada el 5-3-2014 (última consulta: 16-11-2015).
[7] P. ej., Dos Ramos, Beatriz, Relámpago del Catatumbo (25-4-213), en la pág. web (última consulta: 17-7-2016): http://beatrizdosramos.blogspot.com/2013/04/el-relampago-del-catatumbo-uno-de-los.html
Vayamos, pues, a algunos tópicos sobre el poema de Lope, tópicos que nos ayudarán a comprender mejor el asunto de estas páginas. Habrá que ver, por ejemplo, cuál fue el motivo que llevó al Fénix de los ingenios a abordar, por primera vez para él, el tema épico, en el que no iría a brillar con la luz a la que tenía acostumbrado a su público. En efecto, si bien es cierto que algunos, como Francisco Pacheco –amigo de Lope, justo es decirlo-, consideran La Dragontea la obra más genial de Lope y uno de sus grandes poemas heroicos[1], otros ven en ella poco valor literario. Entre éstos cabría citar –diferencias personales aparte- la pluma mesurada de Góngora:
“Para ruido de tan grande trueno
es relámpago chico: no me ciega.
Soberbias velas alza: mal navega.
Potro es gallardo, pero va sin freno.
La musa castellana bien la emplea
en tiernos, dulces, músicos papeles,
como en pañales niña que gorjea”[2].
O la violenta del Catedrático complutense Pedro de Torres Rámila, que considera a La Dragontea “vergüenza de España, que debiera relegarse completamente al olvido”; y a su autor, el mejor de los versificadores, que no poetas[3].
Es explicable que entre el sinnúmero de obras debidas a su pluma, no todas estuvieran a la altura acostumbrada en el Fénix. Quizá ello pudo deberse al proverbial apresuramiento del autor en la escritura, confesado por él mismo en aquellos versos en que, hablando de sus comedias, manifestaba que
“más de ciento en horas veinticuatro
pasaron de las musas al teatro”[4].
Y, en esto, La Dragontea no fue la excepción, habida cuenta del corto tiempo transcurrido desde la muerte de Drake hasta la expedición de la primera aprobación de su edición por el censor Fray Pedro de Padilla[5].
¿Cuál fue, pues, la ocasión que movió a Lope a escribir La Dragontea? En la última incursión de Drake en Panamá, fue repelido de la ciudad de Nombre de Dios por su Alcalde Diego Suárez de Amaya, y de Portobelo por el trujillano Alonso de Sotomayor y Andía, Marqués de Valparaíso, Caballero de Santiago y ex-Gobernador de Chile, quien había sido comisionado por el Virrey del Perú como Gobernador y Capitán General de Castilla del Oro para defender Tierra Firme contra Drake[6]. Suárez de Amaya y Sotomayor mantuvieron ambos fuerte y larga disputa ante el Rey de España sobre cuál de los dos fue quien en realidad derrotó al corsario (y a quién, por tanto, cabría esperar los favores del Rey). El primero, que aspiraba a Gobernador de Panamá y Presidente de su Audiencia (cargos que solían ir juntos), alegando precisamente el haber repelido y derrotado al inglés, recurrió a Francisco Gómez de Sandoval, Duque de Lerma y favorito del príncipe Felipe, futuro Felipe III, para que intercediera ante Felipe II, a fin de obtener dichos cargos. Para facilitar el asunto, el Duque encargó a Lope de Vega una obra en que se exaltara la figura de Suárez de Amaya, atribuyéndole la victoria sobre el corsario inglés.
El encargo del Duque de Lerma fue el móvil de la composición de La Dragontea. Lope puso manos a la obra. Se podrá decir que el poema, título incluido, se centra en la última expedición y muerte de Drake. Pero ya desde el comienzo queda claro que la finalidad de Lope era la de resaltar los méritos de Suárez de Amaya; él y no otro es el verdadero protagonista del poema. Basta con leerlo, para darse cuenta de ello, tal como el propio Lope lo da a entender al comienzo, al estilo en que se hacía en los similares poemas épicos renacentistas, poniendo de relieve al héroe en las primeras estrofas:
“Canto las armas y el varón famoso
que al atrevido Inglés detuvo el paso,
aquel nuevo argonauta prodigioso
que espantó las estrellas del Ocaso”[7].
Un protagonismo más que justificado, debido a los servicios previos de Suárez de Amaya al Rey de España:
“Es un soldado
en Flandes y en Italia ejercitado”[8];
De hecho, subraya Lope, sus soldados no veían otro jefe que Suárez de Amaya:
“Ellos y los demás obedecían,
como a su general, al fuerte Amaya”[9].
Éste era el verdadero protagonista; y no Francis Drake, a pesar del título, y a pesar de lo que se ha pretendido repetidamente[10]. Sería más exacto decir, como ha propuesto Andrés Christian, que se trata, más bien, de una epopeya anti-Drake[11].
No siendo Lope propiamente historiador, apeló para informarse a las mencionadas Relaciones, según atestigua su prologuista en el ya repetidamente citado final de su Porólogo[12].
Pero en la solicitud de ascenso se había adelantado Sotomayor. El caso es que, al morir en 1596 Francisco de Cárdenas, Presidente de la Audiencia panameña, el Consejo de Indias propone para sustituirle a Alonso Criado del Castillo. Pero el Rey, con la experiencia de los ataques piratas a Panamá, para presidir aquella Audiencia prefirió a alguien que tuviera experiencia militar; por lo que, al final de la propuesta del Consejo de Indias, escribió de su propia mano: “Véase si en la presente ocasión, tomando en cuenta lo que ha pasado con los ingleses, si sería mejor que se pusiese en la Audiencia persona de capa y espada, que juntamente con tener la capacidad para el cargo, sea también hombre práctico en la guerra”. Con ello, el Consejo de Indias nombró a Sotomayor como Presidente de aquella Audiencia. Allá se dirigiría en 1600, durando hasta 1602 en el cargo[13]. Suárez de Amaya obtendría sólo “el poco deseable puesto de gobernador de la Nueva Andalucía, en la insalubre y apartada Cumaná”[14], el 12 de agosto de 1598. Eliseo López recoge la licencia, fechada el 17 de marzo de 1600, que se da a Suárez de Amaya para viajar a Nueva Andalucía, como Gobernador y Capitán General de ella[15].
El encargo hecho a Lope de enaltecer a Suárez de Amaya disgustó sobremanera a Sotomayor. Éste hizo encargo similar, en beneficio suyo, a Francisco Caro de Torres, quien había luchado a sus órdenes en la campaña de Panamá y a quien había enviado a Madrid para abogar por él. Caro de Torres escribió la laudatoria en su Relación de los servicios, al principio de la cual aclara su intención en el escrito:
“Esta relacion sale a luz con deseo de que se sepa con puntualidad lo que passo en la defensa del Reyno de Tierrafirme, siendo capitan general del don Alonso de Sotomayor [...]. Porque desta jornada escriuio Lope de Vega vn libro que intitulò La Dragontea […] el qual atribuyò la gloria del sucesso a quien no le tocaua, quitandola a quien de derecho se le deue”[16].
Por supuesto que el de Caro de Torres no fue el único escrito en favor de Sotomayor. Es preciso citar igualmente, al menos, la Relación de lo sucedido a don Alonso Sotomayor luego que llegó a Tierrafirme, así como la Relación de la vuelta que hizo la armada inglesa, General Francisco Drak, al puerto de Portobelo[17]
Cabría preguntarse por qué Lope eligió tal título para su poema. Veamos. En la España de la época, sin que Lope fuera la excepción, “Drake” lo escribían también -a la castellana- “Draque”, y aun utilizaban una pretendida traducción del apellido como “Dragón”. No es Lope el único en este uso del nombre del pirata. Otros autores -Juan de Castellanos, por ejemplo, en sus Elegías- hacían lo mismo. Lope más bien justifica el uso que hace de esta pretendida traducción: “Todas las veces que se hallare este nombre Dragón, y lo que por él se dice, se ha de entender por la persona de Francisco Draque”. Así lo usa en el cuerpo de La Dragontea: “Aquel Dragón de la crüel Medea, Francisco Draque”[18]. Un término que venía muy a propósito al de Vega.
Si Lope pretendía cantar las proezas de los españoles en las escaramuzas provocadas por Drake, cabe preguntarse por qué puso a su poema un título que más bien sugería que se iba a referir a las hazañas del pirata, al estilo de epopeyas similares en todas las culturas y países: la Odisea de Homero y la Eneida de Virgilio; el alemán Los Nibelungos, el castellano Mío Cid y el francés La canción de Roldán; Os Lusiadas de Camoëns, la Henríada de Voltaire y la Cristíada de Diego de Ojeda; por citar solamente algunas; y hasta -por más que sea sólo una parodia a la Ilíada- podríamos añadir la Batracomiomaquia. Todas con título en referencia directa al héroe protagonista.
Por otro lado, pareciera que Lope, al elegir el título, hubiese tenido de algún modo en mente la planta herbácea llamada “dragontea”, cuyo nombre hace referencia al aspecto de su tallo, similar a la piel de culebra; una planta de uso ornamental en jardines, pero de fétido olor en la época de su floración. Y nombre que aparece como muy apropiado para titular un poema épico que, amén de servir de ornato a las gestas hispanas, exponía la fetidez moral que el corsario proporcionaba a los españoles contemporáneos de Lope. Además, adoptar como traducción del apellido del corsario la de “dragón” le sugeriría la correspondiente latina de draco; y ésta la asimilación, de algún modo, de la conducta del pirata con la de Draco o Dracón de Tesalia, el severísimo legislador ateniense, el de las leyes draconianas, del que decían los antiguos que había escrito sus leyes –las primeras escritas de Atenas- no con tinta, sino con sangre. Clérigo al fin, Lope sabía igualmente que el dragón o la serpiente (draco), era representación bíblica del demonio, con quien luchaba el arcángel Miguel en el Apocalipsis[19]. Y muy posiblemente, conocía la conseja popular que recogía Pierio Valeriano y que, en versión de Covarrubias, decía: “Anduvo recebido en el vulgo que para ser una culebra o sierpe dragón se había de comer primero muchas sierpes. Y con esta alusión decían los antiguos que para hacerse uno emperador y señor del mundo, se había de comer muchos reyes y príncipes”. El mismo Covarrubias había acotado poco antes: “Entre las demás insignias que llevaban los romanos en sus estandartes era una el dragón, o para sinificar la suma vigilancia del capitán y el cuidado y solercia que había de tener en todo”[20].
Es cierto que la vinculación del pirata con el dragón se atribuye históricamente a Teodoro de Bry, al latinizar “Drake” como “Draco”: “Drake’s first association with dragons began when Theodore De Bry latinized his name to Franciscus Draco (‘Francis the Dragon’)”[21]. Pero si De Bry fue el primero en establecer la equivalencia semántica de ambas palabras, coincidía con Lope quien, un año antes, usaba ya el término “Dragón”, traducción castellana de “Draco”, para referirse a Drake.
Éste era el Drake de Lope: dragón pavoroso, enemigo de España, brutal draconiano, bestia infernal del Apocalipsis, destructor de Reyes. Sin duda, esa visión hubiera sido muy distinta de haber sido Lope un inglés. Lejos de todas estas disquisiciones, todo pudo deberse, sin más, al dragón que figuraba en el escudo de los Drake de Ashe, con quienes Sir Drake decía estar emparentado. Al querer éste adoptar el blasón y oponérsele Sir Bernard Drake, la Reina dio al bucanero escudo propio. Lope alude a ello en La Dragontea: “En escudo de plata dragón rojo”[22].
Respecto a las fuentes, ya se ha encionado cómo el Prólogo del poema atestigua que los diez Cantos de la Dragontea se fundamentan en la relación de fidedignos testigos[23]. Así que, quienes sostienen que la primera aparición escrita de los Relámpagos del Catatumbo tiene lugar en La Dragontea, se ponen a sí mismos en evidencia de no haber leído ni los prolegómenos del poema lopesco. Lope, ya lo dijimos, no era historiador; y no tiene empacho en reconocerlo, como lo hace en dichos prolegómenos. Aunque en ocasiones protestara serlo, como en carta a su protector el Duque de Sessa, a quien en julio de 1617, y aunque no refiriéndose precisamente a La Dragontea, escribía: “También sé yo escribir prosa historial cuando quiero”[24]. Pero sí era un buen literato; y, como tal, comprendió que, en un tema histórico, debía ceñirse fundamentalmente a lo histórico y no dar rienda suelta a su vena literaria, que le hubiera propuesto la peligrosa tentación de inventarse la supuesta intervención de los Relámpagos en beneficio de las tropas españolas.
Lope pretendió publicarlo en Madrid, en 1597. Pero los censores se lo impidieron. Uno de éstos, seguramente el principal, resultó ser nada menos que el historiador Antonio de Herrera, cuya opinión hubo de pesar de modo especial en el veredicto. Pero que Lope pretendiera incursionar en el campo de la Historia, no fue muy bien visto por el celoso censor Herrera. A fin de cuentas, éste podía alegar que Lope estaba invadiendo con su escrito el campo de Cronista de Indias, algo reservado en aquel tiempo a quien desemperñara el cargo de Cronista Real, esto es, al propio Herrera. De hecho, en un Memorial de 1599, éste denuncia la edición valenciana de La Dragontea a pesar de la prohibición[25]. De ahí que, si la intención y escritura del Poema pudo ocasionar diferencias entre Sotomayor y Suárez de Amaya, no fueron menores las que ocasionó entre Lope de Vega y el Cronista del Reino, y ahora censor de La Dragontea, Antonio de Herrera.
Éste sí era un historiador y, en consecuencia, alegaba falta de rigurosidad histórica en Lope, y que su escrito era “muy contrario a la verdad”. Aunque la raíz de su oposición debió ser, con toda seguridad, que la narración del Fénix era radicalmente contraria a la que hacía el censor, que redactaba por aquellos días la Tercera Parte de su Historia General del Mundo[26], y en la que atribuía el mérito de la derrota de Drake en Panamá no a Suárez de Amaya, sino a Sotomayor; por más que, en su momento, narrase también las acciones de Suárez contra el inglés[27]. Pero Herrera interpretó –al parecer con buen tino- que había en Lope ciertas aviesas intenciones de ocupar el cargo de Cronista del Reino, que Herrera desempeñaba. Así que quiso adelantarse oponiéndose, como censor, a la publicación de La Dragontea, so pretexto de falta de rigor histórico. Quizá, previendo esto, el Comendador Mayor de Montesa añadió en el último momento la frase final de su Prólogo acerca de los testigos fidedignos en que se basó Lope. Frase cuya inclusión puede parecer un tanto forzada. Para evadir la prohibición, Lope hace la primera edición de su obra al año siguiente, en el reino de Valencia, a donde no llegaba el influjo del cronista de Castilla.
Zavrotsky afirma que las Relaciones de la Real Audiencia de Panamá fueron “terminadas” o “consignadas” en 1597. Sainz de Robles –a quien cita Zavrotsky- en su estudio preliminar a La Dragontea, sostiene que Lope la comenzó a escribir a principios de ese año[28]. No tenemos argumentos para poner en duda esas fechas. No será mucho suponer que tales Relaciones incluían la muerte de Drake, acaecida el 28 de enero de 1596; con lo que la redacción de las Relaciones (su culminación, al menos) sería, cuando mucho, a partir de febrero. Habremos de dar los meses de febrero y marzo para ello y para su posterior traslado a la Corte, a la que llegarían, por tanto, a principios de abril de ese mismo año. Independientemente de que Lope intentara fallidamente publicar La Dragontea en Castilla en 1597, la edición valenciana de 1598 lleva una aprobación del Carmelita Fray Pedro de Padilla, fechada el 9 de diciembre de 1597, en el Convento Carmelita de Madrid[29]. Calculemos, de nuevo, que la obra fue entregada al Fraile, para su examen, un mes antes, a principios de noviembre. No será, pues, demasiado aventurar que Lope hubo de haberla escrito entre principios de abril de 1596 y principios de noviembre de 1597; es decir, aproximadamente en un año y siete meses. El propio Lope alude a esta rapidez, específicamente para el caso de La Dragontea, escrita durante su residencia en la ciudad de Toledo, a donde trasladó su residencia por el año de 1597:
“Deste feliz suceso
pasé a La Dragontea
[…]
agradecer al Tajo
tan lucido trabajo
en término tan breve”[30].
Razón tuvo Cervantes al adjudicar a Lope, precisamente por su rapidez de escritura, el sobrenombre de Monstruo de la naturaleza: “Entró luego el monstruo de la naturaleza, el gran Lope de Vega, y alzóse con la monarquía cómica. Avasalló y puso debajo de su jurisdicción a todos los farsantes; llenó el mundo de comedias propias, felices y bien razonadas, y tantas que pasan de diez mil pliegos los que tiene escritos”[31].
Aparte de otras ediciones de La Dragontea, interesa destacar una, todavía en vida de Lope, quien parece que quiso facilitar la edición disfrazando el poema –para los censores- al incluirlo tras las páginas de La hermosura de Angélica, disfrazada con el epígrafe Con otras diversas rimas. Por supuesto, hay otras muchas ediciones, algunas de ellas de excelente factura. Sin pretender desdeñar las demás, merecen destacar, además de la primera de Valencia, las ediciones críticas realizadas por Sánchez Jiménez, editada en 2007, y la tesis doctoral de Colomino Ruiz, que utilizamos aquí[32].
El Poema, escrito en octavas reales, está conformado por un total de 732 estrofas.
Notas
[1] Cfr. Lope de Vega, Jerusalén conquistada. Epopeya trágica, ed. de Antonio Carreño, Madrid, Fundación José Antonio de Castro, 2003, p. 9.
[2] “A cierto señor que le envió La Dragontea de Lope de Vega”, en Góngora, Luis, Sonetos completos, ed. de Ciplijauskaité, Biruté Castalia, Madrid, 1992, p. 262.
[3] Draconteae, Hispaniae dedecus, opus obliteratur integrum, Hispaniae dedecus, In metrificatorem vulgi sententia primum: Trepus Ruitanus Lamira (anagrama de Petrus Turrianus Ramila, o Pedro Torres Rámila), Spongia, Paris (aunque aparentememnte editado en Alcalá, con el pie de imprenta falsificado, por cuestiones legales), 1617 (no se conservan ejemplares de la obra); cfr. Entrambasaguas, Joaquín, “Una guerra literaria del Siglo de Oro. Lope de Vega y los preceptistas aristotélicos”, en Estudios sobre Lope de Vega, 3 vols., Madrid, CSIC, 1958-1967, vol. I, p. 310; Sánchez Jiménez, Antonio, (ed.), Lope de Vega, La Dragontea, Cátedra, Madrid, 2007, “Introducción”.
[4] Lope de Vega, Félix, “Égloga a Claudio”, en Lope de Vega, Obras Completas. Poesía, vol. VI, ed. de Antonio Carreño, Fundación José Antonio Castro, Madrid, 2005, vv. 419-429.
[5] 28 de enero de 1596 y 9 de diciembre de 1597, respectivamente. Cfr. aprobación de Padilla en Lope de Vega, La Dragontea, ed. de Colomino Ruiz, Sergio, La Dragontea, p. 238.
[6] Cfr. Relación de la vuelta que hizo la armada inglesa, General Francisco Drak, al puerto de Portobelo despues de 24 días que había partido del de Nombre de Dios desbaratado, y lo que para su ofensa y defensa se ejecutó nuevamente en Tierrafirme por el general Alonso de Sotomayor y muerte de dicho Francisco, [1596], ed. de Julio Guillén, Kraus-Thompson, Liechtenstein, 1971, pp. 537-554; Relación de lo sucedido a don Alonso Sotomayor luego que llegó a Tierrafirme en la defensa de aquel Reino y victoria que tuvo de la armada inglesa y su Capitán general Francisco Draque, año de 1595; Real Academia de la Historia, Colección Salazar, F19.
[7] Lope de Vega, La Dragontea, Canto I, Estrofa 1, ed. de Colomino Ruiz, Sergio, La Dragontea, p. 247.
[8] Lope de Vega, La Dragontea, CantoVII, Estrofa 34, ed. de Colomino Ruiz, Sergio, La Dragontea, p. 403.
[9] Lope de Vega, La Dragontea, Canto I, Estrofas 2 y 3; y Canto VIII, Estrofa 40, ed. de Colomino Ruiz, Sergio, La Dragontea, pp. 247-248 y 421, respectivamente.
[10] P. ej., Viloria, Ángel, “Petróleo, ríos y relámpagos”, p. 157.
[11] Chistian, Andrés, “La Dragontea (1598) de Lope de Vega ou l´épopée anti-Drake”, en Après l’usure de toutes les routes / Retour sur l’épopée, Le Cri et Jacques Darras, éditeurs, Bruselas, 1997, pp. 105-115.
[12] La Dragontea, Prólogo del Comendador de Montesa Francisco de Borja, ed. de Colomino Ruiz, Sergio, p. 240. Sobre Lope como historiador en La Dragontea, cfr. Sánchez Jiménez, Antonio, “Lope, historiador de Indias: las fuentes documentales de La Dragontea (1598)”, en Anuario Lope de Vega, n. 13, 2007, pp. 133-152; en la página web (última consulta: 7-12-2015): http://doc.rero.ch/record/30712?ln=it
[13] Carles Oberto, Rubén Darío, 220 años, pp. 127-129; Schäfer, Ernesto, El Consejo Real y Supremo de las Indias, Junta de Castilla y León, Sevilla, 2003, vol. 2, pp. 405, 461.
[14] Sánchez Jiménez, Antonio: “Muy contrario a la verdad: los documentos del Archivo General de Indias sobre La Dragontea y la polémica entre Lope y Antonio de Herrera”, en Bulletin of Spanish Studies, LXXXV-5, 2008, 569-580; aquí, p. 571-572.
[15] Eliseo López, José, La emigración desde la España peninsular a Venezuela en los, siglos XVI, XVII y XVIII, Los Teques–Caracas, 1999, vol. 2, p. 13; nombramiento de Suárez de Amaya, en Archivo General de Indias, Contratación 5792, L.2, ff. 267v68v, 12/8/1598. Cfr. Suárez de Amaya, Diego, Cartas escritas desde Cumaná, 1600-1602, ed. de Guillén Tato, Julio, Kraus-Thomson, Nendeln (Lichtenstein), 1971, pp. 289-307.
[16] Caro de Torres, Francisco, Relación de los servicios que hizo a su majestad del rey don Felipe Segundo y Tercero don Alonso de Sotomayor, del hábito de Santiago y comendador de Villamayor, del Consejo de Guerra de Castilla, en los estados de Flandes y en las provincias de Chile y Tierra Firme, donde fue general, Madrid, Viuda de Cosme Delgado, 1620, A los lectores. Cfr. Sánchez Jiménez, Antonio: “Muy contrario a la verdad”, pp. 569 y 573; sobre la polémica de Sotomayor y Suárez de Amaya, cfr. Sánchez Jiménez, Antonio, (ed.), Lope de Vega, La Dragontea, Cátedra, Madrid, 2007, “Introducción” pp. 65-72.
[17] Relación de lo sucedido a don Alonso Sotomayor; Relación de la vuelta.
[18] Lope de Vega, La Dragontea, “Lo que se ha de advertir para la inteligencia deste libro”, ed. de Colomino Ruiz, Sergio, La Dragontea, p. 245; cfr. Lope de Vega, La Dragontea, Canto I, Estrofa 29: ed. de Colomino Ruiz, Sergio, La Dragontea, p. 225.
[19] Michael et angeli eius praeliabantur cum dracone, et draco pugnabat, et angeli eius: “Miguel y sus ángeles atacaron el dragón; también atacó éste con sus ángeles”: Apoc. 12, 7ss., quizá en especial el v. 9, que explícitamente lo identifica con Satanás: Draco ille magnus, serpens antiquus, qui vocatur diabolus et Satanas: “el gran dragón, la antigua serpiente, que se llama diablo y Satanás”.
[20] Argutum vero dictum quod Graecos contra potentiores civili quadam libertate iactari solitum; hoc est anguis, nisi anguem comedat, non fiet draco […] Quem igitur Imperatorem statuas, eo adagio, aiebant illi, ei necesse Reges et Principes multos deglutire, ut ita Rex regum fieret et dominantium dominus: Valeriano, Juan Pierio, Hieroglyphica, Sive De Sacris Aegyptiorum Aliarumque Gentium Literis Commentarii, Tomás Guarin, Basilea, 1575, L. XV De serpente, C. V Orbis Dominus, fol. 111v. Cfr. Covarrubias Horozco, Sebastián, Tesoro de la lengua castellana o española, Luis Sánchez, Madrid, 1611; Univ. de Navarra - Iberoamericana, Madrid, 2006, a la palabra Dragón.
[21] Bry, Theodore de, Collectiones peregrinationum.
[22] Lope de Vega, La Dragontea, Canto I, Estrofa 77, ed. Colomino Ruiz, Sergio, p. 270.
[23] Lope de Vega, La Dragontea, “Lo que se ha de advertir para la inteligencia deste libro”, ed. Colomino Ruiz, Sergio, La Dragontea, p. 240.
[24] Lope de Vega, Félix, Epistolario, vol. I (1604-1633), ed. de Antonio Carreño, Biblioteca Castro, Madrid, 2008, núm. 326.
[25] Memorial (de 1599) en el Archivo General de Indias, Indiferente General, 745, fol. 141, publicado por Jiménez Savariego, Juan, “Nuevos datos para las biografías de algunos escritores españoles de los siglos XVI y XVII”, en Boletín de la Real Academia Española, n. 5, 1918, p. 161; cfr. Wright, Elizabeth, “El enemigo en un espejo de príncipes: Lope de Vega y la creación del Francis Drake español”, en Cuadernos de Historia Moderna, n. 26, 2001, pp. 115-130 (aquí, p. 124). Sobre la censura del tema histórico en la época, cfr. Domínguez Ortiz, Antonio, “La censura de obras históricas en el siglo XVII español”, en Chronica nova, n. 19, 1991, pp. 113-121.
[26] Cfr. Sánchez Jiménez, Antonio: “Muy contrario a la verdad”, p. 569. Este trabajo estudia la polémica en esta ocasión entre Herrera y Lope de Vega. Herrera, Antonio, Tercera parte de la Historia general del mundo... del tiempo del señor rey don Felipe II, el Prudente, desde el año de 1585 hasta el de 1598, Alonso Martin de Balboa, Madrid, 1612.
[27] Cfr. Herrera, Antonio, Tercera parte de la Historia, L. XI, cap. XXVIII y L. XII, Cap. I, a partir de p. 596.
[28] Zavrotsky, Andrés, “El nivel actual”, p. 24: terminadas. Zavrotsky, Andrés, “Faro del Catatumbo: lo conocido”: consignadas, p. 5-6; Sainz de Robles, Federico, Obras escogidas, Tomo II: Poesía y prosa, “La Dragontea”, Aguilar, Madrid, 1969, p. 339.
[29] Lope de Vega, La Dragontea, ed. de Colomino Ruiz, Sergio, La Dragontea, p. 238. Sobre la supuesta edición madrileña de La Dragontea en 1597, cfr. Lázaro Carreter, F., “Adiciones” a Rennert-Castro, Hugo, The life of Lope de Vega, Salamanca, 1969, p. 531.
[30] Lope de Vega, El amor desatinado, en Blecua, José Manuel, (ed.), Lope de Vega. Obras poéticas, Planeta, Barcelona, 1989, vv. 1099-1112.
[31] Cervantes, Miguel, Ocho comedias y ocho entremeses nunca representados, Alonso Martín, Madrid, 1615, Prólogo, f. IIIr.
[32] La Dragontea, Pedro Patricio Mey, Valencia, 1598; “La Dragontea”, en La hermosura de Angélica con otras diversas rimas, Pedro Madrigal, Madrid, 1602; La Dragontea, ed. de Antonio Sánchez Jiménez, Cátedra, Madrid, 2007; Colomino Ruiz, Sergio, La Dragontea.

La expedición de Drake, de 1595
Por cuanto llevamos dicho acerca de las correrías de Drake, no cabe duda de que la única expedición en que pudo haber tenido ocasión de llegar a las cercanías de Maracaibo y ver sus Relámpagos hubo de ser la que inició en 1595, última que realizaría en aguas más o menos cercanas a Maracaibo, y última de su vida. Esto viene corroborado no sólo por la bitácora que siguió en este viaje, sino por la lectura de La Dragontea de Lope de Vega, y a la que habremos de referirnos enseguida.
Decíamos más arriba que, al menos por lo que concierne a nuestro tema, el primer ataque importante de Drake en el Caribe, en la que sería su última expedición pirata, fue en noviembre de 1595, el realizado al puerto de San Juan de Puerto Rico. Y que, al ser derrotado allá, puso proas hacia Cartagena, pretendiendo llegar finalmente a Nombre de Dios, en Panamá. Allí, muy contrariamente a sus planes de establecer una colonia inglesa de pillaje, es derrotado de nuevo y muere, a principios de 1596; no precisamente en valiente acción de guerra, sino por algo mucho más trivial: la citada enfermedad de disentería.
Con esos planes fundacionales panameños, desviarse en su viaje hasta Maracaibo no tenía mucho sentido. De hecho, no hay constancia de que lo haya hecho, sino más bien de que pasó frente a la boca del lago de Maracaibo y siguió hacia el oeste, hacia Panamá. Aprovechando, eso sí, las plazas de cabotaje que encontrara en su ruta, para conseguir los beneficios que no pudo obtener en San Juan. No hay un solo testimonio, en las crónicas de la época, que pueda sustentar lo contrario. El único, es el pretendido de La Dragontea. Pero, ¿qué sentido puede tener que Lope inventase e incluyese este episodio, no mencionado en las Relaciones en que se inspiraba, y que nada quitaba o ponía a los méritos del defensor de Nombre de Dios?
Detallemos un tanto la ruta del corsario en esta expedición y el texto de La Dragontea, pretendida alusión de Lope a los Relámpagos del Catatumbo. Llegado al Caribe y habiendo avistado en noviembre al galeón español Nuestra Señora de Begoña, Drake lo persigue hasta que la nave se refugia en el puerto de San Juan[1]. A partir de ahí, podemos seguir los acontecimientos en detalle, en el texto de Lope; un texto que no deja dudas de que los acontecimientos se desarrollaban en el puerto de San Juan[2]. Los de la ciudad habían colocado unas barcazas a la entrada de dicho puerto, para dificultar así la entrada al mismo:
“Y porque el Inglés tósigo no entrase
por donde siempre al cuerpo el daño toca,
al puerto le mandaron que cerrase
con tres navíos la garganta y boca:
para que entre sus jarcias encallase”.
Drake, en su ataque, las incendia:
“Mas cuando a las fragatas se acercaban,
permite Dios, que no faltasen luces,
porque poniendo a dos el Inglés fuego,
sin poderlo estorbar, ardieron luego”,
cometiendo así el gravísimo error táctico –injustificable en un avezado guerrero- de que, con la luz del incendio, dejaba expuestas en la noche a sus propias naves, que quedan como blanco fácil para los defensores. Con esto, acota Lope,
“ninguna ardiente y furibunda bala
de las de Puerto Rico se perdía.
¡Quién vio jamás tan provechoso daño,
ni el propio bien por el ajeno engaño!”[3]
Hay documentos paralelos que confirman estos hechos; por ejemplo: “con el fuego de la fragata que se quemó, aclaró todo el puerto, de manera que fue bien para las demas que se vian, para sentar nuestra artilleria y la de los fuertes, con la qual y con la mosquetería y piedras que de la fragata se tiraron, les hizieron tanto daño, que se retiraron á cabo de una hora”[4]. Los cronistas relatan que la claridad era tanta que, desde el castillo de El Morro, los defensores pudieron matar fácilmente a unos ingleses que cenaban en su nave. Según el texto de Lope:
“Cenando estaba un anglo caballero
que de teniente al general servía,
vio la luz desde el puerto un artillero,
y a la mesa inclinó la puntería:
la vela, el blanco, el norte, y el lucero
de aquella noche a su postrero día
la bala ardiente acierta, de tal suerte,
que quince y él cenaron con la muerte”[5].
Así lo confirma Pedro Simón:
“donde sucedió una cosa digna de que se encomiende más a la memoria que al olvido; y fue que estando cenando un caballero inglés que hacía el oficio de Teniente General, viendo la luz que gtnía a la mesa un artillero, desde el Morro apuntó tan acertadamente a la lumbre una pieza gruesa que, dando con la bala en la mesa, barrió cuantos en ella estaban y otros circunstantes hasta el número de quince, que pasaron desde allí a tragar en el infierno otras mayores desgracias”[6].
Y así se confirma igualmente en la Relación de lo sucedido en S. Juan de Puerto-Rico, que se conserva en la Real Academia de la Historia de Madrid:
“Estando junta la dicha armada en la parte que digo, los nuestros le tiraron muchas piezas de artillería, del Morrillo y de la caleta del Cabron, tanto que algunas balas le hicieron daño […] y que á Francisco Draque le llevaron la mesa donde estava comiendo, y la vala dió á un personaje que con él venia, que se supo no escapará”.
Una bala, según estos textos, disparada por un artillero, de “una pieza gruesa”, que se llevó por delante la mesa en que cenaban unos ingleses, y “barrió cuantos en ella estaban y otros circunstantes hasta el número de quince”. No se trataba, pues, de un disparo de arcabuz o mosquete, sino de cañón. Algo más adelante, esta misma Relación da cuenta de lo que señalábamos poco más arriba:
“y con el fuego de la fragata que se quemó, aclaró todo el puerto, de manera que fue bien para las demas que se vian, para sentar nuestra artilleria y la de los fuertes, con la qual y con la mosquetería y piedras que de la fragata se tiraron, les hizieron tanto daño, que se retiraron á cabo de una hora”[7].
No puede caber ninguna duda. Los acontecimientos relatados tuvieron lugar en el puerto de San Juan. Y, obviamente, nada hasta aquí de Relámpagos ni de Catatumbos.
Drake, vencido, tiene que retirarse, y volverse a centrar en el fin que se había propuesto para aquel viaje: la conquista de Panamá. A tal efecto, el 25 de noviembre puso proas hacia el oeste. Al parecer, según algunos cronistas, por alguna razón sus naves terminan en la costa continental, frente a Caracas; buena ocasión para compensar de algún modo su fracaso en Puerto Rico. Sería la incursión a la que hemos aludido anteriormente, atestiguada por los historiadores Navarrete, Oviedo y Baños, y Baralt[8]. Desde Caracas, enfilaría ya definitivamente hacia poniente, aprovechando la navegación de cabotaje para seguir resarciéndose en puertos sucesivos como Cabo de la Vela, Riohacha, Santa Marta, Cartagena, y llegar finalmente a Panamá. No estamos presuponiendo nada; el propio Lope de Vega sugiere este rumbo cuando, al principio de La Dragontea y bajo el epígrafe “Lo que se ha de advertir para la inteligencia deste libro”, nombra estas mismas ciudades. Dice:
“Cabo de la Vela, es cierta punta que sale ala [sic] mar antes de llegar al río de la Hacha, como se va corriendo la costa de las Indias. Río de la Hacha, está más adelante del susodicho Cabo, y antes de llegar a Santa Marta, donde hay pesquería de Perlas. Santa Marta, es ciudad y cabeza de gobierno, y está más adelante del río de el hacha [sic], y 20 leguas antes de llegar a Cartagena, toda una costa”[9].
Una ruta que se refleja también en el propio cuerpo de La Dragontea[10]. Fray Pedro Simón estaría en la misma línea, cuando relata cómo Drake, al verse vencido en el puerto de San Juan, “maldiciendo su mala suerte y blasfemando de los malos sucesos de Canarias y Puerto Rico, tomó la vuelta de las costas de Tierra Firme y llegó al Cabo de la Vela”[11].
Está claro que la citada Estrofa 35 que habla de las naves incendiadas nada tiene que ver con Relámpagos. Y que aquello sucedía –digámoslo una vez más- a la entrada del puerto de San Juan, no en el lago de Maracaibo; los resplandores, pues, no se debían a ningún fenómeno atmosférico. Afirmar que sea ese el lugar donde Lope habla del Faro del Catatumbo supone una muy fuerte inventiva, muy débil investigativa y buen desconocimiento del texto de Lope. Tampoco la Estrofa 46 que termina con un Drake maldiciente (en un texto que recuerda el recién citado de Pedro Simón) y la alusión directa a las llamas producidas por las fragatas españolas en el puerto de San Juan tiene relación alguna con Relámpagos:
“maldiciendo las llamas que descubren
lo que las alas de la noche cubren”[12].
La mención, en la misma Estrofa, de Juan Fernández, Pedro Tello y Sancho Pardo Osorio, que no eran otros que los líderes de la defensa no de Maracaibo, sino de San Juan (ya previamente los había presentado como tales[13]), impide fuera de toda duda entender las llamas como si, metafóricamente, se refirieran a relámpagos maracaiberos. No queda, pues, sino la Estrofa 44, en la que normalmente se pretende que está la alusión de Lope al Catatumbo. Sospechamos que esto se deba a que en ella se menciona a la ciudad de Maracaibo. A pesar de que hemos de confesar que la Estrofa nos resulta un tanto confusa; y la única variante de las dos ediciones que más confianza parecen ofrecer tampoco nos aclara demasiado. Hela aquí:
“Volviendo, pues, al general don Diego,
De don Pedro de Acuña, aviso tuvo
Que una fragata ha visto el Inglés fuego
Y que después entre la armada estuvo.
No le dieron, siguiéndola, sosiego,
Ni apresurando el vuelo se detuvo;
Venía de Maracaybo, y sobre el cabo
De la Vela dejaba al Inglés bravo”[14].
La variante está al final del verso 3, que en la versión príncipe varía solamente en la adición de una coma al final del mismo:
“Que una fragata ha visto el Inglés fuego,”[15].
Personalmente, la confusión nos la ocasionan los versos 3 y 4, sin que ninguna de las dos versiones nos aclare demasiado. Pero sobre todo, para nuestro caso, la duda resulta otra. Una primera lectura no aclara si quien venía de Maracaibo es la fragata, o Pedro de Acuña (¡o los dos!); y tampoco quién de los dos dejó a Drake en Cabo de la Vela; o si lo dejó ahí, en tierra, o, debido al apresuramiento, simplemente lo dejó atrás en el mar, a la altura de dicha población.
Sin embargo, no podemos aislar los versos de Lope de otras obras de tema similar. Y hemos conseguido un pasaje que, si bien nos sigue dejando confusos respecto a los citados versos 3 y 4, aclara más que suficientemente los vaivenes de la fragata, las acciones de don Diego y don Pedro, y la ruta y etapas del pirata Drake. Y aclara sobre todo -es lo más importante ahora-, que nada tienen que ver tampoco estos versos con los Relámpagos que nos ocupan. Vea el lector por sí mismo el texto aclaratorio a que aludimos, y que comienza retomando las iras y maldiciones con las que nos había dejado al corsario al ser repelido del puerto de San Juan:
“Maldiciendo su mala suerte y blasfemando de los malos sucesos de Canarias y Puerto Rico, tomó la vuelta de las costas de Tierra Firme y llegó al Cabo de la Vela. Por donde a la sazón pasó cierta fragata del trato que, había salido con harinas de la ciudad y puerto de la laguna de Maracaibo, y corriéndola cinco velas[16] del enemigo, se escapó de ellas por traerles gran ventaja, y llegó a dar estas nuevas a la ciudad de Cartagena, martes doce de diciembre, donde a la sazón era Gobernador Don Pedro de Acuña [...] Estas nuevas de la fragata, por ser tan ciertas y del enemigo tan cerca, avivaron los bríos y desvelos de Don Pedro de Acuña, de manera que en pocos días cercó toda la ciudad de Cartagena de empalizada de maderos gruesísimos [...] En esto andaba Don Pedro de Acuña, cuando llegó otro aviso por tierra, de parte del Licenciado Mancio de Contreras, que a la sazón era Gobernador de Santa Marta y estaba en la ciudad del Río de la Hacha, de cómo había entrado ya allí el inglés, lunes a once de diciembre...”[17]
Ahora sí sabemos que quien venía de Maracaibo era la fragata; una fragata de transporte de mercancías (“fragata del trato” o tratante, comerciante), de las que las costas del lago de Maracaibo eran ricas en ganado de vacuno, caprino y ovino, así como en buenas maderas; tal como hemos indicado, el propio Lope testimonia esta riqueza, al comienzo de su edición de La Dragontea: “Maracaibo es una Laguna grande y navegable, que de las costas de ella se saca cantidad de harina para provisión de muchas provincias marítimas, que carecen della”[18]. La embarcación, pues, avistada a la altura de Cabo de la Vela, es perseguida a partir de allá y llega así -dice Pedro Simón- a Cartagena, donde da el alerta. Seguramente sería práctica común de los Gobernadores de aquellas ciudades el avisar a las ciudades próximas sobre la presencia cercana de enemigos. Así lo habían hecho, días antes, a sus respectivos inmediatos y ante la proximidad de Drake, los Gobernadores de Canarias, San Juan, La Habana, y Nueva España. Y así lo hace ahora el Gobernador de Santa Marta, Mancio de Contreras, enterado de la llegada del pirata a Ríohacha por encontrarse entonces él mismo en esta localidad, dando aviso a Pedro de Acuña, Gobernador de Cartagena, y éste a Diego Suárez de Amaya, Alcalde de la panameña Nombre de Dios. Eran las ciudades que marcaban los hitos del cabotaje previsto por Drake.
Nótese que la fragata que venía de Maracaibo, tras salir del Golfo de Venezuela, había enfilado ya hacia poniente, rodeando la punta de la península de la Goajira. Tras ese rodeo es donde se encuentra Cabo de la Vela, en cuyas aguas es avistada por los corsarios. Anotemos previamente que se trata de la población colombiana de Cabo de la Vela y no de la venezolana Vela de Coro, primer puerto de Venezuela y escenario habitual de incursiones piratas, que motivaron el nombre del puerto, por cuanto los habitantes de la aledaña ciudad de Coro se veían obligados a estar continuamente en vela.
Y específica y expresamente decimos en aguas de Cabo de la Vela, y no en aguas del cabo de la Vela. Porque, nótese bien, “Cabo de la Vela” no denomina aquí a ningún accidente geográfico, sino a una pequeña población que había sido fundada -la primera en la Goajira- en 1535 por Nicolás Federmann. Es “Cabo” con mayúscula, y no con minúscula, como -por explicable desconocimiento- lo escriben a veces los editores españoles de Lope, o cualquier otro no familiarizado con la geografía de Venezuela y Colombia, pensando sin duda que se trata de un mero cabo geográfico, como sería -guardadas las proporciones- el cabo Finisterre o el cabo de Hornos. Por más que el cabo de la Vela fuese la ubicación de Cabo de la Vela. Algo similar a lo que sucede -guardadas igualmente las proporciones- con el cabo de Buena Esperanza, ubicación de Ciudad del Cabo.
A partir de ahí, aunque la fragata sigue a refugiarse en Cartagena, los gobernantes de las ciudades de tales hitos se encargan de avisar a la siguiente ciudad. Ante la defensa preparada en Cartagena, Drake continúa hacia Nombre de Dios, meta inicial de su viaje. Frente a ésta, el 28 de enero de 1596, fallecería el pirata.
El resto de las Estrofas, hasta terminar el Canto IV[19], corresponden a esa continuación del viaje de Drake a la ciudad de Nombre de Dios; etapa que interesa ya menos a los fines de estas páginas.
En resumen: en esta Estrofa 44, único lugar en toda La Dragontea en que Lope menciona a Maracaibo, y donde más cabría esperar la presencia de los Relámpagos del Catatumbo, no hay nada que de algún modo permita concluir que Lope hace en ella alusión a ellos. Quienes, por esa mención, concluyen que Lope con las llamas –que vimos eran producto de las fragatas españolas incendiadas a la puerta de San Juan- habla en estas estrofas de los Relámpagos del Catatumbo, manifiestan con ello no haber entendido el texto de La Dragontea; o, simplememte, no haberlo leído. Y, antes de apresurarse a una conclusión sin fundamento, debieron haber reconocido honestamente su incomprensión del asunto, y no pretender, presuntuosamente, fundamentar vanamente lo que podríamos llamar el mito Lopesco del Catatumbo. Una cosa son las llamas del puerto de San Juan, responsables de la derrota de Drake frente a dicha ciudad, y otra los resplandores del Catatumbo en una supuesta batalla frente al puerto de Maracaibo. En todo caso, no debe descontextualizarse el texto de Lope. Que se nombre en él a Maracaibo y a determinadas luces nocturnas no quiere decir nada. Descontextualizando así, habríamos de decir que la Biblia niega la existencia de Dios, ya que en ella podemos leer la frase “No hay Dios”. Frase que no puede aislarse del texto completo: “Dijo el necio en su corazón: ´No hay Dios´”[20].
Entiéndasenos bien. No decimos que Drake no hubiera llevado alguna de sus incursiones hasta el lago de Maracaibo o hasta el frente de esta ciudad o, incluso, que hubiera entrado en ella y saqueado. Tampoco negamos la posibilidad de que hubiese comprobado la existencia de los Relámpagos y quedado embelesado por los extraños resplandores del Catatumbo; y hasta que se hubiera beneficiado (o perjudicado) con su luz para sus peleas. Quizá los pudo ver a su paso frente a la boca del Lago de Maracaibo. Según opinión de los investigadores del CMC:
“Nuestra comprensión actual es que toda la zona norte de Sudamérica, empezando en Darién y terminando en Venezuela, es extremadamente activa en términos de descargas electro-atmosféricas. Esta actividad cambia a lo largo del año, y por determinados agentes sucede que el máximo anual ocurre en la cuenca del Lago de Maracaibo hacia Septiembre. Dado que según Pedro Simón este episodio ocurrió durante la segunda semana de diciembre 1595, nosotros no esperaríamos ver tanta actividad eléctrica como en otros meses del año, sin contar con el hecho de que hemos verificado que durante los días en cuestión la luna estaba en creciente, lo cual tiende a disminuir la visibilidad de los Relámpagos del Catatumbo a menos que uno se encuentre muy cerca de ellos.”[21]
En lo que queremos insistir es en que, por muy probable que todo eso sea, no hemos encontrado referencia alguna que garantice y documente ninguna de esas supuestas acciones del corsario. No, al menos, en las fuentes que se alegan[22].
Es, pues, falsa la alegre afirmación de que el primer lugar en que se mencionan los Relámpagos sea La Dragontea de Lope de Vega. Creemos haberlo demostrado suficientemente. Alegre afirmación de quien la lanzara inicialmente, y no menos alegres las copias, en exceso copiosas, de quienes sin el menor rubor la repiten, pretendiendo aligerar su propia pigricia investigativa en las espaldas del Fénix de los ingenios; y cayendo en la burda confusión de la batalla del puerto de San Juan con una supuesta similar en el de Maracaibo. Todo ello debido a una superficial lectura del episodio de La Dragontea.
En El Correo del Lago, Revista de la Gobernación Bolivariana del estado Zulia, Juan Carlos Guillén recrimina a los españoles el haber ignorado que el Relámpago estaba reflejado hace siglos en las páginas, nada menos, que de Lope de Vega:
“Debieron revisar la bibliografía local pues leyendo a Lope de Vega, habrían intuido –por lo menos- que el relámpago del Catatumbo era y es, el indiscutible campeón de los cielos pues se sabe que en 1595, el mismo frustró un ataque del pirata inglés Francis Drake a la ciudad de Maracaibo, según se lo recordó el ambientalista venezolano Erik Quiroga a la prensa caraqueña en 2009. “El episodio –dijo- está recogido en “La Dragontea”, de Lope de Vega, y relata cómo la luminosidad desplegada por el relámpago le permitió a un vigía divisar las naves de Drake y alertar a la guarnición, que logró repeler el ataque nocturno”[23].
Con lo que queda dicho más arriba, más bien parece que, quienes debieron revisar (o más bien visar, al menos superficialente) La Dragontea fueron Guillén y Quiroga.
Total: ni mito drakeano, ni mito lopesco. Todo ello, solamente, producto de la mitomanía del coro de ecólogos.
Notas
[1] Cfr. Lope de Vega, La Dragontea, Canto IV, Estrofas 17 y 25, ed. Colomino Ruiz, Sergio, La Dragontea, pp. 326 y 328.
[2] Lope de Vega, La Dragontea, Canto IV, Estrofas 31-43, ed. Colomino Ruiz, Sergio, La Dragontea, pp. 330-334.
[3] Colomino Ruiz, Sergio, La Dragontea, Canto IV, Estrofa 33, 35 y 38, pp. 330-332.
[4] “Relación de lo sucedido en San Juan de Puerto Rico de las Indias, con la armada inglesa, del cargo de Francisco Draque y Juan Aquines, a los 23 de Noviembre de 1595 años”, en: Tapia y Rivera, Alejandro, (ed.), Biblioteca histórica de Puerto-Rico, p. 407; una nota dice estar tomado de la Real Academia de la Historia de Madrid, de un Códice de “Varios”, n. 2, ff. 203-209.
[5] Se trataba, al parecer, de los capítanes Clifford y Brown. Cfr. Colomino Ruiz, Sergio, La Dragontea, Canto IV, Estrofas 41-43, p. 333-334.
[6] Simón, Pedro, Noticias… Tierra Firme, Noticia VI, Cap. XIV, n. 1; cfr. también Tapia y Rivera, Alejandro, (ed.), “Relación de lo sucedido”, pp. 400-410; en la p. 406, y fechada el miércoles 25-11-1595, el relato de la que Lope llama “cena de la muerte”. Una nota dice estar tomado de la Real Academia de la Historia de Madrid, de un Códice de “ Varios”, n. 2, ff. 203-209.
[7] “Relación de lo sucedido”, pp. 406 y 407.
[8] Navarrete, Juan, Arca de Letras, vol. I, p. 277; Oviedo y Baños, J., Historia, L. VII, Cap. X. pp. 199ss; Baralt, Rafael y Urbaneja, Manuel, Catecismo, Art. VI; aunque estos autores ubican esta incursión a principios de junio de 1595.
[9] Lope de Vega, La Dragontea, “Lo que se ha de advertir para la inteligencia deste libro”, ed. de Colomino Ruiz, Sergio, La Dragontea, p. 244.
[10] Colomino Ruiz, Sergio, La Dragontea, Canto IV, Estrofas 48 y 49, p. 335.
[11] Simón, Pedro, Noticias… Tierra Firme, Noticia VI, Cap. XIV, n. 1.
[12] Colomino Ruiz, Sergio, La Dragontea, Canto IV, Estrofa 46, p. 335.
[13] Colomino Ruiz, Sergio, La Dragontea, Canto IV, Estrofa 40, p. 333; Relación de lo sucedido.
[14] Colomino Ruiz, Sergio, La Dragontea, Canto IV, Estrofa 44, p. 334.
[15] Lope de Vega, Félix, La Dragontea de Lope de Vega Carpio. La publica el Museo Naval en conmemoración del III Centenario del Fénix de los Ingenios. Según la edición de Pedro Patricio Mev, Valencia, 1598. Prólogo de D. Gregorio Marañón, Valencia, 1935, Canto IV, Estrofa 44, p. 17. Esta edición varía de la anterior solamente en la añadidura de una coma al final del verso, tras la palabra “fuego”. Otras ediciones dicen “luego”.
[16] Esto es, persiguiéndola cinco naves. Téngase en cuenta que las fragatas eran más rápidas que otras embarcaciones.
[17] Simón, Pedro, Noticias… Tierra Firme, Noticia VI, Cap. XIV, nn. 1 y 2.
[18] Lope de Vega, La Dragontea, “Lo que se ha de advertir para la inteligencia deste libro”, ed. de Colomino Ruiz, Sergio, La Dragontea, p. 244.
[19] Colomino Ruiz, Sergio, La Dragontea, Canto IV, Estrofas 50-76, pp. 336-344,
[20] “Dixit insipiens in corde suo: Non est Deus”: Ps. 53, 1.
[21] Muñoz, Ángel G., comunicación personal. Ver también Muñoz, Ángel G. et al., “Seasonal lightning prediction”.
[22] Sobre la vida y viajes de Francis Drake, cfr. Kelsey, Harry, Sir Francis Drake.
[23] Guillén, Juan Carlos, “Apártate Kifuka que llegó Catatumbo”, en Correo del Lago, Año 2, n. 0, Cuenca del Coquivacoa, 28-1-2014, p. 3, en la página web http://www.imprentadelestadozulia.com.ve/wp-content/uploads/2014/02/CORREO_AUTENTICA_ZULIANIDAD_enero2014.pdf (última consulta: 25-7-2016)

A modo de Epílogo. La labor diamantina del CMC.
No habrán sido sino un mito más, sospechamos, los desvaríos todos que hemos expresado en este escrito. No hemos pretendido ir más allá de dilettantes mitólogos, narradores de mitos y relatos. Cuando más, nuestra intención sólo ha sido, en el mejor de los casos, la de desenmascarar mitos que pretendían pasar por realidades, y ubicarlos en su debido lugar de sólo mitos. Para que puedan venir luego quienes, desde el punto de vista de las ciencias, nos hablen de los hechos que los verdaderos mitos relatan y sustentan, pretendiendo así desentrañarnos la composición y formación, en nuestro caso, de los Relámpagos.
Pilar Benito señala cómo Dilthey califica a la filosofía de Spinoza como un cristal brillante y transparente. Nada disparatada la calificación de Dilthey, referida -precisamente- a quien tuvo como profesión y medio de supervivencia la de pulidor de lentes. Y a quien Borges nos presenta, en el último terceto de uno de sus sonetos a Spinoza, puliendo arduos cristales, libre de metáforas y mitos[1]. Brillante y resplandeciente, por su capacidad de captar la afectividad de los lectores. Transparente y diáfano, porque su estructura interna es fácilmente captada por el intelecto. Afectividad y racionalidad concretadas en la brillantez y transparencia propias de un diamante, de un cristal compacto y fuerte, pero a la vez accesible y sensible a los reflejos que los demás queramos ver en él. Piedra preciosa que cristaliza en sistemas geométricos internos, que se manifiestan en forma también geométrica, pero captable y agradable a nuestros sentidos[2]. Es lo que, con el diamante zuliano que son los Relámpagos del Catatumbo, está haciendo el CMC. Pulir ese diamante, aclarar su estructura científica, haciéndonoslo agradable, hermoso y comprensible a la vista, para que cause en nosotros sensación de belleza y placer al sentido y al intelecto.
Notas
[1] “Libre de la metáfora y del mito // labra un arduo cristal: el infinito // mapa de Aquel que es todas Sus estrellas”: Borges, José Luis, soneto Spinoza, en El otro, el mismo, en Obras Completas, 1923-1972, ed. de Frías, Carlos, Emecé, Buenos Aires, 1974, p. 930 (agradecemos a Angel Molina el habernos referido a este texto).
[2] Cfr. Benito Olalla, Pilar, “Algunos destellos de la luz de Spinoza: de una metáfora de Dilthey al relámpago en Romain Rolland”, en Éndoxa: Series Filosóficas, n. 29, 2012, UNED, Madrid, pp. 133-164. La autora se refiere a las expresiones “De esta masa de ideas de tinte estoico pudo surgir el brillante cristal del sistema spinoziano” y “Spinoza se planta ante nosotros como un cristal transparente”, de Dilthey, Wilhelm, Hombre y Mundo en los Siglos XVI y XVII, FCE, México, 1947, pp. 308 y 435, respectivamente.
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